Bollera/lencha

*Por Tatiana Romero

Con motivo del Día de la visibilidad lésbica comparto un fragmento del texto (h)amor propio en los márgenes, texto que forma parte de la compilación de ensayos (h)amor4_propio de la editorial Continta me tienes.

“Las lesbianas son malas” me decía mi madre, supongo que intuyendo mis inclinaciones, aunque por entonces yo me declaraba bisexual (frente al mundo, nunca frente a ella), sin ser consciente del significado político de asumirme dentro de una identidad disidente. Aun así, yo me enamoraba de mis amigas, aun así, mi primera relación sexual fue con mi mejor amiga y a ésta siguieron otras. Yo sentía un deseo sexual muy identificable por las mujeres pero lo disfrazaba de amistad, como dice la canción. También sentía ese deseo por los varones, así que tiré por lo fácil, por la obediencia heterosexual y, a pesar de eso, mi madre me decía que las lesbianas eran malas.

A sus ojos eran muy celosas, dramáticas, pasionales, irracionales. No sé bien de dónde se le habrán ocurrido esos calificativos, pero la misoginia es evidente. Yo me sentía atraída por ellas, me cautivaban las mujeres que abiertamente se declaraban “lenchas” (hermosa variante mexicana del bollera), me gustaban las mujeres masculinas y con mucha pluma, -lo siguen haciendo-, algo hay en su mirada, en su forma de hablar, de moverse que me hace desear parecérmeles. Ocupan el espacio con la frente en alto, son visibles por supervivencia, por resistencia, defienden su existencia más que ninguna otra y a mí eso, adolescente marginada por su mojigato y progre círculo social clasemediero,  me hablaba de poder, de rebeldía, de subversión. Sin embargo, era un deseo secreto, sórdido, arrabalero y yo no quería ser excluida de ese mundo feliz y apacible de la domesticidad heterosexual.

Las bolleras somos cuerpos atravesados por el dolor, un dolor viejo y colectivo. Muchas bolleras ha sido marimachos rechazados por su familia, muchas han sentido asco de sí mismas, muchas han sido violadas como correctivos, asesinadas enfrente de sus parejas, expulsadas de sus comunidades por desafiar la norma, no por amar a otra mujer, eso poco importa, no es un asunto de amor, ni de deseo, se trata de transgresión, de desafío al mandato de género, al patriarcado, al capitalismo, de renuncia a lo que se espera de nosotras: hacer el trabajo reproductivo de este sistema que necesita de carne de cañón, de mano de obra barata.  

Sí, soy bollera, lencha, manflora, camionera, marimacho, torta. Promiscua, sudaka. Han apostado por mi exterminio y sigo aquí, entre sudores, fluidos y lenguas que se entrecruzan. Soy un cuerpo que habita la periferia y desde ahí (h)ama como acto político.