Por Jael de la Luz
Londres, Reino Unido. Este verano de 2025, casas particulares, parques y calles públicas se llenaron de banderas nacionales de Inglaterra. San Jorge es el patrón nacional y su bandera es un lienzo blanco con una cruz roja en el centro. Para mucha gente esto podría haber sido leído como una expresión nacionalista que data de la época medieval con Las Cruzadas. Sin embargo, para la mayoría de las comunidades negras y comunidades racializadas, vivir este verano fue estar en estado de alerta. Quienes vivimos en vecindarios de mayoría blanca, experimentamos una de las expresiones culturales inglesas más tenaces: no decirte en tu cara que te odian, pero sí demostrarlo con su silencio, con sus miradas y su lenguaje corporal hostil.
A la demostración masiva de banderas de San Jorge, en varias ciudades de Reino Unido, ingleses conservadores realizaron demostraciones públicas con mensajes racistas explícitamente contra nuestras comunidades. Personas salieron haciendo uso de su “libertad de expresión” para decir que hombres migrantes eran unos viol4dores y, que los migrantes y buscadores de asilo quieren vivir de los beneficios del estado de bienestar. Fueron atacados hoteles que dan acomodación a migrantes, mientras que las banderas de San Jorge se usaron para intimidar espacios públicos. A esto se sumó la marcha Unite the Kingdom (Unidad del Reino) con una grande concentración en Trafalgar Square, Londres, convocada por el hooligan Tommy Robinson. En ese tipo de manifestaciones, ingleses apelaron al patriotismo, a la blanquitud como sistema racial, y a los valores cristianos como compás moral de este país.
Lo más tremendo de esos episodios racistas, fue que migrantes de primera y segunda generación, personas que han sido racializadas por este país, mostraron su apoyo diciendo que no cualquiera puede vivir aquí, que la migración ha rebasado los limites y que no hay suficientes recursos para más gente que llegue a pedir asilo. “Es sentido común”, suelen decir…
En Reino Unido, la frase de sentido común (common sense) se ha usado como estrategia retórica para tensionar y dividir a las comunidades desde tiempos de Margaret Thatcher. Cuando políticos de derecha, izquierda, populistas o de cualquier espectro partidario se quejan de la migración como un hecho fuera de control dentro y fuera de sus fronteras nacionales, cuando dan más poder a los ricos, cuando desmantelan los servicios sociales, cuando reafirman la vigencia del binarismo de género y niegan derechos reproductivos, sexuales y autonomía corporal a las personas trans, cuando promueven los estereotipos racistas contra las comunidades migrantes, musulmanas, afro descendientes y de los buscadores de asilo político, lo hacen apelando a sus valores, a sus tradiciones, a su “ sentido común.”
¿Qué riesgo implica el “sentido común” para las personas no blancas?
Para los políticos conservadores les viene muy bien que personas racializadas acepten sus narrativas como válidas. Que no se cuestionen lo suficiente como para desmantelar el statu quo. Los políticos pueden usar las palabras de las maneras que quieran para expresar lo que quieren. Muestran simpatía a sus seguidores asumiendo que harán valer sus voces y necesidades en sus políticas. Y para ello tiene personas racializadas dentro de sus filas mandándonos un claro mensaje: la representación es poder, que personas de nuestras comunidades se han visto beneficiadas por tener cargos en sus partidos, y que entonces no hay porque desconfiar.
Esto nos ayuda a explicar por qué las políticas de identidad son instrumentalizadas. Las últimas ministras de la Home Office fueron mujeres de herencia asiática, y la actual presidenta del Partido Conservador es una mujer nigeriana de segunda generación. Las tres encarnan el feminacionalismo (feminismo nacionalista): mujeres racializadas que, adheridas a los valores nacionalistas, patrióticos y de roles de género, se encargan de accionar políticas neoliberales y la desmantelación del estado de bienestar. Se han mostrado duras con las políticas anti migratorias como un día lo hizo Thatcher. Y cuando se les ha entrevistado, han enmarcado su narrativa en la idea de que sus historias personales y familiares son ejemplos del “buen inmigrante”: aquellos que vienen a hacer las cosas de manera “legal” y conseguir su bienestar de sólo trabajar. Por supuesto que quienes estamos aquí sabemos que las cosas no funcionan así.
