«Si no me narro no existo y una parte del mundo, desaparece: la auto-etnografía»

Hilda María Cristina Mazariegos Herrera*

Entre extranjeras te veas: Hilda

Hilda Lucy Villatoro Flores, se llamaba mi abuela materna. Nació el 29 de agosto de 1930, en Cobán -bueno, eso decía ella. Es que en esta familia, las mujeres, sobre todo, hemos nacido donde nos ha dado la gana, más de una vez-. Sí, me llamo Hilda por ella. Llevo a mis abuelas en mis nombres. Ya se imaginarán lo que eso ha significado. No es poca cosa decir que me llamo Hilda por mi abuela materna y Cristina por la paterna. «La María», esa sólo por mí. Bueno, mi abuela nació en Cobán, Guatemala, en la región Central pero su pueblo es Santo Domingo en el departamento de Suchitepéquez, Guatemala. En náhuatl significa «en el cerro de las flores».

Entre una y otra región hay siete horas de distancia, aproximadamente. No conozco Cobán, pero un día iré a tomar café con cardamomo, caminar por las calles que mi abuela caminó y respirar el aire del que se enamoró y por el que quiso nacer ahí. Hace un par de años, fue a Santo domingo. Caminé algunas de sus calles, estuve en casa de mi bisabuela. Pisé la tierra rodeada de grandes árboles de cacao y me despedí de a poquito de una parte de esa tierra que fue mía.

Mi abuela fue maestra de Ciencias Naturales y Lengua y literatura, estudió Filosofía y Letras en la Universidad de San Carlos. Tuvo una hija en medio de sanciones sociales por ser madre soltera y ser “negra”.  Prejuicios muy presentes, hasta ahora, en la memoria corporal de mi madre- recuerdo que cuando yo era pequeña, me contaba sus intentos con la plancha por hacer desaparecer los rizos de su cabellera-. En fin, para mi abuela, no fue cosa fácil decidir tener sola a una hija en la Guatemala de los años 50. Huyó de su país hacia Chiapas, así llegó a México, desde ese momento este país se convirtió en su refugio. Tiempo después, con su hija en brazos, regresó a Guatemala, sin imaginarse que años más tarde, una guerra se atravesaría y cambiaría su vida y la de mi madre y, determinaría la mía. Tanto así que un día me encontré en esta ciudad que es tan ajena a mí como tan mía,  a la que llegué del sur por azares del destino y me quedé  para trabajar con y sobre mujeres creyentes que luchan.

Después de tener a su primera hija, se casó con el Lic. Juan Francisco Herrera Muñoz, – ¡le encantaba que le dijeran licenciado!- Don Paco, -como también le gustaba que lo llamaran- nació en Antigua, Guatemala. Él sólo tenía un lugar de nacimiento y se enorgullecía al decirlo. Era abogado, cantante de boleros y escritor. Escribió cuatro libros, entre ellos: «Leyendas antigüeñas» y «Jesús murió en Milpas Altas», un libro de leyendas e historias de una comunidad indígena en Santa Lucía Milpas Altas en el departamento de Sacatepéquez, Guatemala. Cada una de sus nietas tuvimos nuestro propio cuento escrito por él, – estoy intentando recuperar el mío, lo leí hace tanto que no recuerdo qué decía. Debe estar en uno de los tantos baúles que guardan nuestra historia y que hemos dejado en distintos lados porque cuando se es migrante, aprendes a llevar poco y construir tu hogar pegadito a la espalda-. Tuvieron dos hijos y dos hijas. La mayor de los cuatro es mi madre. La negra, como le decimos quienes la amamos, reconocemos su historia y el orgullo de tener una raíz de cabello rizado y una piel canela. Luchadora y sobreviviente. Esa es otra historia que, quizás, en otro momento les contaré, cuando el corazón y la entraña puedan liberar las palabras.

Mi abuela Hilda, dedicó su vida a la enseñanza y a la oración, – una en la mañana, una por la tarde y otra por la noche. Era devota del Sagrado Corazón de Jesús, del Cristo Negro de Esquipulas y la Virgen de Fátima-. Recuerdo que de niña me hincaba frente al Sagrado Corazón de Jesús y hacíamos oración. Por ella fue que yo elegí bautizarme a los 9 años. Imagínense la sorpresa de mi madre cuando se lo dije, ella que no me quiso bautizar, ni inculcarme algún tipo de religión, porque yo debía hacerme mi propia visión del mundo-. Pues nada, se la bancó, y ahí estaba yo a los 9 años siendo bautizada. Años después, mi abuela y yo tendríamos incontables discusiones sobre el tema religioso frente a la imagen del Sagrado Corazón que funcionaba como intermediario. Mi abuela y yo éramos tan parecidas en algunas cosas y tan distintas en otras. Hasta ahora estoy entendiendo nuestras distancias y cercanías. No es casualidad llamarnos igual. Para miabuela su fe y sus oraciones le dieron fuerza cuando el cáncer llegó. La impulsó de una manera que nos sorprendía, era activa y muy conocida en su parroquia. Cuando mi tío Paco, el menor de sus hijos murió, fue esa misma fe la que la levantó.

Mi abuela y yo éramos tan parecidas en algunas cosas y tan distintas en otras. Hasta ahora estoy entendiendo nuestras distancias y cercanías. No es casualidad llamarnos igual.

