Días de tormentas mentales en la quietud

Por: Belén Molina*

Días de revoluciones mentales en la inmovilidad…

La situación que nos toca vivir nos está afectando a todas, pero como de sobra ya sabemos, no del mismo modo. Unas partimos con más privilegios que otras, tanto hablando de vivienda en buenas condiciones o no, trabajo digno o no, o diferentes situaciones/condiciones como pueden ser la salud/enfermedad, el cuidado de otras personas, las redes de apoyo, etc.

De lo que más segura estoy es que ha sido una sacudida a nivel mundial, la cual nos ha puesto a prueba desde diferentes aristas, nos ha dado espacio y tiempo (a unxs mas que a otrxs) para la reflexión desde nuestra cotidianeidad, eso que a veces no hacíamos por falta de…

En mi caso, me encuentro acompañando a adolescentes mujeres en un centro de atención residencial especializado, y es desde donde me posiciono para escribir estas letras.

Hoy, sino hago mal mis cálculos, cumplimos un mes de cuarentena. Un mes implementando medidas de prevención, continuas modificaciones en el día a día: cambios de horarios, reorganización de actividades con las adolescentes, cambio de programaciones, cambio de personal en la institución, coordinaciones a distancia… por lo que evidentemente es una situación que está afectando a nuestra intervención, al equipo de trabajo y por supuesto a las chicas con las que convivimos en el hogar.

Desde la dirección del centro se facilitó el poder organizarnos en turnos horarios como mejor lo conviniéramos el equipo de educadoras/tutoras, eso sí siempre tratando de evitar cuanto más la movilidad, entradas y salidas de la casa (con el fin de que no haya posible contagio). Al inicio comenzamos con turnos de 72 horas, lo cual experimentamos que era muy desgastante, pues la asistencia del resto del equipo técnico también se redujo, y era al equipo de educadoras, en este caso, la que estaba de turno, a quien le correspondía permanecer todo el día pendiente del grupo. El motivo de este desgaste no es solo debido a los largos turnos sino a otros factores como son:

  • Las chicas a las que acompañamos vienen de experiencias y vivencias que las han dotado de una gran inestabilidad emocional, lo cual, obviamente, se refleja en el día a día. Sì una de las adolescentes presenta un momento de crisis, en la que la atención debe de ser individualizada, y ese día no está presente alguna de las compañeras del equipo técnico (psicóloga, doctora, enfermera, trabajadora social…), es complicado atenderla de manera individual para apoyarla y responder a su necesidad. En algunos momentos de esta época se ha tenido que llamar de urgencia a personal que no se encontraba en el hogar para que se desplazara al mismo por la necesidad (momentos en los que las adolescentes han atentado contra su propia salud, conflictos en los que se llega a la agresión física o intentos de fuga).
  • Algunas de ellas, no son aún conscientes de la situación que las lleva a estar en este tipo de centro, por lo que tienden a querer fugarse. Para evitar esto, no es necesaria solo la vigilancia y la contención, sino el contar con su voz, su opinión, crear un clima en el que ellas estén a gusto, se sientan protegidas y sean ellas mismas. Esto sobre lo que se lleva trabajando los meses anteriores, en este tipo de situaciones se desestabiliza, ya que venimos de un modo de funcionamiento y de la costumbre de estar acompañadas de diversas personas que estos días no están viendo tan a menudo, de tener otras actividades que ahora no realizan, las lleva a los momentos de inestabilidad.
  • El descanso no es óptimo, pues la educadora se encuentra en el mismo cuarto que las adolescentes “durmiendo”; pero una se encuentra vigilante y alerta igual en estos momentos, y tres días seguidos en esta condición, hace que los sentidos, la paciencia y la creatividad no estén al mismo nivel.

Por estos motivos y algunos más, como son la necesidad de conciliar la vida familiar y laboral, se reducen los turnos a periodos de 48 horas, para de este modo poder acompañar de una forma más óptima y enriquecedora a las chicas, sin dejar de cuidarnos entre nosotras.

