Ritual de despedida

*Por Tatiana Romero

Nunca antes he escrito sobre ella. Supongo que el dolor no termina de remitir del todo, o bien, como me dijo mi padre, -la ausencia de de tu mejor amiga deja un hueco en el corazón que nunca se podrá llenar, pero con el paso del tiempo conocerás a más personas y el corazón se te ensanchará y expandirá, así, sentirás que el hueco en más pequeño, aunque tenga el mismo tamaño-. 

Este 1 de noviembre ella ha vuelto a ser la figura central del altar de muertos en casa. Ya son 10 años que ofrendo flores, chocolates y cigarros. Este año vive junto a Emiliano Zapata, estará orgullosa y feliz de compartir espacio, entre papel picado, velas blancas y mandarinas. La foto es de un altar de hace varios años, dentro de la foto hay otra foto que le hice el mismo año de su muerte. Es un meta-altar. Podría poner la fotografía original, pero la que elegí me recuerda que ha pasado un año más y que dependiendo en dónde viva yo los altares van cambiando. Este año hay claveles rosas, aquella vez tulipanes violetas (su color favorito). En Europa es imposible encontrar cempasúchil. 

He llorado mientras colocaba el altar, la he recordado. Su risa, su voz que sigue sonando en mis oídos, su mirada y sus regaños. Cada año es igual y, creo que es un privilegio enorme tener estos días en los que poder conectar con quienes ya no están. Pensarlas, llorarlas, alimentarlas, escucharlas y de cierta forma saber que siguen ahí. Es reconfortante no olvidarlas, porque en buena medida somos quienes somos gracias a todas esas personas que han pasado por nuestra vida aunque ya no estén. Poner el altar de muertos es un ejercicio de amor y de colectividad y eso va mucho más allá de pintarse la cara de calaverita o disfrazarse de Frida Kahlo.

El altar de muertos para mí es un ritual que me permite a pesar del desarraigo, o posiblemente a causa de él, encontrar un sostén en tiempos aciagos. Es una forma de desdibujar la distancia y saberme parte de una comunidad que está haciendo lo mismo y en el mismo momento que yo aunque haya 10 mil kilómetros entre nosotras.

Hace 10 años exactamente que mi mejor amiga se suicidó. Hoy tendríamos ambas 36  y nos quedarían solo 4 para irnos a vivir juntas. Nos gustaba decir que si a los 40 ninguna de las dos estaba casada o emparejada compartiríamos un proyecto de convivencia porque nadie nos soportaba mas que nosotras mismas. Sin duda hay mucho de parejocracia en esta afirmación y bastante de misoginia también, pero con 21 años, recién aterrizadas en el feminismo, no pensábamos en esas cosas, solo sabíamos que lo importante en la vida era estar la una para la otra. Pero ella se fue y me dejó sola. Muchos años han tenido que pasar para que pueda poner en palabras un sentimiento que año con año vivo, ella no está. No vamos a vivir juntas y ni siquiera podrá saber en quién me he convertido a lo largo de estos 10 años sin ella.

Por primera vez soy capaz de hacer público el profundo dolor de una herida que parece que nunca cierra del todo. Un duelo que se reabre con cada pérdida. Cada mujer que pasa por mi vida, en algún momento, termina siendo ella. Cada ruptura sentimental sueño con ella y la tengo presente. A veces pensando que me acompaña, que es su forma de decirme en esos momentos duros que está ahí, que está conmigo, sosteniéndome como antes lo hacían sus brazos. Sin embargo, también hay días en que me convenzo que es mi subconsciente llorando la misma pérdida una y otra vez. Si pudiera creer en la absurda idea de que en la vida se tiene solo un gran amor, ella sería la mujer de mi vida. Una mujer con la que nunca compartí ningún tipo de intimidad sexual, que nunca fue mi pareja porque era heterosexual y que me decía de broma que si fuera lesbiana sería mi novia. No me da pena que nunca lo haya sido, sino todo lo contrario, soy afortunada por haber sido su amiga, su compañera y su cómplice. No soy una “buena novia”, todo sea dicho. Ella misma se encargaba de reprocharme mi volatilidad amorosa. En aquellos años, estábamos lejos del poliamor o las no-monogamias (solo de palabra que no de acción, porque señoras no hemos inventado nada, esto ya se hacía desde hace décadas), yo era simplemente promiscua, y sí, muchas veces me tachaba de falta de compromiso. Nada más lejos de la realidad, curioso que lo dijera ella, la persona con la que tengo un compromiso de por vida. 

Cuando murió y los siguientes años pasé por muchas etapas distintas de duelo. Primero la culpa, el pensamiento recurrente de que no pude hacer nada por salvarla, por ayudarla, por impedirlo. Después la promesa de vivir por las dos, de sentir por las dos, de cumplir los objetivos de las dos: terminar la carrera, hacer un posgrado, conseguir trabajo en alguna universidad, “sentar cabeza” y emparejarme. Nada de eso ha pasado y, sin embargo, estoy contenta con el resultado. Varios años de terapia para entender que cada persona es libre de decidir sobre su propia vida, y sí, sé que muchas no estarán de acuerdo, se que mucha gente piensa que los suicidios son evitables, posiblemente en el fondo yo también lo piense, pero a mí me ha ayudado ver el suicidio como una decisión política. Como una forma de ejercer la autonomía. Olga era una mujer militante y yo me niego de lleno a pensar que su decisión haya tenido algo de nihilista. No, Olga se suicidó porque no podía más con el mundo, porque el mundo no la entendía, porque le negaban el derecho a estar triste, a asumir sus dolores para sacarlos de dentro. Se suicidó porque ya no le daba la gana seguir viviendo, y eso, por mucho que nos duela, debe respetarse. 

Hoy toca levantar la ofrenda. Guardaré el papel picado en una caja, las calaveritas y demás ornamentos y, este año por primera vez, no volveré a colocar en la pared de mi habitación la foto de Olga. Hace unos meses, una amiga que pasó por algo parecido me dijo que ella tenía también un pequeño altar permanente a sus amigos pero que, en el momento en que lo quitó, cerraron muchas heridas que tenía abiertas y sintió que por fin los dejaba ir. Este año voy a guardar la foto de Olga para volver a mirarla hasta el 30 de octubre del siguiente año.

Este año, beberé un café contigo y te contaré todo lo que me queda por contar. Envolveré tu foto en papel picado y a modo de ritual de despedida mandaré un beso al aire.

Este año te dejo ir amiga querida, sabiendo que más temprano que tarde nos volveremos a encontrar. 

** La fotografía del altar que utilizo pertenece a un proyecto fotográfico de @nin.solis http://www.nin-solis.net/