SEREMOS: Registro de nuestras resistencias

Por: Sara Sandoval Flores*

Entonces tal vez nos vamos a volver a ver para
 prenderle fuego al sistema.
Y tal vez vas a estar junto a nosotras cuidando
que nadie apague ese fuego hasta que no
queden más que cenizas.


MUJERES ZAPATISTAS, 2018

Marcela Lagarde dice que “…las mujeres vivimos en cautiverio, pero ahí mismo vamos transformando nuestras vidas”. La primera vez que me topé con esta declaración  estaba en búsqueda de bibliografía que me ayudará a legitimar la propuesta de un proyecto gacho para un curso de la universidad. Qué iba a saber yo, que aquel día, hurgando desesperada entre los estantes polvosos de la biblioteca los cautiverios identificados por Lagarde retumbaran hoy en nuestra/mi lucha. Monjas, putas, presas, locas y MADRESPOSAS. La síntesis de la mujer reducida en cuatro pendejos conceptos y uno inventado. La simplicidad de ésta no es contraria u opuesta a la complejidad de la misma; incluso es  irónico cómo en tan poco cabe tanto: en tan poca libertad / autonomía / representación, cabe tanta lucha; cabemos tantas, cabemos  todas. 

Una se vuelve feminista con su propia historia.  Pichot dice que “…todas las consignas feministas derivan en una sola: las mujeres no somos libres”. Unas menos libres que otras. Desde hace ya varios años, el feminismo dejó de percibirse como singular para transformarse en la colectividad de feminismos que vivimos actualmente. Estaba claro que en el feminismo hegemónico blanco heteronormado que vivían Las Sufragistas en Inglaterra no cabíamos y no cabemos todas. Bajo esta racionalización, nosotras, feministas de América Latina comenzamos a trazar nuevos caminos desde la politización de nuestras cuerpas, enunciándonos desde los espacios que nos vulneran y resignificando las violencias que nos matan. La fuerza de nuestras voces yace en el  cuestionamiento  y rechazo de las categorías coloniales que obedecen a la reproducción de nuestras desigualdades capitalizadas. En nuestras trincheras las mareas verde/violetas y las consignas incendiarias se convirtieron en los vehículos de nuestra rabia histórica. Hoy, más que nunca y más que antes, desde el ombligo de la luna hasta la tierra de fuego retiemblan nuestras desobediencias. Entre todas sujetas, pero nunca más sujetadas. Todas “…en bandadas disparando al patriarcado (…) acompañándonos el vuelo”. 

nosotras, feministas de América Latina comenzamos a trazar nuevos caminos desde la politización de nuestras cuerpas, enunciándonos desde los espacios que nos vulneran y resignificando las violencias que nos matan.

Las historias que no contamos son las más desobedientes

–¡No te hagas pendeja, o te bajas o te mato!–gritó exaltado Mascarilla Hospitalaria, superhéroe de las calles solas y oscuras de Pueblo Tierra. 

Poco le importó a Chuy la amenaza que aquel culero, quien con todas las de ganar, metió su rasposa mano entre mis piernas,  pues al repetírselas ni siquiera despegó  sus ojos de la pantalla de la computadora que materializaba la enorme barrera  sistemática que existía entre nosotros. Al final, al igual que Chuy y el sistema,  yo ya había entendido que quien la había cagado era YO –cómo se me había ocurrido  transitar las calles, las calles solas; manejar, manejar de noche; con medias,  a media rodilla y con falda, la falda desabrochada–.  Ni modo, eso NOS pasa por solas, por noches, por medias, por putas.

Hundida en la incómoda silla de metal que me habían asignado como pódium interrogatorio; le pregunté a Chuy; tratando de rascarle un poco de humanidad a mi tan experimentado interlocutor. 

–¿Cuántas denuncias llevas hoy?- volteando a ver un pequeño post-it verde fosforescente pegado a la pared de tablaroca que dividía su cubículo del ente subordinado No. 0803.

– Híjole, un montón. Tú eres la quinta y todavía sobran horas– articuló Chuy con una sonrisa en su rostro.

Cuatro horas y cinco cautiverios Lagardianos más tarde. Desde la ventanilla, ya fuera del Reino de Burocracia Land, pude ver como mis palabras se disolvían  al ser engrapadas y metidas en una carpetita amarilla, que Rey Chuy aventó al piso polvoso tal y como me aventaron a mi a las fauces del pavimento patriarcal. De nuevo, como muchas veces antes, estábamos ahí  las dos con las medias rotas, la falda desabrochada, el golpe en la nuca, la histeria verbalizada y el vómito liberador de rodillas, ahora conscientemente auto-vulneradas. 

Chuy, Rey de la Burocracia Land, nunca sabrá que descubrí su identidad, así como él no sabrá la mía ni quién fui  y deje de ser por aquellos días. El tan esperado fin de semana en gringolandia mexicanizada, cuando me sentía invencible, sorora, y de cagada escritora asumida, me quitaron algo que no sabía que tenía y me instauraron algo que nunca creí tener. 

–¿A quién le digo de mi abuso?– le pregunté al Rey Chuy. 

–¿Cuál?

–El que pasó, el que me hicieron–. 

–¿Abuso, segura? 

–Sí.
–¡Mch!–por primera vez desde que me instauré en el podium de la mentira Rey Chuy hizo contacto visual –Si me acabas de decir que no te acuerdas bien de todo.

–Pero sí me acuerdo.

–Uy no, olvídalo. Es que como no sabes quién fue, no procede. Igual se te da el servicio, pero pues de nada te va servir–contestó su majestad, ya bastante incómodo con mi presencia y ya sin la sonrisita burlona de antes. 

Condicionadas a la obediencia y aceptación de infraestructuras diseñadas y perpetradas para ejecutarnos. No hay nada más  doloroso, transgresor y revolucionario que ser mujer. 

Mi nombre, impreso en formatos absurdos, se perderá  como el de tantas otras, dentro de carpetas amarillas amontonadas en el piso. En donde por las noches, las cucarachas ávidas lectoras de las desgracias, sean quizás las únicas que empaticen con nosotras, o de última, nos tengan lástima. Lo verdaderamente incierto es que, superhéroe Mascarilla Hospitalaria, aún exaltado y cagado en tachas,  se llevó mi identidad consciente, revivió los abusos reprimidos de la secundaria y materializó los más normalizados y temibles traumas al tomarse el tiempo de abusarme y de sentir lugares que yo ya no me atrevo a explorar. Aquel acto mediocre del imbécil superhéroe patriarcado removió la inercia permeada en los rincones más profundos de mi vulva y  de mi mandato de género y sexo. Su chiste violento me orilló a hacerme consciente de esta dolorosa paradoja dentro de la cual, nosotras nos volcamos a la lucha feminista, y ésta se vuelca en nosotras. Condicionadas a la obediencia y aceptación de infraestructuras diseñadas y perpetradas para ejecutarnos. No hay nada más  doloroso, transgresor y revolucionario que ser mujer. 

Por eso compañeras, que el dolor se vuelva rabia, que la rabia se vuelva lucha y nuestra voz, registro de nuestras resistencias, GRITO.


*Sara Sandoval Flores. Anarcofeminista, abolicionista, escritora y abortera. 
Resistiendo en las periferias de Guanajuato a través de
la literatura y el arte como mecanismos de revolución y lucha.  Miembra de Colectivo AUDE
@lamorradeltrapoverde 
@colectivoaude.celaya 

**La imagen que acompaña este texto es de @reclaimyourpower

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