Ayer, tuvimos una reunión urgente por dos motivos: presentarnos a la nueva coordinadora/directora del CARE y recibir indicaciones sobre cambios en el protocolo de atención y permanencia, debido a que la situación empeora, y en un CARE de Lima ya ha habido un caso positivo de COVID, ante lo cual, las medidas cambian…  y una de ellas es la necesidad de prolongar la permanencia en el CARE por parte del personal: crear equipos profesionales que roten cada 15 días, los cuales estarán formados por 2 educadoras/tutoras, una persona de guardianía, la compañera de cocina y una compañera del equipo técnico (psicóloga, nutricionista, trabajadora social, profesora y/o enfermera). Esta noticia nos sacude, y pronto comenzamos a pensar en otras alternativas. 

En el caso de la educadora, acompaña al grupo las 24 horas del día, lo que hace pensar en 15 días seguidos de intervención y da algo de vértigo: cansancio, intensidad, estrés, poco tiempo para programar pues hay que estar constantemente con el grupo, falta de recursos materiales en el hogar…  

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Collage elaborado por la misma autora.

Tuvimos la oportunidad de negociar y organizarnos, llegando al acuerdo de hacer la rotación semanal. Hoy inician las dos compañeras con el turno semanal, el resto de educadoras -en la distancia y de forma virtual o telefónica- iremos dando soporte en la lejanía para ayudarlas con recursos o ideas.  

Otra de las situaciones que comienza a afectar, es el cambio de coordinadora/directora en pleno auge de la pandemia, puesto que, con la misma, vienen cambios de organización del equipo, otros modos de intervención y la implementación de otras medidas. “Una raya más a la cebra”, pues, aunque la profesionalidad y las intenciones sean las mejores, vivimos unos días de “no saber qué va a pasar” y este suceso hace que esta sensación de inestabilidad sea más fuerte tanto en el equipo como en las adolescentes a las que atendemos.

La intervención con las adolescentes se hace constantemente en los mismos espacios, algo que genera estrés en ellas; aunque se trate de usar la mayor parte del tiempo el jardín exterior, igualmente acaban aburriéndose.  

Inicialmente, las adolescentes iban a comenzar sus clases a mediados de marzo, pero debido a esta situación no podrán hacerlo. Surgió la iniciativa de que podrían ser virtuales (en el centro no tenemos servicio de internet, teléfono ni cable, pero estábamos viendo el modo de como poder llevar a cabo estas clases virtuales), pero hace unos días nos comunicaron que hasta mayo no será posible, con lo cual nos encontramos en la misma situación. Las adolescentes a las que acompañamos, vienen de situaciones de abandono escolar, algunas de ellas de hasta 3 años, lo cual esto supone un mayor retraso en el poder nivelarse y continuar con sus estudios.

Tampoco podemos contar con recursos personales, como lo hemos hecho en varias ocasiones, invitando a compañeras, profesionales, para llevar a cabo diferentes actividades o tareas, lo que también suma a esta rutina de todos los días ver a las mismas personas. Y aunque las educadoras nos devanemos los sesos por llevar a cabo actividades atractivas y variadas constantemente (las cuales programamos en casa, pues en el centro no hay tiempo para ello, ya que se debe estar pendiente del grupo), hay momentos en que los recursos y herramientas no funcionan. En este caso, la falta de recursos materiales también supone un hándicap, aunque siempre hay brillitos de luz en todo y uno de ellos es el apoyo de otrxs compañerxs de la ciudad de Cusco como es la iniciativa de “La maleta viajera” por parte de Sipas Wayna; una biblioteca itinerante, desde la cual nos van a apoyar estos días para poder llevar a cabo el Taller de Lectura con las chicas. 

