Por: Clio
El viernes 13 de marzo de este 2020 se nos anunció que comenzaría el día lunes una cuarentena, aunque aún no se nos informaban los por menores de cuáles y cómo serían las restricciones, la población se aterrorizó, salió a los supermercados a hacer compras de pánico y a despedirse de sus familiares. Mientras que el gobierno del país donde me encuentro se ponía de acuerdo para dar su informe el día domingo, se nos recomendó mantener la calma y una extrema limpieza tanto personal, como en nuestros hogares.
Las personas nos disponiamos asustados a acatar las reglas que aún no eran claras. Estaríamos un mes encerrados, y necesitaríamos de mucha fuerza, calma y limpieza. Entonces me asusté bastante, cómo lograría llevar a cabo una cuarentena lejos de casa, de mi familia, sola, en un departamento al cual recién me había mudado tras una ruptura con quien casi sería mi esposo?, ¿cómo sobreviviría a mis pensamientos? Los cuales en el momento me estaban traicionando con ideas negativas.
Decidí tomar fuerza y seguir la primera parte: limpieza profunda. En medio de mi labor me distrajo el cantar de una ave que se escondía en el árbol enfrente de mi ventana, que junto con la primavera iba reverdeciendo poco a poco retomando su belleza y entonces lo supe, esa fortaleza la retomaría de perdonar mi pasado y así como la naturaleza no sabe de epidemias y de cuarentenas, ésta resplandece de nuevo dejando detrás las sombras que provocan los fríos vientos de invierno.
De esta manera que me enfoque en dejar atrás mi pasado sin antes reconciliarme con él y la mejor forma de hacerlo era escribiendo sobre eso que me lastimaba a pesar del tiempo.
Nací en una familia en la cual el padre emite frases como “lastima, fue una niña”, o “son afortunados que bueno tuvieron un varón”. No lo hace de mala fe, lo hace reproduciendo las mismos comentarios que a la vez sus padres usaban: “ah! otra vez mujer, provecho para el prójimo”. Estas ideas se han mantenido en mi inconsciente y a pesar de que hoy en día tengo otra mentalidad, e incluso me considero feminista, no puedo evitar preguntarme cada que veo una familia con solo hijas, si es que el padre se sentirá desdichado por ello.
Mi niñez como la de muchas otras mexicanas fue determinada por un machismo invisible que contamina nuestra educación. No obstante, sin saberlo esta niña luchaba desde los 3 o 4 an͂os tercamente por estar a la altura de sus hermanos, dos varones más grandes por varios años. Mi madre, quién siempre quiso tener una niña para enseñarme a ser una señorita bien educada, delicada y tierna: una buena ama de casa; en cambio se encontró con la sorpresa de que su única hija quería actuar igual que sus hermanos, quienes gozaban de todas las preferencias por ser mayores y por ser hombres.
Mi madre no lo hizo a propósito, o al menos me gusta imaginar que no actuó porque me quisiera menos, y que de manera inconsciente solo nos educó así, siguiendo el padrón de educación que ella recibió, “tal cual debía ser”.
Desde los tres an͂os me negué a usar vestidos y a jugar como niña, exigía cochecitos en lugar de muñecas, quería subir árboles en lugar de ayudar en la cocina, quería sentarme libremente como ellos, en lugar de mantener “una postura de señorita”.
Si puediera decirle a esa niña, que todo esta bien, que solo sea fuerte, que mamá la quiere, pero no sabe cómo reaccionar ante su decepción, podría haber evitado muchos días de fuertes depresiones y de llantos. Habría evitado odiarme durante mucho tiempo; me habría aceptado y querido más, habría evitado resolver mis problemas y frustraciones con comida, y con eso una obesidad infantil, la cual me trajo otros problemas con niños en la escuela que gustaban de burlarse de niñas como yo. Le diría que no se odie por ser gordita porque en la adolescencia perdería todo ese peso y esos chicos burlones le rogarían que saliera con ellos, se disculparían y escribirían para invitarla a salir.