A mi abuela, le gustaba pintar sobre tela y sentarse a tejer en su sillón de terciopelo rojo desgastado. De repente, junto a sus amigas de la iglesia, se echaba una copita de licor de Nanche, del que, cuando podíamos, le llevábamos de Teopisca, Chiapas, y que guardaba celosamente en su reserva. Murió un 19 de julio del 2009. Ni mi madre ni yo pudimos estar cuando sucedió. Viajamos casi 30 horas para llegar unos días más tarde, sin pensar que exactamente diez días después, mi abuelo moriría mientras sonreía al ver hacia el sillón de terciopelo rojo donde ella pasaba sus tardes tejiendo. El día en que terminaba el novenario de la abuela, él dijo que no sabía si podría aguantar estar tanto tiempo sin «su Lucita» y que: «por cierto, Chapis, su abuela le mando saludos», -me dijo cuando regresó de dejar las flores en el panteón-. Él la seguía viendo. Así pues, un julio de hace doce años mi abuela y Don Paco, agarraron camino para otras tierras u otros cielos. 

Viendo hacia atrás, me doy cuenta de cuánto de mi linaje femenino llevo en cada poro de mi piel, en la forma de mi nariz y en la determinación de vivir la vida con pasos firmes aunque haya asedio y dolor; cómo ha impactado en mi tema de investigación y la forma en la que trabajo con y sobre las mujeres evangélicas, como agentes. Las mujeres de mi vida están encarnadas en mí. En mi propia historia y en la de otras que, a lo largo del camino, se han unido.

Las mujeres de mi vida están encarnadas en mí.

Mi ejercico antropológico no podría explicarse sin la escritura, no solo porque es parte de nuestro trabajo, la escritura como fuente de resistencia es el arte que yo creo para visibilizar realidades ocultas tras las hegemonías; me ha servido para plasmar mi voz y dialogar con otras voces; para dejar registro de otros mundos y otras mujeres que, como yo, muchas veces han vivido desde los márgenes.

Yo soy Hilda, soy cobanera y mis venas corren por Suchitepéquez. 

Nota editorial: Este texto es la segunda entrada de Cristina Mazariegos Herrera donde narra su experiencia cómo científica social, y sus experiencias en el campo de las emociones, y de su propia etno-grafía. Puedes leer la primera parte en : “La escritura etnográfica y las emociones como fuente de resistencia(s)”. Las referencias son parte de ambos textos.


Referencias:

Anzaldúa, Gloria, (2016), La Nueva Mestiza, Ed. Capitán Swing, Colección Ensayo, Traducción Carmen Valle.

Bourdieu, Pierre,. 1973. El oficio del sociólogo, Siglo XXI Editores

Collins, Patricia, (2012), “Rasgos distintivos del pensamiento feminista negro” en Mercedes Jabardo (Ed.) Feminismos negros. Una antología, Traficantes de sueños, pp. 98-134.

 Ellis, Carolyn, Tony E. Adams y Arthur P. Bochner, (2019), “Autoetnografía: un panorama” en Bénard Calva Silvia M (Comp), Autoetnografía. Una metodología cualitativa Universidad Autónoma de Aguascalientes Universitaria Aguascalientes, Ags., El Colegio de San Luis, pp. 17-42.

Jabardo, Mercedes (Ed.) (2012),  Feminismos negros. Una antología, Traficantes de sueños.

Jacobo, Herrera Frida, Hilda M.C Mazariegos Herrera y Marco J. Martínez-Moreno (2021), “Etnografiar emociones como parte de la construcción del conocimiento etnográfico: propuestas, retos, puntos de encuentro y desencuentro, ponencia presentada en el VII Coloquio de investigación “Las emociones en el marco de las ciencias sociales, RENISCE”, Formato virtual, 23, 24 y 25 de septiembre 2021.

Lorde, Audre, (1985), “La Hermana, la entranjera”, El Mall, Barcelona.

Mauss, M. (1936). Técnicas y movimientos corporales en Sociología y Antropología, (pp. 309-358.) Tecnos, Madrid.

Mazariegos, Herrera Hilda María Cristina (inédito) “El diario de campo encarnado. Apuntes para una propuesta metodológica para el estudio de las emociones desde y con el cuerpo”, Artículo a ser publicado en: Jacobo, Frida & Martínez-Moreno, Marco J. (Editores). Las emociones de ida y vuelta. Experiencia etnográfica, método y conocimiento antropológico. Editora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Autónoma de México (En prensa), México.

Mazariegos, Herrera Hilda María Cristina, (2020), Liderazgo(s) en movimiento. Ejercicio del poder de las mujeres metodistas de León, Guanajuato, México: Universidad de Guanajuato, GTO-Grapo, Grañén- Porrúa, México.

Sabido, O. (2010). “El ‘orden la interacción’ y el ‘orden de las disposiciones’. Dos niveles analíticos para el abordaje del ámbito corpóreo-afectivo” en Revista Latinoamericana de Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad, N° 3, agosto de 2010. Volumen 2. Pp. 6-17. Visitado el 15 de mayo de 2019. ( (https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=273220631002 ).


Hilda María Cristina Mazariegos Herrera

Es mujer, hija, amiga, hermana elegida, compañera, antropóloga social y maestra. Feminista migrante. Disfruta escribir y contar historias. Doctora en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa (UAM-I). Sus líneas de investigación son antropología de la religión– centrándose en el estudio de agrupaciones protestantes- evangélicas­­–, género y antropología de las emociones.

Es profesora en las licenciaturas de Antropología Social y Ciencia Política de la Universidad de Guanajuato y co-coordinadora del seminario “Las emociones de ida y vuelta: El registro etnográfico de la dimensión afectiva en la enseñanza”, dirigido por la Dra. Frida Jacobo Herrera en el Centro de Estudios Antropológicos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.