Les han creído
Gente de nuestras comunidades ha creído esta narrativa del sentido común, que en el actual contexto muestra una falsa modestia y anti-intelectualismo. Me ha pasado que al hablar de colorismo y clasismo en la comunidad latina en Londres, me han dicho “yo no veo colores” o, “qué exagerada, ¿por qué todo lo tienes que problematizar?”, así constato cómo la narrativa del sentido común tiene la función de callar cualquier cuestionamiento; es un arma ideológica conservadora, de los ricos y de la clase media que, beneficiándose de las políticas de la identidad, de la inclusión y de la blancura como “sentido común”, performan con la idea de compartir los mismos puntos de vista de las clases trabajadoras, sin que exista una renuncia a sus privilegios de clase. Es más, puedo ver cómo muchos influencers o white latinxs se apropian de nuestras culturas populares, frases, modismos; van a nuestros mercados, a nuestras actividades culturales y comen nuestra comida, performando ser nuestros aliados de luchas, pero al salir de nuestro radar, vuelven a sus estilos de vida.
Resistencia y pedagogías de liberación
Como migrante de primera generación siendo madre de tres jóvenes racializadxs, repruebo constantemente la idea que el partido conservador y el actual gobierno laborista trata de imponer a las juventudes: ir a la universidad en este país ya no es una opción si te quieres integrar al mercado laboral pronto. Desde el gobierno, se anima a las nuevas generaciones a estudiar un oficio, mientras que las elites nacionales y globales siguen educando a sus hijxs en Oxford o Cambridge, por ejemplo. Inglaterra basa gran parte de su economía nacional en los visados y acomodación de estudiantes extranjeros (mayoritariamente de Corea del Sur, China, Japón y Singapur). Perpetuar el mito de UNA clase trabajadora británica como alguna vez lo definió el historiador comunista E.P. Thompson con el auge de la revolución industrial (una sola religiosidad, una conciencia de clase, y una diferenciación de otros), también sería perpetuar el mito de que unos han nacido para gobernar y dirigir este país (cómo lo cree mucha gente al tener este país una monarquía).
Sin embargo, detrás de ese llamado a las juventudes racializadas y pobres a trabajar para construir un Reino Unido para “todos”, hay una intensión política de anti-intelectualismo. A estas generaciones se les quiere negar la experiencia de explorar sus talentos y creatividad desde temprana edad, y, sobre todo, de desarrollar un pensamiento crítico que cuestione las raíces de la injusticia, la pobreza, la desigualdad y el legado colonial en este país. Que cuestione el elitismo de clase. Los discursos que fomentan jerarquías de poder racial están vinculadas al despojo y la explotación de recursos y cuerpos racializados para lograr sus fines. No es casualidad que la mayoría de migrantes de origen caribeño, africano, asiático y latinx sean la fuerza laboral que sostiene la economía de cuidados, limpieza y transporte de este país, muchas veces en condiciones de explotación laboral y sexual, así como precarización e invisibilización del espacio público.
Aceptar el sentido común como narrativa en tiempos de una vuelta a los conservadurismos que derivan en autoritarismos, sería aceptar la distopía nacionalista patriótica donde no hay horizontes de posibilidades más allá de esas fronteras nacionales, corporales, de un sistema de pensamiento y de creencias. Nosotrxs sabemos que hay miles de narrativas. Nuestras historias y linajes se han forjado en resistencia a los relatos absolutos y en territorios que trascienden las fronteras nacionales. Resistir y reclamar lo que nos ha sido robado en nombre del sentido común viviendo en la diáspora, es un acto de justicia reparativa para nosotrxs, para quienes vinieron antes que nosotrxs y para nuestras generaciones venideras que iluminan nuestro camino hacia la liberación colectiva. Por qué como dijera Ruth Wilson Gilmore, la libertad es un lugar, no como destino, sino cómo el lugar que estamos construyendo.









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