Estoy llorando.
Llevo 6 días enferma y sé que tendría que ir a la médica, pero soy incapaz de moverme. Estar enferma me genera una ansiedad muy alta justamente por eso, porque si se agrava tendré que ir a la médica. Y, el problema es que con mis antecedentes broncopulmonares casi siempre se agrava.
Mi whatsapp está lleno de mensajes de mis amigas diciéndome que vaya a la médica, cada dos líneas leo un “te tienen que atender”. Yo ya sé que me tienen que atender, no necesitan repetírmelo todo el tiempo como si fuera estúpida. Ya sé que aunque la ciudad en la que vivo esté desmantelando la sanidad universal y emitiendo facturas en los centros de salud a las personas migrantes en situación irregular, me tienen que atender en urgencias, el problema no es que no me atiendan, el problema es toda la violencia, miedo y ansiedad que se genera hasta el momento de ser atendida.
Me imagino que voy acompañada de alguna amiga blanca, sé que no va a pasar nada, dentro de mí lo sé. Pero me siento tan pequeña, me siento como una menor de edad, que no sabe cómo comportarse, que no sabe qué le va a pasar, qué le van a hacer. 30 años siendo asmática y tengo miedo de ir a urgencias porque creo que tengo una bronquitis en evolución. Vulnerable, siento una atroz vulnerabilidad, una fragilidad difícil de describir con palabras. Es algo del cuerpo. Como si mi cuerpo necesitara ser protegido por capas y capas de piel que me defienda del exterior.
Otra vez las ganas de llorar.
¿Qué voy a decir en el mostrador de admisiones? ¿Cómo me van a mirar? El estigma de la ilegalidad. No puedo, siento que no puedo. Me duelen las manos solo de pensarlo. Recuerdo una parte del libro de Hija de inmigrantes de Safia El Aaddam en el que cuenta que es incapaz de realizar ninguna gestión sin sentir que no puede. Sin que se le instale un nudo en la garganta. Lo mismo me pasa, tengo un nudo en la garganta solo de pensar en ir al centro de salud. Algo que parece tan cotidiano.
Las personas van a su médica de manera regular, les hacen análisis de sangre, exámenes más complejos, van si están resfriadas, si tienen algún virus. Yo no. Para mí es una de las cosas menos cotidianas en la vida, es una de las cosas que más ansiedad me provoca. Espero a estar verdaderamente mal para hacerlo. Entonces sí, no queda de otra. No me acerco a admisiones, dejo que alguien más hable por mí. Yo que no quiero que nadie me arrebate nunca la voz, yo que me pienso una mujer autónoma (interdependiente claro, pero autónoma), que pago mis facturas, que me gano la vida con lo que escribo, que uso mi voz para mantenerme a flote. Yo, necesito que sea otra la persona que hable con esa mujer que me mira pensando qué coño estoy haciendo en este país quitándoles el trabajo, abusando de su sanidad, de su supuesto estado del bienestar.
La última vez que fui al médico tenía neumonía bilateral por covid. Me mandaron directamente a urgencias hospitalarias. Menos de 90% de saturación de oxígeno en sangre. En la ventanilla de admisión detrás mío estaba otro migrante, no hablaba casi español, era de algún país subsahariano, le trataron con tal desprecio, desplegando todos y cada uno de los gestos racistas que he aprendido a identificar en los funcionarios de este país, que se me heló la sangre en las venas: me alegré de no ser él.
Por mi cabeza pasan miles de imágenes, desde una detención hasta un expediente de expulsión. Absolutamente todo. Todo irracional, todo corporal, y por eso mismo si cabe, más real. Quinto chute de terbasmin de la mañana.
Necesitas que te vea un médico.
Otra vez el nudo en la garganta.
Ya sé que necesito que me vea un médico, no soy idiota. Como muchísimos otros migrantes saben que necesitan ir al médico, y que a veces, alargan tanto la visita con la esperanza de que lo que tienen se les pase solo que terminan en situaciones verdaderamente graves. Tragedias que derivan en desgracias, diría Belén Gopegui. Yo soy privilegiada. Tengo una red de personas euroblancas, hablo el idioma y bien que mal provengo de la clase que vengo. Menos opresiones intersectando mi pecho. Privilegios que dilatan los bronquios aunque sea un poquito.
Sé que es difícil entender lo que se siente si para ustedes ir al médico es una acción cotidiana, para mí misma hasta hace algunos años no representaba ningún tipo de problema, a lo mucho me molestaban las horas en la sala de espera, pero poco más. Qué poco reflexionamos sobre nuestros privilegios, privilegios que en realidad debieran ser un derecho universal, porque el derecho a la salud lo es.
Sé que cuando me dicen que vaya al médico lo hacen desde el amor más absoluto y la preocupación por mi salud, pero a mi me aprieta la tripa y me la hace nudo solo de pensarlo. Y no sé muy bien cómo explicároslo. No sé como hacer para que sientan este aguijón en medio del pecho, no se como hacer para que vean mi miedo, para que lo sientan como propio, para que les erice la piel como me la eriza a mi (posiblemente sean los escalofríos por la fiebre).
Ya sé que me tienen que atender, ya sé que me tiene que ver un médico, pero por favor, párense un momento a pensar en lo que eso representa para mí y desde ahí hagamos juntas. Ideemos formas de hackear al sistema, de darle la vuelta a la institución para no tener que pasar por esos momentos de tanta violencia. Darme sus brazos para protegerme de ella, porque es en este momento cuando más los necesito. Cuando más a la deriva me siento. Enferma. Darme mi tiempo y mi espacio de asumir qué es lo que hay y que pasar por eso es lo que hay.
Tomar el control, que ahora yo no soy capaz ni de mirar fijo a los ojos de nadie.
Acompañar en la emergencia era esto, algo tan cotidiano como ir al médico.