Por: Marisa Orozco*
El día de mi boda estaba llena de ilusión, siempre soñé con formar mi propia familia. Me casé enamorada de Irving, la mayor parte del tiempo él era un caballero, atento y tierno, excepto cuando se enojaba; solía reaccionar de forma muy agresiva, aventaba cosas, rompía objetos, gritaba. Yo pensaba que eso era normal, el tipo de reacciones que los hombres tienen cuando están molestos. Pensaba que en el matrimonio las cosas cambiarían, lo quería tanto que estaba segura que mi amor podría ayudarlo a controlar sus arranques de ira.
No fue así, las cosas fueron empeorando durante el primer año de casados, él comenzó a celarme, se enfurecía cuando hablaba con mis amigas, no le gustaba que saliera sola, ni siquiera al supermercado. Controlaba mis horarios, mi celular y mis redes sociales, me hería con sus palabras y sus falsas acusaciones. Yo aguataba todo, pensaba que eso era el amor, aguantarlo todo, soportarlo todo, qué equivocada estaba. De los gritos pasó a los golpes, me empujaba, me pellizcaba y llegó a amenazarme con un arma blanca. Me sentía muy confundida, porque después de cada agresión él se arrepentía, me pedía perdón, me regalaba flores, me decía que quería mejorar y yo intentaba creerle.
Todo cambió cuando tuvimos a nuestro primer hijo, cuando lo vi por primera vez con su carita tan linda, tan chiquito, tan mío, supe que no quería una vida de violencia para él, no quería que recordara una infancia de gritos y golpes. Me armé de valor y sugerí separarnos. Eso lo empeoró todo, Irving se negó a dejarme ir, los insultos aumentaron y los golpes también.
En 2017 denuncié a mi esposo por violencia intrafamiliar, y comencé formalmente mi proceso de divorcio. A partir de ahí él perdió los estribos, me acosaba constantemente, me seguía, me amenazaba. Puse tres órdenes de restricción contra él, pedí auxilio en dieciséis ocasiones, pero las autoridades no actuaban de manera eficaz. Comencé a vivir con miedo, siempre alerta, siempre a la defensiva.
El 25 de abril de 2019, tomé un taxi para ir a mi trabajo. Ese día amanecí con esperanza, estaba motivada a salir adelante, y aunque seguía con miedo de toparme con Irving, tenía el apoyo de mi familia y eso me daba seguridad. Durante el trayecto, el taxista me dijo que el carro de atrás venía acercándose mucho y que el conductor parecía enojado, volteé por el espejo retrovisor y lo vi, era él, y en su mirada solo había ira, “viene por mí”, pensé.
Llamé a mi mamá, me dijo que me tranquilizara y que le hablara a mi abogado, “te amo”, me despedí. En seguida le marqué al licenciado, “¿qué hago?, está enojando, viene por mí”, él me pregunto mi ubicación, yo estaba por Providencia, me recomendó bajarme en Casa Jalisco y pedir refugio, seguramente los guardias armados podrían protegerme.
Le pedí al taxista cambiar de ruta y me bajé justo en la puerta de la casa del gobernador, dicen que ese día estaba ahí dentro en una junta muy importante sobre seguridad, que ironía. Me acerqué desesperada a uno de los guardias, “ayúdeme, mi ex me viene siguiendo, y es muy agresivo”, fue lo único que alcancé a decir. De repente todo dio vueltas, caí al piso, Irving me arrolló con su carro.
Me paré al instante, estaba herida y todo me dolía, pero no podía darme por vencida, “¡ayuda!”, él se bajó del coche empuñando un cuchillo, “Irving, no, por favor” … No pude evitarlo, nadie pudo detenerlo, ¿y mi hijo?, ¿y mis planes?, ¿por qué tú?, ¿por qué precisamente tú? la persona que juró amarme y respetarme todos los días de mi vida.
La ineptitud del Estado me negó la protección que necesitaba, nadie pudo evitar mi muerte. Dicen que hay doce funcionarios en proceso por negligencia, yo me pregunto si eso podrá reponer la falta que le haré a mi hijo de dos años. Sí, mi feminicida murió ese mismo día, alcanzado por las balas de los guardias de seguridad, pero mi asesinato quedó impune. A mí me quitaron la justicia, y con ella la vida.
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Este es un testimonio basado en el caso de Vanesa Gaytán Ochoa, asesinada por su aún esposo afuera de Casa Jalisco. Mi nombre es Marisa Orozco, pero hoy hablo por Vanesa, porque ella ya no está aquí para contar su historia.

*Mi nombre es María Isabel, pero me gusta que me digan Marisa. Mi pasión es leer y mi vocación escribir. Soy Trabajadora Social, Investigadora y Feminista.
Mis líneas de investigación son: emprendimiento femenino, subjetividad y procesos educativos.Blog: https://vocesextraordinarias.wordpress.com/; Instagram: @vocesextraordinarias; Facebook: @vocesextraordinariasmx; Instagram Personal: @marisa_orro ; Facebook: Marisa Orozco
**Los derechos de la ilustración pertenecen a Rosario Lucas @rosariolucash, el cual tituló «Vanessa» refiriéndose a un feminicidio ocurrido el 02/02/19 en el Estado de México. «Vanessa» tenía 22 años. La ilustración forma parte de @noestamostodas, proyecto de ilustración que busca visualizar feminicidios y transfeminicidios. / An illustration project to visualise femicides / transfemicides.
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