Por: Laura Díaz*
«Aprendo la lengua patriarcal para maldecirla.»
Pedro Lemebel
«No se trata de oponer las pequeñas ventajas de las mujeres
a los pequeños derechos adquiridos de los hombres,
sino de dinamitarlo todo.»
Virginie Despentes
Los relatos de infancias nos permiten vislumbrar cuándo se empieza a pensar la diferencia, quién nos la enseña, cómo aprendemos a distinguirla. “Yo no pensaba en lo femenino y lo masculino, lo pensaban los demás respecto a mí, y entonces juzgaban” (Tron y Flores, 2013, p.111). Si los individuos se vuelven inteligibles solo cuando poseen un género “que se ajusta a normas reconocibles de inteligibilidad de género” (Butler, 2001, p,70), ¿dónde se aprenden dichas normas? Para pensar, entonces, cómo se incorpora la matriz binaria de la heterosexualidad desde la infancia, tanto en el discurso como en el modo de actuar en el mundo, vamos a tomar el concepto de tecnologías de género acuñado por Teresa de Lauretis para poder visualizar a partir de estos postulados teóricos cómo se ponen en juego desde los primeros pasos de les niñes por las instituciones educativas, ya sean el jardín de infantes o la escuela primaria.
Desde el punto de vista de la teoría de la performatividad, no existe un orden biológico independiente de las estructuras sociales y culturales a través de las que construimos las relaciones de género. Butler considera la construcción del cuerpo sexuado como parte del proceso de construcción de un género. En este sentido, “el sexo, por definición, siempre ha sido género” (Butler, 2001, p.35). Se entiende así al sexo y el género como una construcción del cuerpo y de la subjetividad fruto del efecto performativo de una repetición ritualizada de actos que acaban naturalizándose, produciendo una esencialización.
El pilar sobre el que se erige está construcción de los cuerpos es la matriz binaria de la heterosexualidad. A partir de esta matriz, se instala la exigencia de que el sexo exprese la sexualidad y, al mismo tiempo, de que el deseo y la práctica sexual exprese el sexo. Según está lógica, el sexo causa el género y éste, a su vez, es causa del deseo y las prácticas sexuales. Por lo tanto, los conceptos de sexo, género y práctica sexual se encadenan postulando el binarismo como una consecuencia lógica y natural que deriva de lo biológico, expulsando de la norma social a cualquier corporalidad que rompa o bien con algún eslabón de la cadena o bien con todos.
Si la matriz binaria de la heterosexualidad es una construcción cultural, es necesario que la misma sea perpetuada por todos los individuos que viven en dicha sociedad. Ya desde el aparato médico, que a la hora de “traer niñes” al mundo les asigna un sexo/género, se institucionaliza la necesidad de pertenecer a un sexo/género para poder vivir en sociedad. En este sentido, las primeras experiencias de sociabilidad institucionalizada se convierten en un brazo ejecutor de la matriz, pero, al mismo tiempo y como su consecuencia, en el momento en que empiezan a evidenciarse las desviaciones de la misma.
Las instituciones educativas se convierten en lugares donde se enseña “que las personas se dividen entre los gustos y por géneros” (tron y flores, 2013, p.68) siendo solo posibles los dos géneros establecidos por la matriz binaria y, a su vez, los gustos que son presupuestos para cada uno de estos géneros. Por lo tanto, si alguien que es presuntamente niña, parecería tener gustos de niño, esto es advertido y reprobado. Por lo tanto, estas instituciones son tecnologías de género en las que se pone nombre a la diferencia, haciéndola emerger.
“Tarde o temprano llega la palabra ‘machona’ y te das cuenta que la cultura y la libertad no siempre van de la mano” (tron y flores, 2013, p.86). Ese corrimiento del ‘ser mujer’ normado deja ver que el género no es solo performativo (lingüística y discursivamente) como lo afirma Butler, sino que además se da en la materialidad de los cuerpos. Los moretones, la vestimenta, el juego que se elige (la muñeca o el autito nunca es lo mismo), trepar un árbol, y hasta jugar en un arenero demuestran que “no solo hay que ser, sino también parecer” (tron y flores, 2013, p. 99).
Al reproducir y enseñar estas tecnologías de género, las instituciones educativas adoctrinan y convierten a les niñes en vigilantes: en sus propios vigilantes y en los vigilantes de los otros. Les niñes se ponen en relación a las miradas de los otros a los que, pareciera, hay que satisfacer. Esto evidencia el hecho de que la posible diferencia se aparta y no puede convivir en sociedad. Entonces, para convivir, habría que aceptar la matriz e introducirse en ella.
Pero a pesar de la incorporación de la matriz binaria, la diferencia siempre emerge, porque, en realidad, siempre está. Para Preciado, la identidad homosexual se presenta como un “accidente sistemático producido por la maquinaria heterosexual” (Preciado, 2002, p.25), siendo así ubicada por fuera de lo normal, en el lugar de lo abyecto. Es, entonces, la identidad homosexual la que permite revelar el carácter construido de la identidad heterosexual. Por lo tanto, es posible modificar sus prácticas de producción sexual utilizándolas, repitiéndolas, parodiándolas. Apropiarse de las prácticas que se nos dice que no nos pertenecen (“eso no lo hacen las nenas”, “los nenes no juegan con muñecas”) es tomar las mismas herramientas que la matriz nos propone, pero desbordándolas, simulándolas porque “el género pasa por la imitación (Preciado, 2002, p.25).
Por lo tanto, para poder verificar el carácter de cultural de lo que se nos presenta como naturalmente dado, es necesario construir, simular. El cuerpo muestra lo que se es. Muestra el “deseo de ser persona, de ser mente y espíritu, sin importar los penes y las vaginas, sino las sensaciones, las emociones” (tron y flores, 2013, p.113). La deconstrucción y reconstrucción del cuerpo, del nombre, de la identidad se convierten así en una de las tareas posibles para revertir la fijeza del modelo hombre o mujer.
Bibliografía
Butler, Judith. El género en disputa. Barcelona: Paidós, 2001.
Preciado, Paul. “Basura y género. Mear/cagar. Masculino/femenino”.
Preciado, Paul. Manifiesto contra-sexual. Madrid: Opera Primera, 2002.
tron, fabi y flores, vale (comps). Chonguitas. Masculinidades de niñas. Neuquén: La Mondonga Dark, 2013.
**La imagen que acompaña este texto es creación del ilustrador @v.eird
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