*Por Mónica Gotaire
Hace un par de días me invitaron a un huasipichai (en quichua), que en mi país es la fiesta de inauguración de una casa nueva. Dos amigues han decidido vivir juntes y fuimos a su casa.
Que fiesta tan bonita, que vibra tan bonita.
Y claro, como somos todas migrantes, diaspóricas, o como lo queramos llamar, a la vez que disidentes y un poco intensitas, nos pusimos a hablar estos temas (entiéndase: LOS TEMAS). En un momento de la noche una compañera me dijo: “tú eres española”.
Puñal en el pecho.
Dos horas más tarde y dos botellas de vino después, el tema seguía en la mesa y la herida seguía sangrando. Ante el dolor, la más sabia me dice: “a ti te duele que te digan que eres española por cómo se ha construido el ser española aquí. Pero si hubiera una posibilidad de ser española de otra manera no te dolería tanto”. Y por eso esta mañana me lancé a escribir esto.
España está construida sobre la idea de un nacionalismo que no se reconoce como tal. Una perversión. De bandera rojigualda, mejor con aguilucho que sin aguilucho (bandera franquista). Esta identidad está relacionada con pertenecer a una familia bien, tradicional de toda la vida, española de toda la vida y por supuesto blanca. Ser de aquí y ser una española bien, es no respetar el derecho de autodeterminación de los pueblos; odiar lo vasco, catalán, gallego y andaluz, aunque esto último se haya explotado durante el franquismo para crear la marca España. Es ser antigitana. Es ser de ir a misa y a las procesiones de Semana Santa. Vestir bien para aparentar. No ser muy ruidosas para no molestar a las vecinas, aunque luego las pongas a parir (criticarlas) y no les digas buenos días en el ascensor. Es ser muy de Bertín Osborne y su jamón y de Ana Obregón. De desfile el 12 de octubre, las Fuerzas Armadas y el Rey. Ser española es pensar que las hijas de los reyes son muy monas. Es saber quién es Tamara Falcó, y por qué se ha casado y cuánto ha costado su vestido. También es ser muy antimora porque ya se sabe que los moros no son españoles, aunque lleven aquí como yo, toda una vida. Es no ser maricón como Lorca. Ni lesbiana como Gloria Fuertes.
Ser español es ir de aliado/a de izquierdas, pero a la mínima tirarte el dogma civilizatorio encima en cualquier conversación. Es el orden y la ley. Es no reconocer la herida colonial, ni los daños, ni tener ninguna intención de reparar. Es ponerse de los nervios, exasperarse, por muy rojo/progre que seas si las migrantes te dicen que este país se construye sobre la represión de la migración. Es no entender por qué gritamos en las manifestaciones: “CIES, redadas, vallas y fronteras, así se construye la riqueza europea”, pero aún así corearlo. Es ser de izquierdas y muy obrero y muy anarka, pero no entender por qué pedimos la cesión del voto porque votar cuando no tienes papeles es un privilegio. Y no lo decimos por votar, sino por el reconocimiento de nosotras como sujeto político.
Ser española de bien es no querer entender porque necesitamos derribar los monumentos, por qué exigimos reparación, memoria, justicia y el reconocimiento de que sobre la esclavización y la trata de personas se construyeron muchas de las grandes fortunas y apellidos que hoy sostienen a esa España de bien.
Y es tan pero tan español decir : “yo no tengo la culpa de lo que hicieron los colonos hace 500 años”. Y quedarse tan panchos; pero eso sí llevando un pañuelo palestino al cuello.
Yo que no soy nada de eso, soy la no España, el no lugar. Ni de aquí ni de allá. Cuando la compañera me dice “tú eres española”, reniego, me rebelo, me sangra, me reboto. Porque yo no quiero ser española así.
Llevo aquí en España 37 años. Y creo que sé lo que sí es este país para mí.
La conexión con la tierra de las personas que viven en sitios como Asturias. Cómo aman su territorio, lo cuidan, lo protegen. Su historia obrera, siempre me imagino a esa gente de la huelga del 34 como auténticos héroes comuneros, que casi consiguieron hacer la revolución y luego fueron masacrados por el fascismo. En general tiendo a romantizar mucho la Guerra Civil española, creo que todas lo hacemos, lo que leí en la universidad, porque en el colegio apenas se menciona. El curso siempre se acababa en la EGB cuando tocaba hablar de España contemporánea.
Pero sí leíamos a Valle Inclán, otra cosa que me gusta y es para mí este país: un tipo capaz de reírse en medio de la tragedia política que le tocó vivir. O un tipo como Celaya y su poesía como arma cargada de futuro. No me digáis que esas palabras no han inspirado más de una vez vuestros manifiestos. A mí me resuenan siempre.
