La tesis o la vida

*Por Tatiana Romero

Estoy en la recta final de una tesis doctoral y escribo desde ahí, desde el privilegio de poder cursar un doctorado porque esa ha sido mi decisión vital y he tenido las condiciones materiales para poder llevarlo a cabo. Valga esto como advertencia, que no como justificación de esta que escribe sobre un tema que a simple vista parece banal en comparación con todos los problemas de precariedad y exclusión social que vive la clase trabajadora en general. 

Estoy en la recta final de una tesis doctoral y sufro trastorno de ansiedad generalizada desde hace casi dos años. Nada nuevo bajo el sol, todas las personas que han pasado por este proceso viven situaciones de estrés interminable que les deja la salud mental hecha polvo. Si a eso agregamos la pandemia, el confinamiento y el post-covid, tenemos como resultado una productividad bajísima que suele ser castigada por el sistema y por nosotras mismas sin piedad. Nosotras somos implacables con nosotras mismas y pretendemos, como dice mi terapeuta, (también escribo desde el privilegio de poder ir a terapia) hacer lo que ningún ser humano es capaz de hacer con una situación emocional, laboral y económica tan inestable: seguir produciendo. 

Hace un año leí el maravilloso ensayo: Expuesta. Un ensayo sobre la epidemia de la ansiedad, de Olivia Sudjic. En él, la autora, a quien invitan a realizar una residencia en Bruselas para escribir, confiesa que padece ansiedad, que ha sido recurrente en su vida como escritora y que, durante la estancia en Bruselas era incapaz de escribir ni una sola línea.  Al leerlo pensé que el primer capítulo “Desconocida” hablaba de mí, subrayé: “cuanto menos conseguía, más cedía al sabotaje de mí misma, a la procrastination y al pensar más de la cuenta.”  Yo no hago otra cosa que pensar en la tesis, intentar estructurar, planificar los tiempos, contabilizar mi vida en horas productivas, y pienso tanto que al final soy casi incapaz de escribir porque estoy mentalmente agotada y busco cualquier excusa para no sentarme en el escritorio a escribir. Necesito huir de ella, escapar. Mi tesis se ha convertido en mi carcelera y mi verdugo. Por mucho que sepa que tendría que estar disfrutando del proceso. 

Por si esto fuera poco, tengo sueño todo el tiempo. El sueño también es producto del cansancio extremo que tengo por ser incapaz de tener descanso de calidad. Entonces es la pescadilla que se muerde la cola, un círculo vicioso del que soy incapaz de salir. Me levanto, pienso en todo lo que tengo que hacer, intento estructurar mi día, desayuno con energía y en cuanto me pongo a leer los ojos se me cierran y no hay forma de concentrarme. 

Como Olivia Sudjic, “me dije a mí misma que me dejara de cuentos. Me dije a mí misma que no habría más paseos hasta que consiguiera al menos un capítulo,” sin resultados. Me he dicho a mi misma durante el último año que ya está bien, que puedo hacerlo, que lo he hecho muchas veces antes. Que no es el primer trabajo académico al que me enfrento, sin embargo es la primera vez que me siento completamente incapaz de hacerle frente. Y es la primera vez que me siento completamente sola frente a esto. Sola al investigar, sola al escribir. No tengo espacios de intercambio de conocimiento, de construcción colectiva, no sé si lo que estoy escribiendo tiene valor, los seminarios doctorales no son espacios de retroalimentación común, sino más bien requisitos que hay que cumplir sin siquiera saber el nombre de los y las compañeras con quien se supone estás creando conocimiento. Hacer un doctorado es estar sola y como bien dice Olivia Laing “cuando una persona es solitaria, anhela ser aceptada, deseada, y al mismo tiempo se vuelve extremadamente temerosa de la exposición”. 

