Costumbres nuevas para el hombre y su bici

Por: Nina Valda*

 

Aunque fue hace casi dos años, recuerdo muy bien esta conversación: “Los hombres encima la bici son re machistas”. Ella jocosa me responde: “¡Y debajo de ella también!” Esas charlas me ayudaron a descifrar —pues la mayoría de las veces son como códigos escondidos— los machismos de varios hombres ciclistas. Hoy recordé esa buena plática después de enterarme que, en Bélgica, una ciclista fue detenida en competencia porque estaba a punto de alcanzar el pelotón masculino. Entonces decidí pedalear escribiendo.

En este pedaleo no pretendo hacer una pesquisa para demostrar cuán machista —y elitista— es este deporte, pues las causas ya son muy sabidas. En el mundo se consideraba el ciclismo una actividad exclusiva para los hombres. Hasta casi los 80 las mujeres tenían prohibido participar de pruebas ciclistas. 

El reconocido Tour de Francia fue una prueba específicamente para hombres desde su creación en 1903. Recién en 1984 se presentó el Grande Boucle; en 1985 el Tour de l’Aude Femenino y en 1988 el Giro de Italia Femenino. Los periodistas que cubrían estos eventos eran toditos hombres. Para participar siendo mujer tenías que disfrazarte de hombre —como Alfonsina Strada. Todavía hasta hoy continúan los actos machistas de premiación, al poner dos modelos femeninas para entregar premios y dar el beso al ganador. Ni qué decir del ámbito nacional —boliviano—, ya que al país solo le interesa el fútbol —masculino para variar—  y las pruebas ciclistas de la Doble Copacabana, La Vuelta a Bolivia fueron exclusivamente para hombres. Para rematar, este dato jocoso: algunas iglesias consideran que una mujer encima de una bicicleta es un acto injurioso, porque el sillín de la bicicleta hace que las mujeres se sienten de una forma provocativa para los hombres. Que subamos a una bici, que nos masturbemos, que sintamos placer, nos va a llevar directito al infierno. Pues, ¡vámonos al infierno pedaleando entonces!

Pretendo en realidad pedalear enumerando sólo algunas de estas prácticas machistas que me ha tocado vivir de cerca, desde mi ser ciclista. Practico el ciclismo recién hace 3 años 5 meses. Inicié esta actividad en una ciudad que además no conoce, no siente, no cuida e invisibiliza a una ciclista: La Paz- Bolivia. Aunque tenga una ciclovía de 9 km los domingos, aún no se tiene una cultura de ciclismo real en la ciudad: no nos dan el metro y medio que corresponde en carreteras, nos empujan o atropellan con sus autos, no existen ciclorutas fijas. A pesar de ello, disfruté y sigo disfrutando de pedalear cantando, de escapar a la montaña, de entrenar con disciplina y de competir alguna que otra vez de alguna prueba ciclista. Pero en todos estos disfrutes, también me tocó sentir el machismo escondido y disimulado de la familia, compañeros y —por qué no— compañeras. Cierto es que en ese entonces, no me daba cuenta que los micromachismos también andan a pedal y estoy segura que no soy la única ciclista que se cuestionó algunas de estas actitudes. 

1er pedaleo: “¿Por qué te metes en esas cosas?”

Uno de los primeros estereotipos que enfrentas es el de la familia. Existe una actitud machista camuflada cuando algún miembro de ella te pregunta: “¿Bicicleta? ¿Acaso sabes manejar? Cuidado y te estés cayendo por ahí (Y sí, graciosamente por falta de reflejos y equilibrio caí un montón de veces) ¿Por qué te metes en esas cosas?”. 

Lo que ves son rostros de sorpresa diciendo sin decir: “ese no es un deporte de señoritas”, “eres mujer, eres débil y necesitas cuidado”, “¿será que puedes ir sola?”. Es sorpresivo porque quizá prefieren que practiques nado sincronizado, yoga o pole dance, disciplinas que se creen ‘adecuadas’ para mujeres; cuando en realidad son —como todos los deportes— mixtos. Es sorpresivo porque quizá prefieren que sigas en la ‘seguridad’ de tu casa, en esa burbuja sobreprotectora que construyen para ti y donde nada malo puede pasarte; cuando en realidad a veces los mayores peligros se encuentran ahí dentro. Es sorpresivo porque, como mencioné anteriormente, en su imaginario, ese deporte es exclusivo para hombres y ¡vaya, eres mujer!; (sí, mujer que quiere una salida de esta sociedad de deporte patriarcal). 

Aquí ocurre que creen todavía en eso de los roles de género. Pensar que hay deportes asignados para mujeres es otorgar al vigor biológico un valor equivalente al social. Mayor fuerza, más valor social, menos fuerza, menor calidad social. Se nota la designación social de las supuestas capacidades femeninas de servicio. Eso de que una mujer debe dedicarse únicamente a las cosas de la casa, siendo esa su exclusividad. Naturalizando las tareas que se realizan en ella como femeninas y apartándola de todo símbolo de liberación, en este caso, para mí, mi bicicleta.  

