“La moneda animal”, un inédito de María Meleck Vivanco

Por: Marion Berguenfeld*

El jueves 20 de setiembre, en la Alianza Francesa de la Av Córdoba 936, a las 19 hs se presentó el inédito “La moneda animal” de la notable poeta María Meleck Vivanco, la única mujer que formó parte del primer grupo argentino surrealista, ese que Pellegrini conformara a mediados del siglo pasado con poetas de la talla de Enrique Molina o Francisco Madariaga. María fue una pionera, una artista excepcional y una mujer combativa pero, por esas raras vueltas del destino (y también por prejuicios de género), no llegó a ver toda su obra publicada en vida. En estas líneas, su lucha, su historia y un link para que todxs puedan leer (y viralizar) sus libros.

El patriarcado tiene muchas caras pero en 1943, cuando María Meleck Vivanco se vino de Córdoba, por sororidad con su mejor amiga que estaba enferma de tuberculosis, el patriarcado era casi la única cara que las mujeres conocíamos. No votábamos, no podíamos ser votadas, si trabajábamos era siempre por un salario menor, no podíamos administrar nuestros bienes, los varones tenían la patria potestad sobre nuestros hijos y en la Universidad sólo había un pequeño cupo para nosotras en algunas carreras. El mundo de la cultura no era, en ese sentido, un universo aparte. Las pocas mujeres intelectuales, artistas y profesionales que la sociedad argentina tibiamente aceptaba tenían que abrirse camino con el triple de esfuerzo que un varón.

Pero si la capital era una selva para nosotras, el interior lo era más aún, al menos así lo cuenta María en un reportaje que le hizo Raúl Henao en el año 2002, en Medellín: “Hablaré aquí de la pequeña ciudad aldea de Dolores, donde cursé mis estudios. De esa comunidad pacata que no permitía mi libertad intransferible, y que no aceptaba mi visión diferente de las cosas. Ella terminaría segregándome, convirtiéndome en una cómplice solitaria que disfrutaba del aislamiento”. Probablemente por eso, esta provinciana nacida en 1921, lectora voraz y poeta a escondidas, se animó y vino a la “gran ciudad”, aventura privada que relata de este modo: “Llego a Buenos Aires en el 1943, atraída por la presencia de mi entrañable amiga Ana Teresa Fabani (Tete), una singular poeta entrerriana de mi generación, gravemente enferma de tuberculosis, y que fallece luego en el 45, dejando un único y excepcional libro titulado ”Nada tiene nombre”. En su departamento me presentaron al poeta Alfredo Martínez Howard, y éste me instala en el primer grupo surrealista. Allí conozco a Enrique Molina, Carlos Latorre, Francisco Madariaga, a Telo Castiñeira de Dios, a Alfonso Sola González, y a otros paralelos al movimiento como Olga Orozco, Javier Villafañe; y a un cachorro de periodista, Jacobo Tímerman, que llegó a ser director y propietario del diario “La Opinión”, el matutino que ofreció más espacio a la cultura en todas las épocas, y que sufriera vejaciones durante el cruel proceso militar”.

La suerte la acompañó, mucho más que a otras de su tiempo, ya que logró ingresar en una tribu de puertas cerradas como era la de los surrealistas de ese entonces. Vivió un tiempo con una tía, luego se instaló en una pensión de la calle Piedras 252, al lado de la pieza en la que vivía Enrique Molina con Susana, su mujer. Cuando se puso de novia con Telo Castiñeira de Dios, se fueron a vivir juntos, algo excepcionalmente audaz en esos tiempos, tiempos en que a las chicas se nos adiestraba en la virginidad obligatoria.

El surrealismo había llegado a la Argentina en 1926, apenas dos años después que André Breton publicara el Primer Manifiesto Surrealista. Somos el primer país, fuera de Francia, en el que arraigó esta estética que se plantea ir más allá del positivismo, de la lógica aristotélica, de lo consciente, tal vez por el desencanto atroz de la humanidad con los alcances del positivismo, después de la Primera Guerra Mundial. Dos décadas y mucha obra después, los surrealistas locales eran una selecta tribu. “Del 45´ al 55´ el círculo de poetas surrealistas era bastante cerrado y nos encontrábamos casi todas las noches a cenar en un modesto restaurant como el Robino de Corrientes y Ángel Gallardo o piringundines cercanos al puerto, en la Avda. Alem, en sus recovas –cuenta María- . Y de allí pasábamos en la madrugada a saborear el chocolate caliente con churros en la legendaria Avda. de Mayo. Contentos de disfrutar la más loca bohemia. Reflexionábamos filosofía cargada de convicción. Nos enterábamos también de los escritores contemporáneos europeos en sus traducciones. Recitábamos nuestros textos, se hablaba de los famosos manifiestos de Bretón, como si se tratara de la Biblia. El grupo más representativo lo formaban: Aldo Pellegrini, Francisco Madariaga, Juan José Ceselli, Oliverio Girondo, Carlos Latorre, Enrique Molina y Antonio Vasco. Quién nos seguía a todas partes con verdadera devoción era Jacobo Timerman, quien ya se perfilaba, como un gran periodista … Los años 45, 46 y 47 fueron de alocada bohemia”.