Le diría que lea, que en los libros encontrará todas las respuestas que está buscando, que entre sus páginas se explicará el por qué de su actuar, le diría que practique deporte porque no sólo es para varones, que éste le enseñaría a ser más perseverante y aguerrida, que aunque papá compraba todo el equipo de boxeo o de ciclismo para sus hijos varones, al final la ciclista sería yo, y que a través del ciclismo mi padre se sentiría bastante orgulloso de mí, aunque nunca lo haga notar e incluso, mostrará sus fotos de las competencias y sus trofeos a todos sus conocidos.
Si hubiera podido hablarle a esa madre, le hubiera dicho que esta bien, que no se preocupara, que su hija no tiene un problema mental, que esa niña necesita cariño y aceptación, que esta confundida porque en su alrededor hay dos hermanos distrayéndose. Ella únicamente quiere jugar con ellos, y sobretodo desea ser aceptada por ellos.
Le diría a esa señora que no se burle de la niña por su sobrepeso, le diría que no sea cruel y no ponga en contra de ella a sus hermanos porque sólo estará generando mayor rechazo y baja autoestima en la pequeña.
Le diría también que esa niña necesita de una amiga, de muestras de cariño y no una enemiga e insultos, que necesita una aliada para comprender el mundo, y no ideas religiosas que la obligarán a rechazar su cuerpo y más tarde su placer sexual. Le rogaría que no le diga a una adolescente que a los hombres se les debe complacer en la cama para mantenerlos a nuestro lado, que no hay que fingir aún cuando no se es feliz, sólo por el miedo a la soledad.
Y por último le agradecería porque muchos an͂os adelante aceptaría cambiar su mentalidad, aunque vaya en contra de sus principios religiosos y aceptaría entrar en diálogo con esa niña ya hecha mujer, aconsejándole que no se case si no está convencida y empujándole a seguir sus sueños, aceptando que siempre ha estado orgullosa de los desafíos que ha aceptado y vencido, pero a la vez estuvo envidiando el valor para tomar desiciones complicadas para lograr una vida independiente y llena de aventueras. Y sobretodo le diría que lamento que ella haya tenido una vida difícil debido a un machismo violento por parte de su padre.
Si pudiera hablar con el padre de esa niña, le diría gracias, gracias por apoyarla en sus desiciones. Gracias por defenderla cuando su madre la insultaba. Le diría que sea paciente y así como el tiempo lo cura todo, también permitirá que su hija desorientada encuentre el camino. Le diría gracias que nunca le quitó el apoyo ante sus rebeldías. También le diría que no esta mal mostrar cariño, que sus hijos necesitan saber que él los quiere.
Al final leer salvo mi vida, leer me explicó el por qué de todas mis dudas y acciones y sobretodo, el por qué de mis problemas, a través de la historia, de las narraciones de novelas me identificaría con algunos personajes en lo qué quiero de la vida y en lo que no, me enamoraría de lugares que sólo conocía en los filmes y que lucharía para llegar ahí. Y lo más importante, a través de la escritura me reconciliaría con mis padres y conmigo misma. Aceptando que las formas de educación de nuestros padres no son más que repeticiones de de modelos educativos que permanecieron inmermes durantes siglos en países como México, donde su historia lo ha mantenido ajeno a rompimientos fuertes con el pasado, tanto en lo político como en lo social.
Pero nos toca a nosotros, las nuevas generaciones que hemos gozado de una formación educativa hacer esos cambios, pero no sólo en la sociedad sino dentro de nuestas familias y con nuestro interior.
La cuarentena nos deja precisamente el tiempo para hacer reconciliación con nuestro pasado y una reconstrucción de nuestro interior para fortalecernos.
Aviso: El texto anterior es parte de las aportaciones de la Comunidad, bajo el tema Viviendo la pandemia: crónicas feministas en primera persona. La idea es dar libre voz a lxs lectorxs en este espacio. Por lo anterior, el equipo de Feminopraxis no edita los textos recibidos y no se hace responsable del contenido-estilo-forma de los mismos. Si tú también quieres colaborar con tus letras, haz clic aquí para obtener más detalles sobre los requisitos.