El patriarcado del salario y nuestro sueño de ser valoradas fuera del mercado capitalista

Cuando era niña tenía mucho miedo de crecer y convertirme en mujer y madre. Como muchas de nosotras, el primer modelo de mujer que tuvimos de cerca fue nuestra madre, y en base a ese modelo, muchas de nosotras construimos nuestros sueños, esperanzas y miedos. En mi caso, yo no quería ni casarme ni tener hijos; en realidad no tenía idea de qué iba la vida. Mi madre siempre ha trabajo en casa como trabajadora doméstica; iba a hacer en otras casas lo que en su casa no podía hacer: limpiar, planchar, cocinar y cuidar niños (como la mayoría de mujeres pobres y emigradas). Ella sólo tenía los fines de semana para ir a la iglesia, el mercado y hacernos una comida decente en domingo, pues toda la semana por su trabajo no comíamos bien. Y así, los mejores años de su vida, mi madre (como muchas mujeres antes y después de ella) tuvo que dar su energía física y mental a un trabajo que hoy día las nuevas generaciones cuestionamos y nos rebelamos a asumir como proyecto de vida: los servicios domésticos y de cuidados.

La historia de mi madre entretejida con la mía es muy común dentro del sistema capitalista neoliberal que nos ha tocado vivir: una división sexual y de género laboral donde la mayoría de los trabajos domésticos y de cuidados descansa en los cuerpos y úteros de nosotras, las mujeres. Si al ser mujer le agregamos la categoría de ser también pobre, migrante, indígena, mestiza pobre, afro, etc. la situación se compleja más. Dentro del capitalismo el cuerpo de las mujeres genera riqueza, mano de obra y «servicios a la comunidad» sin pago. Como bien dice Silvia Federici en su texto El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo, «la fuerza de trabajo es lo más precioso en el mercado capitalista» heterosexual, por ello el trabajo doméstico y de cuidados es más que limpiar la casa: es servir y atender las necesidades básicas a los que ganan el salario. La crianza y el cuidado de la familia que hacen miles de mujeres en sus hogares sin pago, permite que cada fábrica, escuela, oficina, mina, institución pública y todo espacio donde se realizan labores, funcionen.

En este libro Federici explica que el capitalismo que actualmente vivimos se esfuerza por conservar y legitimar la familia nuclear heterosexual para que exista la disponibilidad de una fuerza de trabajo estable y disciplinada para la producción capitalista. En este sentido, las mujeres en su rol de madres e hijas siendo socializadas para «ser», garantizan  la calidad y cantidad de la fuerza de trabajo y el control de la misma. Y es que la estabilidad del trabajo que las mujeres desarrollamos al interior de los hogares en nombre de la familia también se hace en nombre del amor; un amor sacrificado y romántico. Así es cómo se perpetúa también la idea de la feminidad como algo natural: a las mujeres les corresponde limpiar, amar y cuidar en casa, o bien, trabajar fuera de casa contribuyendo al gasto familiar, pero eso no nos quita que sigamos teniendo la mayor carga laboral y emocional de lo doméstico y los cuidados. Cuestionar esa idea de la feminidad y que todo se hace en nombre del amor a la pareja, a los hijos, a los padres, a la familia, es retar los poderes reales y simbólicos que nos llevan a preguntarnos: ¿Estaré haciendo lo correcto?

Muchas de nosotras siendo madres hacemos un trabajo intelectual o calificado fuera del hogar, pero antes de hacer eso, debemos dejar más o menos organizado lo que va de la casa y los hijos; es decir, hacemos la triple jornada: trabajo doméstico-trabajo asalariado    fuera del hogar-trabajo doméstico. Y aquí les comparto un poco de mi experiencia actual. De momento estoy cuidando a mi tercer hijo, que tiene 7 meses de nacido y en mi trabajo me han dado una licencia de maternidad que dura un año. Hace cuatro años migre de México a Reino Unido porque mi esposo, inglés, es hijo único y su madre tiene Alzheimer. Así que no sólo vivo con mis tres hijos, mi pareja y dos gatos; vivo con una persona adulta que por su enfermedad requiere cuidados especiales. Al principio, cuando llegue a Reino Unido, pensé que iba a llegar a cuidar a mi suegra y yo me rebelaba ante esa idea, y lo sigo haciendo. Tuve que decirle a mi pareja que aunque viviera bajo el mismo techo con su mamá yo iba a continuar con mi vida profesional y mis compromisos con mi familia, es decir mis hijos. Sin embargo, la realidad siempre nos sobrepasa.

Aunque mi suegra tiene dos cuidadoras que vienen dos veces al día a cambiarla y dormirla, y tres días que va a un asilo para pasar el tiempo, yo tengo que estar al pendiente de ella por lo menos de lunes a jueves, porque los otros días mi esposo asume parte del trabajo con ella. Aunque yo no hago trabajo físico con ella de bañarla o salir a caminar con ella (sólo a veces cuando se cae o tengo que cambiarla de una silla a otra), hago comida, limpio su cuarto, su ropa y veo que tenga lo que necesita para su aseo personal cotidiano. Hay tres días a la semana donde tengo que estar a las 4:30 para recibirla cuando regresa del asilo; parte de mi tiempo y mi voluntad no dependen de mi, sino de ella durante esos días, lo mismo que en tiempo de vacaciones… Cuidar de una adulta mayor en condiciones así es más trabajo emocional y mental que cuidar de un bebé.

