*Por Tatiana Romero
Mucho antes del inicio de la pandemia la pregunta por los cuidados de las nuestras y el sostenimiento de la vida me daba vueltas una y otra vez en la cabeza. Hablé con amigas, pregunté a las personas que conforman mi red afectiva qué significaba para ellas esa red. Qué y cómo es ese espacio de seguridad, de acompañamiento y de sostén y cuál es el papel que tiene en sus vidas. Para concluir sin duda, que nuestra red afectiva ES nuestra vida.
La vida no es eso que hacemos de manera individual, no somos nosotras tomando el metro aún de madrugada para ir a trabajar, aunque también. No somos nosotras en la cola del super, aunque también. No somos nosotras por las calles, anónimas en una ciudad que nos expulsa a los márgenes y a la precariedad, aunque también. Yo creo que la vida es todo eso que hacemos solas, pero sabiéndonos acompañadas. Cada proyecto, cada lucha, cada día. Nuestra cotidianidad es, sobre todo para las invertidas, para las disidencias sexogenéricas y de cuerpo, estar todo el tiempo formando parte de una red que se conforma de muchos nudos. Nudos en perfecto equilibrio que aseguran que las caídas no se conviertan en desgracias irreparables.
Dice Belén Gopegui que “todas las personas somos frágiles, a todas las personas nos pueden ocurrir roturas leves y también tragedias. Pero no todas las tragedias se convierten en desgracias. La desgracia tiene un componente de clase. La desgracia es lo que sucede cuando no hay respaldo patrimonial ni una red pública que dé apoyo.”1 Nuestra red está también ahí para paliar precariedades varias. Me gusta pensar y saber, que entre nosotras intentamos siempre en la medida de nuestras posibilidades sostenernos también materialmente cuando alguna no es capaz de llegar a fin de mes. Recuerdo que durante la pandemia recibí casi la mitad del sueldo que normalmente recibo, el resultado fue ansiedad y mucha angustia. No fui la única que lo vivió y espero no haber sido la única con la suerte de tener a un compañero de piso que, desde donde puede, sostuvo mi ya de por sí insostenible economía, haciéndose cargo del pago de los servicios básicos durante varios meses. Eso es acompañar y cuidar. Es también un principio básico en nuestras redes: el apoyo mutuo. También nos cuidamos cuando le ofrecemos trabajos remunerados a nuestras compañeras; creo que desde los espacios transfeministas hemos aprendido a construir una potente estructura paralela a las formas capitalistas de división del trabajo y el apoyo mutuo también se expresa en darle oportunidades primero a las nuestras.
Son muchas las formas en las que nos cuidamos. Sin embargo creo que todos estos cuidados solo son posibles con una profunda consciencia de clase.
Cuando nos sabemos clase trabajadora, cuando asumimos nuestra precariedad, sí, pero también expresamos con orgullo que somos nosotras las productoras y reproductoras de la vida material. Es esa consciencia de clase la que nos une en redes, además de sabernos expulsadas de los múltiples paraísos liberales heterosexuales.
También cuidamos y sostenemos a las que están enfermas y a quienes las acompañan. Yo nunca fui del todo consciente de lo que significa cuidar cuerpos enfermos o acompañarlos en procesos de dolor crónico, aún a pesar de padecerlo, pero al leer La fragilidad del cuerpo amado de repente me estalló en las manos la idea de todo lo que han sostenido amigas, amores, compañeras, parejas y exparejas cuidando los cuerpos de las suyas y los propios. En “la poeta hambrienta”, Pao Lunch dice: “la alfabetización del cuerpo desencantado se me hizo difícil, respirar entre vestigios de vida las trazas de herejía y los signos de hambre […] Aprender del desamparo, de los lenguajes de la clínica, de la terquedad, de los tratos con la obra social, de los simulacros familiares y de ese cuerpo que cansado se encomendaba, poco a poco, a rituales que prometían detener el tiempo y más.”2
También sostenemos o intentamos, en los dolores emocionales. Muchas veces he dicho que las lesbianas estamos todas rotas, que cargamos dolores viejos, duelos colectivos, heridas infringidas por el patriarcado en nuestros cuerpos. Para mí la relación con otra mujer* son dos cuerpos heridos que se encuentran. Es el dolor que se enfrenta al espejo del dolor de la otra. Nos miramos y nos reconocemos rotas. Lo verbalizamos como mejor sabemos o podemos, intentando confiar en que la otra sabrá acogerlo y abrazarlo como el dolor propio, esperando que la herida no se haga más grande y que no terminemos devastadas intentando curar o aliviar dolores que sentimos como nuestros.
Cada cual es responsable de sus propias heridas, sí, y cada una debe sanarlas para no sangrar sobre la otra, sin embargo también hay muchas heridas que solo pueden sanar en colectivo. El amor es eso, creo, las ganas de construir y también de dinamitar en colectivo.
Es la escucha, es el gesto que casi imperceptible nos dice, -estoy aquí-. Son las decisiones que tomamos, las renuncias, las apuestas, las ganas de crear juntas un espacio de calma, basado en los cuidados, el sostenimiento y el acompañamiento. A veces, cuando pienso en las mías, cuando pienso en mi compañera, quisiera poder regalarles una revolución donde todo sea nuevo y distinto. Quisiera que esa revolución pudiera reparar todos los años de dolor que llevan a cuestas. Quisiera que fuera capaz de cerrar las heridas aún abiertas, que matara sus miedos a golpes, que estallara por los aires todo aquello que las ha dañado. Entonces pienso que tal vez la revolución que quiero darles es tan profunda, tan cotidiana y tan elemental como esto que ya hacemos: sostener, cuidar y acompañar.
[1] https://www.elsaltodiario.com/desigualdad/desgracia-tragedia-y-clase-columna-belen-gopegui
[2]VVAA., La fragilidad del cuerpo amado. Escritos cuir y trans en torno a la politicidad del dolor, Madrid, Continta Me Tienes, 2019, p. 35
La imagen que acompaña el texto es de @la.amarillista