 

Mujer, madre, argentina y… poeta

Maria-Meleck-Vivanco

 

María Meleck Vivanco fue una más en la tribu surrealista, tuvo ese privilegio. Un poco la ayudó, más allá de su enorme talento, ser vecina de Enrique Molina, poeta, abogado y marinero. “Habitábamos en una misma pensión. Yo con mi novio de entonces, Telo Castineira de Dios en una pieza del segundo piso, en un casi “palomar” donde éramos vecinos inmediatos, y donde su dueña, doña Rosa, discriminaba en su media tonada rusa, antipatías y simpatías hacia sus inquilinos, y lo manifestaba sin pelos en la lengua. Yo gozaba, quizá por ser una muchacha muy sociable, afectuosa y desinhibida de su cargoso cariño, pues como era analfabeta, la ayudaba a facturar las habitaciones en alquiler. Como con Enrique y Susana éramos vecinos de pared por medio, teníamos pequeñas ventanas paralelas que daban a la calle. Desde allí, nos pasábamos comida, monedas y poemas, estirando el cuerpo y los brazos como artistas de un ballet aéreo.” Pero en el 48 María terminó su noviazgo con Telo, conoció a su futuro marido, Luis Guaraglia, en un recital de Neruda y entró a la facultad para estudiar kinesiología. Profesional, madre y esposa siguió escribiendo, cuando podía, hasta su muerte en el año 2010. “Yo pasé de la bohemia libertaria a la dinámica de crear un hogar sui géneris y, por contrapartida, al tráfago de los estudios universitarios tomados con extrema exigencia y pasión que me distanciaron de la bohemia y de algunos artistas de la cultura que me hubiera fascinado conocer”.

Publicó por primera vez a los 35 años “Taitacha Temblores”, poemas en español y quechua que recibieron un Primer Premio en Perú pero que aquí nadie difundió. Una década después editó “Memorias y ausencias”. En 1973 le publicaron «Hemisferio de la rosa». Y de ahí en más, en forma intermitente, fueron apareciendo, uno tras otro, sus maravillosos poemarios. Pero, aunque al final de su vida recibió parte del reconocimiento que merecía (en el 2008 el Fondo Nacional de las Artes publicó su “Antología Poética”), inexplicablemente, cuando falleció, a los 89 años, todavía seis de sus libros permanecían inéditos. Poco a poco toda esa obra se va publicando: “Mar de Mármara” se editó en el 2011, “Plaza prohibida” en el 2016 y ¨La Moneda animal” es el que sale a la luz en estos días.

Accidentado derrotero, habitual en tantas mujeres artistas. Porque tal como ella misma reflexiona, al recordar su amistad con Olga Orozco, amistad que se inicia en la década del 50, ellas apenas si figuraban en las revistas de Molina y Pellegrini, “revistas que eran tan machistas como sus creadores, que poseían una cierta elegante displicencia a la hora de incluir nombres de féminas en sus páginas. Parecía que las mujeres éramos valiosas y necesarias sólo a la hora de hacer el amor o de colocar compresas de agua fría en sus sienes pensantes (éstas representan mis tardías deducciones y no hallo otra explicación posible)”.

Eso pensaba y eso dijo María en un reportaje que le hicieron cuando tenía 81 años, al recordar toda una vida de resistencia y creación. Y, visionaria como todo poeta verdadero, ésto escribió, anticipándose de un modo sorprendente a lo que hoy nosotras dimos por llamar la revolución de las hijas: “Y no me arrepiento de haberme apasionado Porque respiro el fetichismo de los jóvenes deleites Y siento tu adolescencia en ráfagas” (*). Que su voz perdure y se multiplique, entonces. Porque las hijas no seríamos posibles sin estas madres. Y difundirla es un acto de pura justicia poética.

 

(*) “La moneda animal” http://www.ibuk.com.ar/vivanco_la_moneda_animal.html y otros de sus libros se pueden bajar gratuitamente de www.ibuk.com.ar, la primera biblioteca de poesía virtual, pública y gratuita del Cono Sur.

 

descarga (1)*Marion Berguenfeld nació y vive en Buenos Aires, Argentina. Es Licenciada en Letras de la UBA, docente, editora, crítica literaria y periodista. Ha publicado los poemarios “Las lobas” (Primer Premio de Poesía “Leonor de Córdoba”, España, 2002), “Bruta piedad” (Buenos Aires, 2004), “Forense. Estación fantasma” (Buenos Aires, 2007) y “Estrip” (Primer Premio Concurso Nacional “Macedonio Fernández” de Poesía, Buenos Aires, 2009). En noviembre de 2013 fundó, junto al poeta Ramón Fanelli, IBUK – Biblioteca de poesía (http://ibuk.com.ar), la primer biblioteca virtual, pública y gratuita del Cono Sur.

 

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