*Aletheia González
Estar juntas las mujeres no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres gay no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres negras no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres lesbianas negras no era suficiente, éramos distintas. Cada una de nosotras tenía sus propias necesidades y sus objetivos y alianzas muy diversas. La supervivencia nos advertía a algunas de nosotras que no nos podíamos permitir definirnos fácilmente ni tampoco encerrarnos en una definición estrecha… Ha hecho falta cierto tiempo para darnos cuenta de que nuestro lugar era precisamente la casa de la diferencia, más que la seguridad de una diferencia particular.
Audre Lorde, 1982
Mi primer acercamiento con la palabra sororidad fue cuando cursé un posgrado en Estudios de la Mujer. En ese trayecto pude reconocer el potencial político de las alianzas entre mujeres, de asumir la amistad como un acto político feminista que desafía el sistema heteronormativo que impide que pactemos entre nosotras. A la luz de la teoría crítica feminista, las compañeras y yo nos dedicábamos a cuestionarlo todo, desde la cultura sexista hasta nuestros propios aprendizajes de género. Nuestros encuentros y reflexiones eran similares a los grupos de autoconciencia feminista. Sin embargo, ese idílico encuentro, de hermanar entre mujeres jóvenes, estudiantes de estudios de género y feministas terminó con la irrupción de lo que Audre Lorde (1982) llama “la casa de las diferencias”. No bastaba la politización y el análisis de una sola diferencia, necesitábamos complejizar nuestras experiencias situadas, imbricadas y articuladas con otros ejes de dominación estructural. Era necesario visibilizar la experiencia lésbica, la experiencia bisexual, la adscripción espiritual subalterna pentecostal, nuestra memoria indígena, las relaciones de clase, los recorridos migrantes, las neurodivergencias, las diferencias por edad, la herencia afrodescendiente, las identidades cyborg, las disidencias sexuales y las diferentes relaciones sociales que nos atraviesan.
De esta manera, nuestros encuentros sororos se transformaron en luchas por la palabra, en la necesidad de convencer y demostrar a la otra quién era la más oprimida, qué relación social y situación era la más afectada por el sistema de dominación patriarcal. Nuestros análisis teóricos feministas, aunque muchas veces interseccionales, no alcanzaban a explicar toda la complejidad presente en nuestras vidas. El reconocimiento de las diferencias marcó y definió nuestros propios horizontes de lucha política feminista. Cada una se posicionó políticamente y decidió abrazar un feminismo, o muchos feminismos, para continuar con su propio camino de militancia.
Con estas descripciones no quiero desacreditar la lucha feminista, al contrario, lo que intento es develar las situaciones paradójicas en su política a la luz de mis propias contradicciones como mujer que se asume parte del movimiento en un contexto de crisis de narrativas. De modo que este ejercicio de escritura se inscribe en un tiempo nebuloso, emocionante y efervescente de feminización política. Asimismo, este escrito no pretende descubrir el hilo negro en los conflictos epistémicos de los feminismos. Simplemente busco entretejer algunos apuntes reflexivos con los aportes de Silvia L. Gil (2018), Silvia Rivera Cusicanqui (2017) y Raquel Gutiérrez (2017), autoras a las que citaré para apelar a la imaginación política, para ir más allá de lo aparente, para incorporar la política de lo común a nuestras reflexiones y prácticas de intervención feminista.
La categoría de división sexual del trabajo, formulada por los feminismos de corte socialista, permitió en su momento visibilizar cómo las relaciones sociales estaban atravesadas por el género y la producción de los bienes y servicios. De modo que lo público se vincula con los referentes de lo masculino hegemónico y remunerado, mientras que lo privado se vincula con el universo simbólico de la feminidad occidental y reproductivo.
A través de este análisis los feminismos en occidente apelaron al derecho de las mujeres a la toma del espacio público. Reivindicando el trabajo productivo como un indicador de empoderamiento femenino, la manera más clara para desligarse del ambiente opresivo y agobiante que representan las tareas y actividades en el hogar. En este análisis político liberal se entiende al trabajo como la única salida a la dominación patriarcal.
