@elizatabaress
Ser psicóloga es una identidad que se va construyendo de a poco, con el tiempo, fácilmente una se da cuenta que es una carrera en donde nunca terminas de aprender, donde la complejidad humana siempre trae retos, para tener la pericia de acompañar procesos personales y/o grupales.
Voy a contar acá una de mis experiencias en este capítulo en mi vida que es la psicología, que pinta para ser extenso. Cuando estudié en el IPN[1], escogí el área de psicología clínica, en la que era un requisito, en ese entonces, hacer prácticas durante un año en una institución de salud mental. Yo elegí un psiquiátrico de la ciudad de México porque quería conocer de cerca los llamados “padecimientos mentales”. Mi visión sobre los mismos era muy romántica, simpatizaba con la antipsiquiatría y las ideas de Foucault sobre la locura, pero quería formarme un criterio con la experiencia por delante y no solo con teoría.
El año que pasé haciendo prácticas cambió totalmente mi visión, una cosa es analizar en la teoría y pensar mil cosas y otra es ver a las personas que sufren cuando tienen crisis psicóticas y creen, en serio, que la calle los va a aplastar, que las personas son lagartos disfrazados que los pueden comer o que están a punto de ser electrocutados.
La esquizofrenia debe ser una de las enfermedades mentales más mitificadas, por la poca comprensión que ha habido a lo largo de la historia a diferencia de otros padecimientos. Yo aprendí que las alucinaciones y delirios eran reales para ellas y ellos, pero también que, a diferencia del cliché de un psiquiátrico con pacientes en camisas de fuerza, una persona que padece esquizofrenia no tiene episodios psicóticos todo el tiempo y cuando obtienen tratamiento a tiempo, la enfermedad se puede controlar. Por supuesto afecta la cotidianidad y exige una adaptación para el individuo y sus redes más cercanas, como sucede con otras enfermedades como la diabetes, pero en ambos casos, con un buen tratamiento, la detección temprana, la adherencia al tratamiento y una red de apoyo, se pueden lograr cambios hacia una mejor calidad de vida y tener una vida común.
¿En este panorama, el género tiene cabida? Me preguntaba constantemente, era una aprendiz y era tímida para proponer o compartir mis reflexiones, pero como la estudiante fuertemente influenciada por el feminismo, la teoría de género y la forma en que opera en la psicología, me interesó saber sobre el papel que juega el género en la salud mental y en específico cuando se padece esquizofrenia.
En ese tiempo comencé una investigación con la idea de convertirlo en el tema de mi tesis, que después tuve que cambiar por motivos institucionales, pero mi primer acercamiento hacia la díada – género y esquizofrenia, fue muy interesante. Primero me di cuenta de que en México no había investigaciones al respecto, compré algunos artículos del Instituto Nacional de Psiquiatría con el nombre “Esquizofrenia y género”, pero al darles lectura me di cuenta que se confundía el termino género con sexo y se discutía en los documentos sobre cuestiones biológicas. Sin embargo, encontré algunos textos de Cleveland que se habían planteado preguntas parecidas a las mías que desarrollo acá.
Para explicar la esquizofrenia, han existido diferentes hipótesis; algunas hacen hincapié en el aspecto biológico y los factores hereditarios, otras en los vínculos y las relaciones familiares, otras se enfocan en los resultados de los medicamentos etc. Pero sobre las causas de este padecimiento al menos existe un consenso, es aceptado por la mayoría de los expertos que se trata de un fenómeno poligénico y multifactorial, es decir, que existe un fuerte componente hereditario, producto de la interacción de varios genes, lo que hace a los familiares de personas con esquizofrenia grupos vulnerables, pero también multifactorial, es decir, que no se puede explicar solo por factores genéticos sino por otros psicológicos y sociales.
A pesar de este contundente consenso, en el que se reconoce la influencia de factores psicológicos y sociales, son más frecuentes las investigaciones de corte biologicista. Naser, Walders y Jenkins (2002) destacan que en la “década del cerebro” (ubicada entre 1990 y 2000) predominó la tendencia de investigaciones de corte biomédico y neurobiológico en el caso de la esquizofrenia, y aunque destacan que estos enfoques han aportado avances importantes en materia de tratamiento, se ha descuidado el papel de los factores socioculturales en la presentación y curso de la enfermedad. Estos autores hacen hincapié en que esta brecha es evidente al notar que existen muy pocas investigaciones sobre la relación entre género y esquizofrenia.
Una de las hipótesis de género, con casi nula investigación, tiene que ver con la forma en que aparece la enfermedad. Es aceptado que existe una diferencia entre hombres y mujeres en cuanto el inicio de la enfermedad: por lo general en los hombres la esquizofrenia aparece entre los 15 y los 25 años a diferencia de las mujeres en donde aparece entre los 25 y 30 años. La hipótesis biologicista aceptada y difundida ampliamente es que “las hormonas protegen a las mujeres”. Lo que se empieza a poner en la mesa, pero aún carece de investigación, es considerar la forma en que se relaciona el género y el factor detonador.
Para que la esquizofrenia aparezca debe haber un detonador que suele estar acompañado de un intenso estrés; el detonador puede ser un evento traumático, la pérdida de un hijo, un divorcio, un duelo intenso. Estos eventos se viven de manera diferente por hombres y mujeres, por la estructura social que exige o demanda ciertos comportamientos para unos y otros. Yo pude comprobar en mis prácticas que, en algunos casos, el evento detonador en los varones comúnmente se asociaba con la perdida de trabajo, la presión de convertirse en “buen hombre, proveedor” etc., y en el caso de las mujeres, la pérdida de un hijo, el divorcio, la viudez etc., situaciones que se pueden vivir con un intenso estrés, por el aprendizaje extremadamente rígido de los roles de género.
Desde mi perspectiva, la veracidad de esta hipótesis tiene un peso importante, tanto en el entendimiento de los padecimientos mentales, como en la intervención que se realiza en un tratamiento psicológico que debe integrar una visión de género. Si es cierto que el inicio de la enfermedad tiene que ver con lo que percibimos como evento estresante según el género, podríamos decir con todas sus letras que el género no solo enferma sino que puede llevar a la psicosis. Pero para que se generen las investigaciones cualitativas y cuantitativas necesarias para poner el tema en discusión es necesario que los profesionales de la salud mental tomen con seriedad el tema de género, escenario que abre otras discusiones, como el machismo que se vive en las instituciones mentales, las teorías psicológicas y el marco psiquiátrico que no tiene lente de género y un largo etc., de obstáculos que habría que brincar para encarar la díada – esquizofrenia y género.
Profesionales de la salud, ¿Estamos listos para cambiar nuestras instituciones y tomar con seriedad el género? ¿Este será un grito al vacío o una lucha en soledad, o encontraré eco en otros colegas? Esquizofrenia y género sí bailan juntas y nos toca descubrir sus pasos, sus encuentros y desencuentros.
Bibliografía:
Nasser, E.H., Walders, N., Jenkins J.H., (2002) The Experience of Schizophrenia: What’s Gender Got To Do With It? A Critical Review of the Current Status of Research on Schizophrenia. Vol. 28 No. 2. Department of Anthropology, Case Western Reserve University, Cleveland. OH.
[1] IPN. Instituto Politécnico Nacional. Institución de educación Universitaria y pública en México
** Eliza Tabares – Mexicana radicada en CDMX, psicóloga y psicodramatista. Es directora y terapeuta en Centro de Atención Psicológica, Arte y Consultoría A.C. Síguela en Facebook Twitter e Instagram