Palabras: Aletheia González*
Ilustración: Lucy P. Tejeda**
Antes de aprender a moverme por el mundo, aprendí a moverme por los territorios. Mi madre cargando una maleta grande, mi hermano y yo con una mochila en la espalda -cargando lo más esencial- y mi padre decidiendo a qué ciudad deberíamos mudarnos. Fue así como mi familia y yo partimos de León Guanajuato con dirección a la ciudad de Tijuana; para cruzar ilegalmente la frontera y conseguir trabajo. En el trayecto nos frenó el miedo, escuchamos historias que hablaban de la border patrol, de las deportaciones, las detenciones y las muertes de migrantes por el desierto. Desplazamiento forzado, así fue, pero mi familia y yo nos adaptamos a la condición migratoria como pudimos y de acuerdo con nuestros tiempos y procesos.
La segunda movilidad se conecta con el despertar espiritual de mi familia, lo entiendo como un desplazamiento a través de los símbolos y saberes religiosos visitando diferentes iglesias; católicas, protestantes, testigos de jehová y pentecostales.
La intención en estas exploraciones se puede leer como un intento por reactivar nuestra esperanza. De crear lazos colectivos a pesar de la sensación de marginación y pobreza experimentada en esos momentos de deslocalización. Frecuentar la misa de los domingos, convivir con herman
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Tercer desplazamiento, esta vez por las calles, buscando un hogar en dónde florecer. Resistir y sobrevivir a una ciudad acostumbrada a pagar la vida en dólares, el mercado de bienes raíces es un ejemplo de cómo opera las violencias de clase porque obliga a las personas que no encarnan los valores meritocráticos de éxito financiero a habitar las zonas de lo no leíble, de aprender a ubicarse en los márgenes de la ciudad para no ser visto por lxs turistas estadounidenses o la clase media tijuanense. Recuerdo todo ese ir y venir, los desplazamientos que se sentían como un juego infantil; los cambios de casa, las deambulaciones matutinas por las calles de Tijuana, en aquella década de los noventa, buscando encontrar una renta barata; la cara de cansancio y preocupación en el rostro de mi madre al ver que el dinero no alcanza, que la gran mayoría de las casas y departamentos en la ciudad se rentan en dólares. La práctica normalizada del tijuanense promedix, que automáticamente transforma sus pocos pesos a dólares, toda una vida de productividad sin detenerse y cuestionar la lógica colonial y capitalista de saqueo y explotación de los cuerpos.
Cuarta migración, esta vez en las relaciones amorosas, entender después de la segunda relación, que los cuerpos leídos como hombres y modelados por el patriarcado están destruidos emocionalmente, que están acostumbrados a usar la energía de las mujeres para su beneficio y comodidad, que no hay una pisca de responsabilidad afectiva. Tomar la decisión de ser mi mejor amiga, amante y relación en la vida. Priorizarme a mí por sobre todas las cosas para después comprender que es necesario conectar en comunidad para fluir bonito y no perder la esperanza de amar y amarme.
Quinto desplazamiento, ahora desde mi sexualidad. Reconocer mi bisexualidad, amar a otros cuerpos disidentes de la heterosexualidad obligatoria. Aceptar la bestia sombra de mi identidad, decirlo a los cuatro vientos y entender, sorprendida, que hay bifobia en los movimientos sociales, que asumirse bisexual todavía provoca las muecas de algunas compañeras y compañeros que ven con sospecha el cuestionamiento al monosexismos. ¿No es curioso cómo mi experiencia migratoria crea en mí una especie de subjetividad nómada? (Braidotti, 2004) Este devenir bisexual me permite apropiarme de mi cuerpo, vivirlo y sentirlo después de años de adoctrinamiento religioso patriarcal que niegan mi erotismo. En ese sentido reivindicar mi bisexualidad es un paso al frente, es afirmar la importancia de mi existencia como mujer migrante, disidente religiosa y obrera. En palabras de Audre Lorde (1984) “es afirmar el potencial creativo de mi erotismo.”
Migrante de los movimientos sociales, identificarme con el pensamiento socialista en mis tiempos de estudiante, después militar en el feminismo. Conectar con diversas posturas feministas, alejarme de los espacios donde no me siento segura para reivindicar mi derecho al “buen vivir” (Guzmán y Paredes, 2014), de comprometerme a construir redes éticas para aprender de la complejidad de las diferencias entre mujeres.
De desmontar privilegios y escuchar a otras y otrxs cuerpos. Me permito dudar y auto cuestionar mis paradigmas de lucha y militancia feminista, de sostener y sostenerme con las mujeres.
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Cambios de espiritualidad, cuando deja de tener sentido para mí la idea de un Dios hombre, blanco y heterosexual. Cuando salí del hogar del padre para reencontrarme con la figura de la madre, para salir de la violencia sexista y florecer en otros espacios. Cuando exploré la divinidad en mí y en otros cuerpos. Cuando se me reveló que otras fuentes de despertares de conciencia eran posibles. Las meditaciones, las conversaciones a profundidad con amigas y compañeras de otros contextos y latitudes. Ellas me hablaron de la red de la vida, el tejido de las experiencias y la importancia por no disociar nuestros cuerpos, pues es en ellos donde confluyen y se entreteje nuestra energía creativa, espiritual y pensante. Lograr conciliar mi militancia feminista con la dimensión espiritual. Conocer del feminismo comunitario y abrazarlo como discurso y práctica política. Conocer del feminismo radical de la diferencia y comprender, mi relación con el patriarcado occidental. Comprenderme en el feminismo anarquista y la posibilidad de relacionarme y cooperar fuera de las lógicas totalizadoras y utilitaristas del capitalismo. Aprender y repensarme desde los diversos feminismos.
En este camino no tengo un hogar definido, mi hogar es un no lugar. He aprendido a familiarizarme con la errancia; aprendo, conspiro y resisto con otras mujeres migrantes cuya vida está marcada por el fluir de las experiencias. Juntas habitamos la contradicción e imaginamos nuevo
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Porque ser errante es no tener un hogar definido y claro, deshacerte de la idea de poseer una propiedad, una casa o un espacio propio; errante es cargar una mochila en la espalda y florecer en diferentes lugares y contextos, habituarse a experiencias de movilidad y peregrinaje. Errantes es una posibilidad de acción política pero también es el efecto de la marginación y precarización que vivo diariamente como mujer de clase trabajadora en una ciudad fronteriza.
Errante es una invitación a la imaginación política, a la posibilidad de definir y simbolizar el mundo a través de un nuevo vocabulario, una nueva simbolización que desestabilice el orden binario, eurocéntrico y colonial. Errante es la posibilidad de crear fisuras, es un sitio de
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Referencias
Braidotti, R. (2004). Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade. Gedisa Editorial.
Lorde, A. (1984). Lo erótico como poder. Mary Judith Ress, Ute Seibert-Cuadra y Lene Sjorup (edi.) Del Cielo a la Tierra. Una Antología de Teología Feminista. Sello Azúl. Editorial de Mujeres.
Paredes, J., Guzmán A. (2014). El tejido de la rebeldía ¿Qué es el feminismo comunitario? Comunidad Mujeres Creando Comunidad.