Sin embargo, y como bien apuntan autoras como Crispin (2017) y Fraser (2009), quedarse en este nivel de análisis sobre la opresión no nos permite comprender la distribución desigual de los recursos a razón del sexo-género, como tampoco reconocer los procesos de feminización de la pobreza ni la doble o triple carga laboral que viven las mujeres de clase trabajadora. Tampoco profundiza en relación con la cadena global de cuidadoras y trabajadoras domésticas remuneradas y su implícita explotación. Y, finalmente, no problematiza en el hecho de que el trabajo pueda resultar un espacio de explotación para las mujeres.
Autoras feministas como Nancy Fraser (2009) han denunciado la despolitización de los feminismos al no incorporar en su análisis sobre las opresiones la articulación de los sistemas de exclusión y dominación, entre ellas las relaciones de poder capitalista (p.98) y la colonialidad. Asimismo, pensar el feminismo en singular requiere que aceptemos su origen ilustrado y liberal, así como sus supuestos universalizantes sobre la experiencia de opresión y subalternidad de las mujeres.
A pesar de la relación directa entre género y capitalismo, nuestra actual política feminista replica la idea de que el trabajo reproductivo es una fuente de opresión para las mujeres y una actividad que obstaculiza su libertad y empoderamiento, desvalorizando de forma automática las relaciones sociales y actividades que se vinculan con la permanencia y el cuidado de la vida desde un lugar digno.
Considero que es necesario imaginar otras categorías explicativas para repensar las relaciones sociales y jerárquicas, la relación del trabajo y el capitalismo, así como complejizar en nuestros análisis sobre la división sexual del trabajo, contemplando procesos históricos, cambios y rearticulaciones a nivel contextual que nos inviten a reflexionar el tema de las prácticas de cuidado. Mi reflexión en realidad es el resultado de mis lecturas y diálogos con otras compañeras feministas con las que comparto un malestar colectivo, de intuir que las herramientas teóricas conceptuales feministas no alcanzan para describir la complejidad de las violencias imbricadas, producto del engranaje de poderes patriarcales, coloniales y capitalistas.
No estoy romantizando la división del trabajo, los cuidados se alejan sistemáticamente de esta categoría. Los cuidados son defesa, autonomía, placer, solidaridad y respeto por la importancia de nuestras vidas como mujeres. Pensar de esta manera los cuidados es traer a los feminismos el trabajo remunerado y no remunerado de las compañeras trabajadoras del hogar, niñeras, obreras, comerciantes informales, cocineras, migrantes, artesanas, jornaleras, costureras y trabajadoras en plural.
Los cuidados están relacionados con la apuesta de la ética de lo común, por lo tanto, con la construcción de comunidad. Silvia L. Gil sostiene la necesidad de reconstruir la política de acuerdo con las urgencias que nos atraviesan a todas, de replantear los escenarios donde tiene cabida la política. Propone observar como ejemplo de lo común la lucha de las defensoras de territorios ante el despojo sistémico y la aniquilación de la vida que fluye en sus comunidades. El sentido de la vida no debe entenderse en términos de las narrativas conservadoras, sino en la idea de preservar los elementos que importan para el buen vivir de todas, “nuestros cuerpos, nuestras vidas”, nuestra materialidad, la defensa de nuestro primer territorio cuerpo, así como todo lo relacionado con nuestra casa mayor; el planeta, los seres que habitan este mundo, la tierra y el agua. Pensar los cuidados es situarnos en nuestra materialidad y su relación con otras materialidades humanas y no humanas (Gil, 2016, p. 245). Despojar el antropocentrismo al momento de hacer política feminista.
Asumir un compromiso con la política de lo común irremediablemente lleva a un replanteo de nuestro discurso feminista. No se puede abrazar la apuesta por la vida, la reivindicación de los cuidados como una actividad humana de carácter global, sino se toma una postura feminista anticapitalista y anticolonial. Simplemente no podemos hacernos de la vista gorda ignorando cómo la política neoliberal se vincula estrechamente con los feminismos que reducen el análisis de las relaciones de poder a un asunto individual. De otro modo habrá que aceptar que como feministas sólo nos importa las vidas y los derechos de cierto perfil demográfico de mujeres.
