El antes y el después de todas las cosas que nos rodean; de cada situación, sentimiento, emoción, edad, palabra, acción y demás aspectos de nuestra realidad humana, marcan un eje en nuestras vidas, en las épocas vividas, en todo. Pero pocas son las veces que nos confrontamos a nosotros mismos y casi nunca nos damos cuenta de que estamos viviendo algo por última vez.
La vida es implacable, la muerte es simultánea a la vida, más no consecutiva; y esta crisis sanitaria por la que el mundo atraviesa nos lo recuerda. Hoy estamos cruzando la cuarentena, hoy pensamos no sólo en nosotros mismos sino en los demás, hoy nada tiene sentido sin la salud, sin la vida misma (Esto debe ser un principio de vida, una prioridad, no sólo en momentos de crisis, sino en todos los instantes de nuestra existencia como especie).
Nos damos cuenta de los estragos que ocasiona un trabajo mal pagado, una jornada laboral más parecida a la explotación que al desarrollo profesional, una comunicación familiar sesgada por las obligaciones cotidianas, vínculos emocionales viciados por la falta de empatía, compasión, comprensión, atención y reciprocidad;
el encierro nos enfrenta obligadamente con nuestros sentires, con nuestros pesares; nos muestra la gama de realidades que componen la vida social; nos muestra los privilegios de clase, la pobreza en todos los sentidos, la falta de conciencia social que es tan necesaria, la violencia que se vive a puerta cerrada, el miedo colectivo, la desinformación, los olvidos, la falta de amor propio, los malentendidos;
es como estar frente a una radiografía en la que se nos muestra no solo el interior de nuestros cuerpos y mentes sino el universo interno de las civilizaciones, el sin sentido y la necesidad de sobrevivir. Este poema surge de una madrugada en cuarentena, en la que la tristeza detuvo el tiempo para regalarme una obligada confrontación con la oscuridad y el silencio.
«El que influye en el pensamiento de su tiempo, influye en todos los momentos que siguen»
Hipatia de Alejandría


Gracias hermosa! ♒
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