Mi actual experiencia me lleva constantemente a reflexionar en todas las aristas que se conectan. Ya de por si ser mujer emigrada en este país, madre, aprender inglés como segunda lengua siendo adulta y tener un trabajo de media jornada, me pone en una situación de constante lucha y resistencia para seguir con mi proyecto de vida. En parte, cuando llegue a Reino Unido pase por un momento muy difícil porque viví separación forzada con mi familia por las políticas migratorias de Teresa May, por lo que reponerse del trauma que eso supone y al ver mi realidad, opte por encontrar un espacio para trabajar en lo que me gusta y creo, aunque fuera de medio tiempo. Esa búsqueda estuvo motiva en parte por resistirme a laborar en espacios de precariedad laboral por mi nulo manejo del inglés recién llegada, o consumir mi energía en la casaAun así con todos los retos y logros que voy teniendo en este país, el esfuerzo es tremendo y no logro desprenderme de ese trabajo sin paga. Sigo en la constante reflexión y diálogo con mi pareja de qué hacer ante lo que no quiero hacer.

Intentar educar a los hombres ha provocado que nuestra revuelta se haya privatizado y se luche en la soledad de nuestras cocinas y habitaciones. El poder educa; los hombres tendrán miedo, luego aprenderán porque estamos luchando por una redistribución equitativa del mismo trabajo.

Silvia Federici, El patriarcado del salario

Parte de mi incomodidad al trabajo domestico y de los cuidados sin pago viene por hacer justicia a mujeres como mi madre, quien quiso pasar su tiempo libre con sus hijos pero que por sobrevivir no pudo. Me viene por hacerme justicia a mi misma y a las miles de mujeres que poco a poco han -hemos- puesto límites al amor incondicional y romántico  al hacerles saber a nuestras parejas e hijos que no lo haremos más sí ellos no lo hacen también. Porque amar y cuidar son opciones y son emprendimientos comunes donde tanto padres como hijos y todos los que viven bajo un mismo techo tendrán algo que hacer; donde el hecho de ser mujer, niña o niño te ponga en desventaja para servir a los demás adultos dentro de tu hogar.

El salario siempre ha tenido dos caras: la cara del capital, que lo usa para controlar a los trabajadores, asegurándose que detrás de casa aumento salarial se produzca un aumento de la productividad; y la cara de los trabajadores que luchan por más dinero, más poder y menos trabajo.

Silvia Federici, El patriarcado del salario.

Gran parte de las luchas que libramos en el espacio publico al incorporanos al mercado laboral de acuerdo a nuestras capacidades y formación, viene que históricamente, desde el auge del capitalismo, el salario a las mujeres ha sido menos. Ningún país por mas desarrollado y moderno que se diga ha logrado desvanecer la brecha de género. Si eso sucede en países donde los movimientos de las mujeres son fuertes, los sindicatos hacen sus funciones y hay contratos y prestaciones, imaginen lo que falta. Por ello, no debemos dejar de hablar, rebelarnos y organizarnos contra el trabajo doméstico y de los cuidados sin pago, porque si nosotras no llevamos al espacio público lo que nos oprime y nos niega la vida en lo doméstico ¿cómo nuestra voz encontrará eco y podremos hacer movimientos sociales de lo común a eliminar más allá de nuestras fronteras nacionales? El que no tengamos un salario por el trabajo que realizamos en nuestros hogares han sido la causa principal de nuestra debilidad en el mercado laboral, y de ahí el abuso de empleadores que al ver la necesidad que tenemos por trabajar y tener nuestro dinero, pueden obtener nuestro trabajo a bajo precio.

Es un reto aprender desde el hogar a organizarnos de acuerdo a nuestras necesidades y así organizar las sociedades en las que vivimos. Nuestro objetivo común debería ser valorarnos fuera del mercado, no ser vistas como mercancías ni como recurso humano para la explotación laboral en beneficio de unos cuantos dentro y fuera del hogar. Rechazar producir y reproducirlos como trabajadores y fuerza de trabajo es resistir al sistema capitalista. Por eso entiendo que colectivos de mujeres tomen las calles cada 8 de marzo en la huelga general para reivindicar nuestro derecho a no vivir más explotación o sobrecarga de trabajo dentro de los hogares; apoyo todos las iniciativas que se dan para criticar y actuar contra el amor romántico; apoyo a las miles de mujeres emigradas, venidas del Sur Global a países de Occidente que se organizan en sindicatos para luchar contra la explotación laboral y se dan permiso de ir a bailar un fin de semana en lugar de poner la ropa a secar en radiadores una noche de invierno; celebro que haya mujeres migrantes que al mandar dinero a sus lugares de nacimiento para ayudar a su familia, gasten en ellas primero para no pasar frío en Londres cuando es invierno. Agradezco estar ahora escribiendo mientras todos duermen y en lugar de ponerme a doblar la ropa a las 3:00 am., me di este tiempo para escribir muerta de frío.