Cómo proponer una política de los cuidados y al mismo tiempo no caer en la trampa patriarcal y capitalista que redirige esta actividad a un asunto privado realizado por mujeres que habitan los márgenes de lo inteligible. Cómo decirles a las compañeras feministas que una lucha importante de acción anti patriarcal es justamente el cuidado de lo común, de preservar el tejido de la vida, de la legitima defensa sobre nuestros cuerpos, de cuido de todas, de preservar y vivir plenamente nuestras vidas, no simplemente de sobrevivir a este sistema feminicida. Cómo aprender a hacer comunidad a pesar de las diferencias que nos atraviesan.
En una ocasión escuché a Gladys Tzul Tzul decir que las feministas de contextos urbanos y universitarios, buscábamos respuestas en la política comunitaria de los pueblos originarios, que nos apropiábamos de una idea romantizada sobre la comunidad. Coincido en que habría que voltearse a ver la una a la otra para definir cuáles son las bases que sostienen nuestra idea de lo común, que responda a nuestros contextos particulares.
Las estrategias feministas anticapitalistas y en defensa de la vida existen y resisten, las podemos encontrar en la gestión del trueque entre mujeres, ya sea en plataformas digitales o espacios urbanos. En las estrategias reproductivas de nuestras madres cuando organizan rifas y tandas en tiempos de “vacas flacas”. Cuando las compañeras denuncian en internet a sus abusadores, violentadores, y feminicidas, cuando organizamos clases de autodefensa, cuando sostenemos y escuchamos siendo acompañantes de aborto seguro en casa. Cuando decidimos realizar un huerto urbano en la selva de concreto. Cuando escuchamos desde lo colaborativo y no desde una actitud salvacionista. Cuando repensamos las bases de nuestro feminismo anclado en lo racional, abstracto y teórico para darle cabida a la acción directa de acompañamiento y colaboración. Cuando sanamos las heridas coloniales desde el diálogo y el encuentro.
Cuando repensamos nuestras maneras de relacionarnos más allá del feministometro. Cuando asumimos la casa de las diferencias como una condición necesaria para construir comunidad, para trabajar en conjunto por el “buen vivir” de todas (Guzmán y Paredes, 2014).
Referencias
Crispin, J. (2017). Por qué no soy feminista. Un manifiesto feminista. Malpaso Ediciones.
Federici, S. (2010). Caliban y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Traficante de sueños.
Fraser, N. (2009). El feminismo, el capitalismo y la astucia de la historia. New Left Review. https://newleftreview.es/issues/56/articles/nancy-fraser-el-feminismo-el-capitalismo-y-la-astucia-de-la-historia.pdf
Gil, L., S. (2018). Pensamiento feminista contemporáneo. (Re) pensar la política en tiempos de crisis. Bajo palabra. II Época, (18). 237-254. DOI: http://dx.doi.org/10.15366/bp2018.18.011
Gutiérrez, R., Navarro, Trujillo, M. y L. Linsalata . Repensar lo político, pensar lo común. Claves para la discusión. En I.D. Inclán, L. Linsalata y M. Millán (Coord.), Modernidades alternativas (pp. 377-419). Modernidad alternativa y nuevo sentido común, Universidad Nacional Autónoma de México. http://filos.unam.mx/personales/carlosoliva/Modernidades.pdf
Lorde, A. (1982). A New Spelling of My Name. Casa okupada de mujeres. Eskalera Karacola. https://sindominio.net/karakola/antigua_casa/casadif.html
Paredes, J., Guzmán A. (2014). El tejido de la rebeldía ¿Qué es el feminismo comunitario? Comunidad Mujeres Creando Comunidad.
Rivera, Cisicanqui, S. (2017). Un mundo ch´ixi es posible. Memoria, mercado y colonialismo. En I.D. Inclán, L. Linsalata y M. Millán (Coord.), Modernidades alternativas (pp. 223-337). Modernidad alternativa y nuevo sentido común, Universidad Nacional Autónoma de México. http://filos.unam.mx/personales/carlosoliva/Modernidades.pdf