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Collage de Belén Molina

Las chicas tampoco están recibiendo las visitas de sus familiares, las cuales eran en muchos casos semanales. Esto lo echan de menos, aunque el contacto se mantenga vía telefónica, les falta ese compartir y cercanía, sobre todo con sus madres y hermanas/os. Una vez más es una ruptura de algo que para ellas estaba asegurado, generando de nuevo inestabilidad. 

Sumemos que la situación de confinamiento dificulta articular fuentes de ayuda para dar respuesta a estas carencias: salimos a hacer fotocopias, salimos a comprar, solicitamos ayuda a otras profesionales, recursos públicos, etc. 

Los nuevos procesos requieren nuevos aprendizajes y ante las situaciones de crisis debe imperar la flexibilidad, la divergencia, la creatividad y sobre todo la comprensión y la empatía; pero para ello tenemos que estar tanto instituciones como compañeras, personas de apoyo, en la misma disposición de ayudar y apoyar. En este sentido, tanto el equipo como la coordinación del centro ha estado a la altura de la situación, pues la flexibilidad y la propuesta de alternativas ha estado al día, pero hay ocasiones en las que también ha dependido de otras instituciones externas con las que se colabora.

Igualmente me siento feliz de tener un equipo de compañeras desde el cual nos apoyamos, escuchamos, cuidamos y tratamos de ser lo más flexibles posible ante las situaciones o necesidades individuales.  Hay días que son duros, en los que una se cuestiona (y no constructivamente) hasta el por qué se puso hoy día estas medias, y en esta situación he vivido más estos días; la imposibilidad de dar cabida a una mayor participación del grupo y tomar decisiones por ellas, a no ser tan paciente como merecen las personas de mi entorno, el agotamiento de creatividad, etc., pero si creo en algo con firmeza, es en el querer estar donde estoy, del lado en el que estoy.

Creo en la importancia y necesidad de escuchar y contar con las personas a las que como educadoras nos encontramos acompañando (aunque en muchos casos sea difícil porque no ha sido una experiencia de aprendizaje que hayan tenido, no sepan usar ciertas herramientas o no hayan desarrollado las habilidades necesarias, y sea un proceso largo y constante), temiendo que en estos momentos aún reparamos menos en ello. 

Esta situación está visibilizando carencias de nuestra sociedad actual no superadas, poniendo en boga, si aún alguien no se quería  dar cuenta, de que las mujeres somos las grandes encargadas del sostén  y cuidado de este maldito sistema, y creo que como cualquier crisis, es una gran oportunidad de aprendizaje, de demanda y de propuesta, de contar con toda la población para crear otro modo de estar en esta tierra.

 

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*Belén Molina. 33 años, Vive en Cuzco, Perú hace tres años. Desde los 21 años acompaña social y comunitaria mente a adolescentes y jóvenes. Actualmente se centra en acompañar a mujeres adolescentes que han vivido trata en un CARE (Centro de Atención Residencial Especializado). Tiene estudios universitarios en educación social y psicopedagogía sin embargo ,ella dice: «lo que realmente lo que me hizo crecer fueron las (de) formaciones posteriores (cursos, campamentos, seminarios, talleres, jornadas, espacios de barrio, centros sociales y espacios okupados desde donde me movia, sobre todo en la ciudad de Madrid).Día a día, participa en varios colectivos de la ciudad a través de fanzines, música, serigrafía, postales, stickers con ideas libertarias, feministas y antiespecistas.

Puedes encontrarla en Facebook en: Cruda Vision y Gatxs Locxs.

 

Aviso: El texto anterior es parte de las aportaciones de la Comunidad, bajo el tema Viviendo la pandemia: crónicas feministas en primera persona.  La idea es dar libre voz a lxs lectorxs en este espacio. Por lo anterior, el equipo de Feminopraxis no edita los textos recibidos y no se hace responsable del contenido-estilo-forma de los mismos. Si tú también quieres colaborar con tus letras, haz clic aquí para obtener más detalles sobre los requisitos.