Si la rutina no me mata, el virus sí

Por: Ximena Márquez*

¿Fue el calor o el frío? ¿Las estaciones o el calentamiento global? ¿El animal o el humano? ¿Fue Estados Unidos o China? ¿Y el paciente cero? Comenzar con el origen sólo para victimizarme a causa de la cuarentena ¡Estúpido virus! Por tu culpa he dejado de dormir, he dejado de bañarme, convivo más con mi familia y creen que soy una huevona cuando en realidad sólo intento encontrar el argumento de Palinuro de México. Y allí está Del Paso, hablándome sobre Londres, Paris y la Escuela de Medicina, de las cantinas que visitó y el sexo. Quiero lo mismo, quiero tragarme un ojo de vidrio y reírme a carcajadas cara a cara con mi mejor amiga. Llenarme de piojos, no importa. 

Mi perro murió la semana última antes de la cuarentena y sólo pienso: “qué sería de ti si tú salud estuviera bien, qué sería de mí y de nosotros”. Pasearse por los parques sin una sola mascota es insultante para algunos médicos, quienes, en un video de Facebook dicen “los humanos merecemos la extinción” y ponen en duda su profesionalismo. Porque, si yo fuera médico, (mediocre, como lo soy en cualquier carrera) hubiera renunciado, no salvaré vidas a la gente que ignora por voluntad propia las medidas de salud, ahí se ven. Con tanta pachanga, que el mariachi por el Campanario y camino a San Miguel de Allende, no dan ganas de sacar adelante el país, ¡que se mueran los bobos! Mientras tanto, en los DM de mi madre, que tiene un negocio en línea de piñatas, dos mujeres necesitan una caja gigante en forma de cubo de Mario Bros. “Pero señora, estamos en cuarentena”. “No importa” contesta ella, “es para los regalos de mi hijo”. Vaya, señora, ¿pues qué le regalará a su hijo si su piñata no cabe en el  coche? 

En la madrugada, cuando la ansiedad ataca y me da por salvar el mundo, comienzo a leer las noticias. Hemos superado los tres mil casos y las trescientas muertes, las conspiraciones mundiales ayudan a la creencia de que le tenemos ventaja al virus, “jaja, estúpida pandemia, ya vi que eres un invento del gobierno europeo que quiere apoderarse de todos los continentes”, las aguas en Venecia están limpias, los monos salen de su escondite por las playas de Acapulco y mi vaso de agua está vacío. Me levanto para ir al baño y me percato de que el ventilador altisonante de mi padre parece avión atrapado.

Mi mejor amiga me habla, y me dice que le va a dar algo porque ya no soporta ser juzgada por su madre. “¿A qué hora te estás levantando?” le pregunto, a sabiendas que, cuando éramos libres, durmió el día entero hasta las siete de la noche. “A las tres de la tarde”, me contesta y carcajeo. A continuación, comienza un alternado en el que ella me tacha de egoísta por pensar que hay familias que mueren de hambre y no del virus, porque la economía ya está afectando a los dueños de pequeños negocios cuya renta es mayor a los cinco mil pesos y que no les perdonan ni un mes sin pago a los locatarios.

El día siguiente, confirmo mi teoría porque me llega un mensaje de mi gimnasio en el que explican su situación y proponen una idea: la anualidad a tres mil cuatrocientos pesos, se cobrará cuando vuelvan a abrir sus puertas y, mientras tanto, sus clientes tendrán clases VIP en línea. Se lo digo a mi madre, quien lo rechaza porque andamos cortos de dinero y la condición física ahora es lo que menos importa. 

Y comienzo a pensar en mis clases, o en la falta de ellas. Mis maestros me han pedido abrir sesión en Classroom pero nunca mandaron una actividad, una sesión o si quiera me han explicado de qué va el queer literario. Me he puesto a investigar por mi cuenta, que Antígona González es una reescritura de la Antígona de Sófocles y que habla sobre los muertos que desaparecen a causa del narcotráfico. Me he equivocado por casi medio año creyendo que un día me lo dirían en el aula, los desaparecidos de Antígona no son los 43 estudiantes. Hasta el momento, mi conocimiento ha estado estancado, he dejado de reconocer que estudio literatura y mi cerebro sólo me ha convencido de creer que estaría mejor en la carrera de psicología. Comienzo a leer Barthes para sentirme menos inútil, cuando en realidad, todavía me cuesta trabajo comprender la deconstrucción y por ello decido quedarme en La Muerte del Autor. De qué me sirve, si mi falta de autoestima se ha visto afectada por la misma falta de apoyo moral que amigos y conocidos me hacían tras elogiar mi forma de bailar Tusa en los antros. 

Por último, he abierto lazos con gente con la que nunca había hablado. Mi feed en What’s App e Instagram está repleto de mensajes de hombres esperando la oportunidad a que les mande una nude o comience, por lo menos, el sexting (o en el peor de los casos, preguntarles qué tal estuvo su día). Decir que no lo intenté sería una mentira, pero me vi en la necesidad de buscar imágenes en Google de mujeres desnudas y, arrepentida, decirles que no estaba en el mood. De todos modos, ver penes no es agradable. “¿Cómo no sentir asco cuando ves fotos de hombres desnudos?” Yahoo respuestas. Me doy cuenta que el problema es que sólo yo me considero sexy y me dedico, entonces, a verme en el espejo. La mañana siguiente, somos dos desconocidos, ellos se dedican a hablarle a otra chica para recordarle cuánto la quiere y yo continúo con mis escritores mexicanos que escriben novela erótica. 

¿Cuál sería mi recomendación para prevenir el aburrimiento en la pandemia?

Saber manejar un automóvil aunque sea para ir al supermercado. La Comer sana la depresión porque no existe nada más provocativo que ir solo, ver los pasillos vacíos y ordenados, oler el limpio suelo en la zona de higiene personal, y oír a esposos desesperados hablando por teléfono con sus mujeres porque no entienden qué es lo que necesitan. Las familias que vinieron juntas se separan y entran individualmente, allí están los adolescentes dando vueltas por los refrigeradores esperando a que su madre termine las compras. De regreso a casa, me lavo las manos, preparo el agua de tamarindo mientras está la comida y me quito los tenis. Sí, es entretenida la cuarentena cuando la soledad es compartida. Prendo la televisión, entro a mi cuenta de Netflix y allí está Cillian Murphy, enamorándome al ser un gangster Shelby, pero en lugar de eso sigo mis recomendaciones de amigas y Twitter. Quizá, La Casa de Papel nos salvará del caos.

 

Ximena

*Ximena Márquez. Estudiante en la Licenciatura de Estudios Literarios, UAQ. Feminista y hermana.

 

 

 

 

 

 

 

**La imagen que acompaña este texto es de:  @harmonywillowart

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