Obviamente, después se acostumbran. De pronto llegas a casa con tu bicicleta nueva. Ese mismo instante sales a rodar. Al día siguiente despiertas temprano para comenzar a entrenar. Y así los días pasan, te inscribes a una prueba, te acompañan, te alientan, te ven ganar y dicen: “¡Esa es mi hija! Yo te dije que eras buena para esto”. Ríes porque recuerdas que al principio no fue fácil.

2do pedaleo: “No es bueno que vayas sola a pedalear por esos lados”

Como tus salidas se van incrementando, tu círculo de amigxs y compañerxs de ruta también va creciendo. De pronto integras un club de ciclistas donde te encuentras a personas de toda edad, sexo, forma, color y tamaño. Y adoras las salidas con ellxs pues tienen algo particular: las rutas que hacen juntxs, jamás te las habías imaginado. Paisajes tan lejanos como increíbles te enamoran. 

Sin embargo, no siempre puedes asistir a estas salidas masivas o simplemente no las hay con una frecuencia constante. Entonces decides explorar sola. Y atraviesas la ciudad para refugiarte en las montañas, te tomas una foto, la subes a tus redes sociales y el mensaje machista de un compañero te quita la emoción y te impone miedo: “No es bueno que vayas a pedalear sola por esos lados”. Y eso no termina ahí, pues llegando a casa inicia la charla paternalista que termina en interrogatorio y reclamo: “¿Cómo te fue? ¿Hasta dónde llegaste? ¿Cómo? ¿Cómo te fuiste sola hasta ahí? ¡No puedes exponerte tanto! ¿Por qué no fuiste con tus amigos?”. Constantemente me preguntaba que, si yo fuera hombre, no me harían las mismas preguntas; es más, creo que me dirían: “¡Ohhhhhh pero que capo mi hijo ¡¿Y en cuanto tiempo lo hiciste? ¡Ohhhh pero que buen tiempo! ¡Felicitaciones!” Lo mismo me pasaba con el comentario del compañero, que de ser yo hombre el comentario hubiera sido: “¡Que buen pedal bro! Go go go”.

Ocurre nuevamente que detrás de esas preguntas, detrás de ese reclamo, detrás de ese comentario se evidencian los miedos del otro de perder el espacio público masculino, su espacio de poder. La movilidad en la calle, la carretera, el camino, tienen en la actualidad una dominación del hombre; no en vano vemos más chóferes hombres que mujeres -sean estos de transporte público, privado y/o comercial-, más policías viales hombres, más agentes de tránsito hombres, más frases como “mujer al volante, peligro constante”, más motociclistas hombres y obviamente más ciclistas hombres. Todo este conglomerado se ve supuestamente bien justificado bajo la retórica de la protección y seguridad. Normalizando nuevamente, que las calles no son seguras para las mujeres montadas o no en una bicicleta. Que una mujer debe andar siempre acompañada —mejor si es por un hombre—, que una mujer no puede llegar tan lejos sola.

Obviamente después, familia y compañero de pedal se acostumbran. Les cuentas que cada vez llegas más lejos, comentas que cada vez recorres más kilómetros y que cada vez conoces más lugares y cada vez más hermosos. En cada salida reconoces en ti misma una mujer valiente que monta bici, que llega muy lejos. Aprendes a cuidarte, es cierto; pero sobretodo aprendes a que sí puedes hacerlo, que tú y tu bicicleta pueden llegar hasta donde les dé la gana. 

3er pedaleo: “Yo te arreglo la bicicleta”

Mientras más pedaleas y más le sacas el jugo a tu bicicleta, esta, de vez en cuando, necesita mantenimiento, repuestos, nuevos componentes. Una mano de mecánica elemental es importante para el buen funcionamiento de tu máquina. Incluso —y sobretodo— cuando algún imprevisto ocurre en la ruta al no esquivar algún hueco, al pasar sobre vidrios rotos, al pisar una lata, al pedalear en un camino rugoso, el resultado más común suele ser que se te pincha la llanta. Sacas tu inflador, tus parches e inicias tu tarea hasta que tu compañero exclama asombrado: “¿Sabes parchar una llanta? …Ohhhh”. 

Un comentario como ese te deja un zumbido en el oído mientras reparas la llanta. Parchas la cámara, la metes de nuevo a la cubierta, conectas el inflador a la válvula y comienzas a bombear. El compañero nuevamente se manda el comentario: “Sí…sí, ¡más! … ¡más!, qué buena derecha tienes”. Y así cada comentario peor que el último.