Cuando comencé la tesis mi directora me dijo que me olvidara de la militancia, que me olvidara del activismo, casi que me olvidara de mis relaciones sociales y vitales. Eso debió ser una señal de alarma, pero no lo fue. Meses más tarde cada vez que me encontraba con ella me quedaba durante horas sentada en las escaleras de la facultad, llorando. Cada vez tenía menos ganas de trabajar y cada vez estaba menos segura de poder llevar a cabo la empresa. Un artículo de La Vanguardia dice sobre los tutores académicos: “existe la necesidad de que los supervisores de las tesis sepan reconocer determinados signos como la depresión o posibles tendencias suicidas entre los aspirantes”. La realidad es que pocas tienen la suerte de contar con un tutor que esté ahí animándote a seguir, recordándote que puedes, que vales, que lo que haces tiene sentido. 

Al día de hoy ya no me interesa la validación de un director de tesis porque ya no me interesa seguir perteneciendo a un lugar como La Academia. La Universidad no crea sujetos críticos capaces de transformar la realidad, sino todo lo contrario. Es un espacio racista, clasista, elitista y xenofobo. Ser migrante, racializada y lesbiana es ya condición de imposibilidad para sentirme agusto en espacios académicos.

Da igual cuál sea mi producción, da igual lo que sepa, lo que haya estudiado, aprendido o producido, estoy determinada por mi origen y mi identidad, aún a pesar del enorme capital cultural que me da pertenecer a la clase media progresista latinoamericana.

Lo mismo sucede con muchas estudiantes de la clase trabajadora, porque seamos honestas, no todas empiezan las carreras universitarias en igualdad de condiciones y es por esto que la elite se perpetúa en el poder académico. 

Si a todo esto agregamos que el futuro no es más halagüeño, que el título de doctor no nos asegura ni un empleo bien remunerado, ni contratos mayores a dos o tres años y que seguramente sea necesario cambiar de residencia cada poco tiempo dependiendo de la Universidad que requiera nuestro servicio, el horizonte a mediano plazo es devastador. Los recortes en educación, que implican menos plazas, menos becas, menos recursos para investigación, se sienten dentro del cuerpo. La ansiedad se dispara por no saber qué vamos a hacer cuando terminemos la tesis. Es lógico que muchas no seamos capaces de terminarla, la incertidumbre del futuro es mucho más grande que la certeza agotadora del presente. En resumen, las carreras académicas son tan tóxicas que mucha gente muy valiosa se queda por el camino. No se trata de capacidades, ni de creatividad, se trata de aguante físico y mental, eso es lo que se puntúa. Se perpetúan situaciones de brutalidad psicológica al interior del sistema académico sin que nadie haga nada por atajar el problema. 

Como bien dice Remedios Zafra: «Cuando damos por perdido un sueño, decepcionándonos con el modelo social y público en el que confiábamos, el futuro corre el riesgo de enfrentarse con frivolidad, llevando a la parálisis, la desconfianza y el conformismo, a la claudicación ante el dejarse ser engranaje de la máquina y sujetos desapasionados, sujetos que fingen sonreír solo porque advierten que cerca hay una cámara.»1

Hace un par de días, Irantzu Varela, periodista y amiga a la que admiro mucho decía que quienes nos dedicamos a escribir en realidad lo hacemos para nosotras mismas. No escribimos para las otras sino para nosotras y lo compartimos con la esperanza de que resuene en el cuerpo de las otras. Así escribo yo, como un mensaje en una botella lanzada al mar, para salvarme y para redimirme. También pretende ser un acompañamiento para todas aquellas que como yo, se sienten inmersas en un círculo diabólico del que no pueden salir. Mientras tanto, espero llegar al siguiente plazo de entrega, ansiolíticos mediante y espero poder mantener mi vida social, mi red afectiva, sin la cual no habría llegado hasta aquí. A la pregunta ¿La tesis o la vida? la respuesta es en apariencia sencilla: la vida. No sin saber el coste que eso supone. 

[1] Remedios Zafra, Frágiles. Cartas sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura, Anagrama, 2021, p. 48

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Sobre el tema recomiendo mucho:

https://www.elsaltodiario.com/paradoja-jevons-ciencia-poder/el-coste-mental-de-la-carrera-investigadora

https://www.lavanguardia.com/vivo/psicologia/20170813/43413072911/tener-un-doctorado-trastorno-psicologico.html