Pero volviendo a la tierra, esas montañas y en general todas las montañas del norte, esas tierras y la gente, la forma de tratarte cuando vas de visita. La conexión que generamos. Muchas personas allí, en Galicia y en Euskal Herria y Cantabria están profundamente conectadas con la tierra. He sentido el Guagua Pichincha volver a mí caminando por esas montañas; en esa humedad, esa lluvia fina, esa bruma que lo cubre todo a determinada hora de la tarde. He sentido mi tierra volver a mí y entrarme por las plantas de los pies y me he sentido conectada con la Pachamamita de nuevo. Y veo en sus formas esa ancestralidad salvaje: brujas, sangre, fuego, pieles de animal muerto. Y me fascina, siempre quiero volver para poder conectarme con los Andes que llevo en la piel.
Este país también es Ovidi Montllor, otro tipazo, con su “Homenaje a Teresa” y su “Perque vull”. Ojalá le hubiera conocido, le daría un besazo en la boca, un abrazo y me fumaría con él un cigarro: ¡Otra ronda de vino para mi amigote libertario y para mí! Le amo sin haberle conocido.
Es también la vida de mis compatriotas en los barrios, las fiestas que hacemos, la comida que preparamos y compartimos. Porque es distinta a la de allá: está hecha con ingredientes de aquí, y los llapingachos saben distinto, saben a tortillas de papa de la migración. Saben la lucha por salir adelante cada día contra viento y marea y mandar plata para allá. Saben a traerte a tus primos de vacaciones para que conozcan, y llevarlos a las playas e invitarles a paella. Saben la dolorosa despedida en el aeropuerto de Barajas, cuando lo que quieres en realidad es hacerte chiquitita y colarte en una de sus maletas para poder regresar a Ecuador.
Y sin embargo, luego quedas con las amigas a comer algo rico, porque fulanita está en un grupo de consumo y cocina de vicio y de temporada y las penas se hacen menos. O una amiga dominicana te invita a comer aguacates de allá acá, y te da tanto amor en su comida que los males se te olvidan, las distancias se acortan. “Un got de vi, un poc de engany” que cantaba Ovidi en “Carta a casa”.
Este país también es Serrat, que tuvo la culpa de que me enamorara en mi juventud de un hombre maravilloso que guitarra en mano me cantaba “Mediterráneo” como si yo fuera la única mujer sobre la faz de la tierra. Es también los años que viví en Barcelona y aprender catalán. María Mercé Marçal y su Tres voltes rebel. Recorriendo la Vall de Boí aprendí a amar el románico, y ya nunca nada volvió a ser igual en mis viajes después de visitar aquellas montañas. Y este verso gente: “Sota el meu llavi el seu, com el foc i la brasa”, de Joan Salvat Papasseit, de verdad que después de leer esto los labios de mis amantes ya siempre me parecen brasas ardiendo.
Este país también es los anarquistas y los comunistas con sus peleítas y sus carteles, dejándose la vida por la libertad: nuestra libertad. Escarbar siempre allá donde pisas y encontrarte historias hermosas, heroicas, de amor y lucha. Y las Mujeres Libres, sus asambleas y su dejar la calle abierta para las que venimos después. Y, hablando de señoras, también la señora Pilar , la madre de mi padrasto con toda su mala leche, que pasó tanta necesidad en la postguerra, viuda y con siete hijos. Ya mayor cuando yo la conocí, comía todos los días primero, segundo y postre y no perdonaba los 3 platos en la comida, mi padre decía que era porque en la guerra se pasó mucha hambre. Ella regentó un estanco en Vallecas y la atracaron unos “quinquis” como ella decía, en los 70 (la estanquera de vallekas). La señora Pilar también es este país. Y la sanidad pública, concretamente el área entera de hematología del Hospital la Paz, todas sus enfermeras, doctoras, celadoras, que me salvaron la vida cuando casi no lo cuento. Y la de mi abuela, ecuatoriana de pura cepa, pero con el corazón roto que vivió varios años más gracias al personal de cardiología de La Paz. Gracias por existir de verdad, gracias por estar ahí.
Sé que me dejo muchas cosas por escribir, me dejo Cabo de Gata, Níjar y el Valle del Jerte, me dejo a mi amiga Lola, que está muy loca.
No podría meter en unas pocas palabras lo que es para mí este territorio que llaman España.
Pero no puedo dejar de hablar de las contradicciones, este país también es para mi todas sus contradicciones. Si eso se permite dentro de la identidad de ser de aquí y tener este pasaporte, pues entonces quizás sí me reconcilie alguna vez con esta identidad. Si se me permite a mi y las muchas personas no nacidas en España pero que llevamos aquí toda o casi toda nuestra vida un espacio para soñar otra forma de ser de acá.
Pero mientras eso no pase, me da rabia compitas que me digáis que soy española, porque este país duele mucho, porque este racismo duele mucho, porque este colonialismo duele mucho. Y yo diga lo que diga mi pasaporte no quiero ser así. No quiero ser española bien.

Mónica Gotaire es militante feminista antirracista y decolonial. Nacida en Quito, con raíces mitad andes y quiero pensar que mitad costeñas. Me trajeron a las europas con 10 años. Y aquí sigo.









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