De nuevo el estigma de que la mecánica es sólo para los hombres. De nuevo ese micromachismo utilitario que nos marca y nos dice “tú no puedes saber de mecánica”. La tontería de convertirnos en mujeres asombrosas, habilísimas —para su sexo—, unas verdaderas “super mujeres” por tan solo saber parchar una llanta. Genera sorpresa porque en su mundo masculino, lo normal es que pidamos ayuda y que siempre exista un héroe de la mecánica que nos rescate. Esto se normaliza tanto que los talleres de reparación y las tiendas de bicicletas, por lo general, cuentan con un personal masculino para el área de mantenimiento, limpieza, cambio de repuestos, reparaciones, y con mujeres a cargo de lo comercial —cajeras, modelos, administradoras, recepcionistas—. Mientras sigan siendo escasos los cursos de mecánica por y para mujeres, seguiremos ‘dependiendo’ de esas ‘atenciones’. Nuestras propias llaves estigmatizadas. 

Obviamente, después se acostumbran. Tú —al equiparte con lo necesario— y tus compañeros —al conocer que ya tienes conocimientos de mecánica— se acostumbran. Es cierto que en la ruta pueden pasar inconvenientes más graves que una simple pinchadura, y que la cooperación entre todxs es importante ese momento. Pero cuando quieres aprender cosas más sencillas, es bueno recurrir a cursos de capacitación, a algunos tutoriales en internet y a compañeros que no tienen necesidad de sentirse rescatistas en pedal. Al final, la mecánica básica es algo que vas aprendiendo con práctica y con tiempo.

Pedaleo final: “No eres ciclista, solo pedaleas…Yo te entreno” 

El tiempo pasa, y tu mujer competitiva interior te seduce a inscribirte en algunas pruebas de ciclismo. Tu entrenamiento da frutos y logras muy buenos tiempos. Valiosos e importantes cada uno de ellos. Pero no quieres quedarte ahí, quieres conocer más, aprender más, pedalear más. Si antes te dedicabas a practicar únicamente ciclismo de ruta, ahora quieres sentir la emoción del ciclismo de montaña. Si antes te dedicabas sólo a practicar ascensos, ahora quieres aprender algunas técnicas de downhill. Siempre quieres más. Lo intentas, fallas y no falta el compañero que te reprocha: “Es que no eres ciclista, solo pedaleas y ya”. 

Recuerdas que ya muchos se habían sorprendido por tus logros. Que muchos te habían apoyado al verte conseguirlos. Quizá otros tantos no confiaban en ti al principio, pero ahí están ahora ‘apoyándote’. Y aunque esos logros para ti son importantes, no son suficientes para algunos machistas en bici, sobre todo cuando sorprendidos exclaman “¡una mujer le está pasando al man! Porque puede que pertenezcas a un muy buen equipo de ciclismo, que pedalees junto a excelentes ciclistas y que cada día mejores más tus tiempos; pero esa frase lapidante seguirá en ti. Es más, intentarán hacerte salir de esa supuesta mediocridad en la que te encuentras y te ofrecerán sus ‘desinteresados’ servicios: “Si quieres yo te entreno”.  

Este es el pedaleo que impulsa a llegar —escapar— más lejos. Cuando existen este tipo de comportamientos masculinos que buscan reforzar su superioridad sobre las mujeres, es momento de seguir pedaleando, incluso con más fuerza. Se trata de un machismo coercitivo en donde el hombre usa la fuerza moral, psíquica y emocional para ejercer su poder, limitar la libertad y forzar a la mujer a restringir sus metas, sus logros, sus sueños. Hacerse a los sorprendidos porque una mujer adelanta a un hombre, porque una mujer es buena pedaleando, porque una mujer puede ganar podios es esconder enojo, envidia, misoginia. 

Obviamente tardarán en acostumbrarse. Por eso la organización de una prueba ciclista decide frenar la competencia femenina: porque ella los iba a adelantar. Detuvieron a una ciclista por miedo. Porque su masculinidad de ciclistas no se podía ver afectada por una mujer. Pero, ¡que se vayan acostumbrando de vernos pedalear! ¡Que se vayan acostumbrando a ser alcanzados!, ¡que se vayan acostumbrando porque les estamos pasando!

 

 

fotografia_NinaValda*Paola Cecilia Nina Valda (para lxs amigxs Nina, que en lengua aymara y kichwa representa al ‘fuego’) mujer, aymara, joven, boliviana de 28 años; radicada actualmente en Ecuador. Comunicadora social -de profesión-, coordinadora de proyectos -de oficio-, estudiante e investigadora permanente -de pasión-. Ciclista, bailarina, viajera. Siguiendo -a pasos cortos pero firmes- el camino de los feminismos, particularmente del Feminismo Comunitario. Mi correo electrónico es: paolaninavalda@gmail.com

 

**La ilustración que acompaña este texto es de @velotheory

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