La casa de las goteras

Por Roxana Sámano*

Alfonsina, 9 años, El Salvador

Los abogados del tribunal no sabían qué era más preocupante; la innegable desnutrición de la niña que se evidenciaba con solo mirar sus labios resecos, sus clavículas ostensiblemente pronunciadas, y su baja estatura para una niña de su edad; o el fallo que se dictó al revisar los alegatos de su defensor de oficio, que con vergüenza la miraba de reojo, casi sin mirarla, como si tuviera ganas de pedirle perdón por lo que estaba sucediendo.

 

Mujer/Niña/Latina/Pobre

El 26 de julio del 2016, Alfonsina se despertó con un fuerte traqueteo propiciado por su madre. Era el día de emprender la aventura que tanto había esperado desde hacía ya varios meses, pero había algo que le causaba escozor: su madre no se mostraba emocionada. Con lágrimas en los ojos, su madre se despidió del hermanito de Alfonsina, que se quedaría bajo los cuidados de su abuelita mientras ellas se iban de vacaciones. Lo abrazó muy fuerte, como si quisiera que una parte de ella se quedara siempre con él.

Como una de las precauciones que su madre había premeditado para tan largo viaje, a Alfonsina se le encomendó la tarea de llevar dentro de su camiseta remendada, el dinero por el que su madre había trabajado durante ese año y parte del pasado lavando platos noche y día en una fonda sin luz ubicada a más de 3 kilómetros de su casa. Alfonsina se sentía afortunada de ser la encargada de resguardar tanto dinero, como si de la encomienda más solemne se tratara.

¡Somos ricas, mamá; somos millonarias! Gritaba mientras sentía sin ofuscarse cómo el agua de los charcos se filtraba entre sus dedos fríos a través de los orificios de sus zapatos.

Durante su caminata, Alfonsina recordaba las historias de terror que contaba su mejor amiga en las noches veraniegas, en las que pasaban horas juntas cuando sus madres se reunían para hablar de sus apócrifos sueños revestidos de azul y rojo tomando agua azucarada. Esas historias estaban llenas de monstruos salvajes e iracundos que habitaban su barrio, y aunque a Alfonsina le habían quitado ya más de 400 horas de sueño, disfrutaba mucho escuchando a su amiga disparatar sobre aquellos seres que a su vez parecían tan lejanos.

Mujer/Madre/Latina/Pobre

migrantes
Muchos centroamericanos cruzan México en La Bestia, uno de los trenes mas mortales y peligrosos donde miles han perdido la vida al intentar montar el tren cuando va a toda velocidad. Ilustración tomada de Cuento que no son cuentos: niños y niñas migrantes. 

La primera vez que Alfonsina escuchó hablar a su madre de La Bestia, ella se imaginó que empezaba a interesarle ese asunto pueril de contar historias distópicas y le pareció divertido. Mientras caminaban juntas rumbo a casa de La

Bestia, ella recordaba con una mezcla de emoción y escalofrío todos aquellos relatos sobre el monstros que escuchaba de la gente que trabajaba en la plaza central de su pueblo natal.

Alfonsina desconocía la exaltante prisa que denotaban los habitantes de su pueblo por conocer a La Bestia, pero ese deseo compartido la hacía sentir parte de algo importante, de un sueño colectivo.

Al llegar a la frontera de Guatemala, 6 hombres se acercaron a ellas muy de prisa. Alfonsina apretó fuerte el brazo de su madre, pero no pudo impedir que, entre jalones de pelo y golpes en la boca, se la llevaran a rastras arrancándole la ropa y el sueño americano.

Sangre Pipil derramada en las piedras

¿Cómo te llamas, niña? ¿De dónde eres? ¿En dónde están tus padres? Exhausta de tanto caminar, sin saber por qué esas caras anónimas le hacían tantas preguntas, y con los ojos hinchados por el llanto y el polvo, Alfonsina volvió a pensar en su madre y en la posibilidad de conocer a La Bestia algún día.

Trascurrieron 2 días o 3 décadas para que el gobierno guatemalteco resolviera extraditar a Alfonsina al país de las esperanzas inexistentes, de las pesadillas nocturnales y del agua azucarada que preparaba su madre los domingos de verano.


*Roxana Sámano Cuevas es feminista diletante en busca de la reapropiación de las letras y la calle.

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