A las mías

Tengo un nudo en la garganta y no sé qué hacer con él. Mareas dentro del corazón, placas tectónicas que se mueven dentro de mi, desplazando lugares inhabitados, levantando dorsales oceánicas que alimentan remolinos de agua salada que salen de mis ojos como intentando calmar el calor de mi piel. 

Es curioso que el llanto y el agua del mar tengan el mismo sabor. 

Tengo los pies hinchados por el calor, los tobillos al doble de su tamaño, porque el líquido se me acumula dentro, aunque salga por mis ojos y aunque el sudor me deje pegajosa y se mezcle con las lágrimas y tenga los pies metidos en una palangana rosa mexicano llena de agua helada. 

Tengo un hueco en el pecho que no se me llena con nada y que se alimenta de miedos y de pensamientos intrusivos, que me hace dudar de mí, de tí, de todo lo que me rodea. Un agujero negro con nombre de continente, con ojos y pieles oscuras, con acentos conocidos, con olor a maíz asado. Con sonidos que me recuerdan la infancia. 

Tengo las sonrisas de las mujeres con las que he pasado estos últimos días atravesadas en el vientre, como las hijas que nunca tendré, las hermanas que atesoro, las compañeras con las que salgo a las calles y gritamos y rompemos y quemamos y costureamos nuestros cuerpos rotos y con mimo nos limpiamos las heridas para entre todas grabarnos las mismas cicatrices transdérmicas; y sus ganas y la fuerza de sus palabras, lo inabarcable de sus silencios. Mujeres de frente. 

Tengo el olor de mi madre en las manos y los kilómetros que nos separan en las suelas de mis zapatos. La risa de mi hermano en la retina, los abrazos de las amigas en los poros, las despedidas que cada vez duelen más, la añoranza de una ciudad que ya no es la mía, una vida congelada en el momento de partir. 20 años de vida detenida, una mujer que apenas comenzaba a serlo cuando arrancada de raíz la transterraron a un tiesto de tierra seca. 

Tengo miedo de tener que salir corriendo cualquier día para salvar la vida. Imágenes de botas militares y puños que se estrellan en mi cara, que aplastan mis huesos contra el asfalto frío de alguna ciudad del Norte global. Insultos coleccionados durante todos estos años estando lejos. Una violencia que no es la mía, extraña, desconocida, perversa, blanca. 

Tengo una red para pescar alegrías a la que quisiera cuidar a costa de todo, una red tejida en este territorio ajeno. Intentos sinceros de entendernos y acompañarnos aunque vengamos de lugares dispares, cansancios compartidos, noches, mañanas, mensajes en un grupo de whatsapp. Recuerdos hilvanados con amor y confianza. Abrazos que son vinagre en las quemaduras, calma para el ardor de la vida. Escuchas imposibles, largas y profundas. Activismos, militancia, asambleas y reuniones interminables. Ganas de (re)encantar el mundo.

Tengo la duda temblando en la lengua y la certeza en las yemas de los dedos. Las ganas de construir intactas. Y vacilo entre saltar al vacío, que ya no lo es tanto porque está lleno de palabras intercambiadas, entrelazadas, tejidas entre letras, línea tras línea, como un cadáver exquisito en un papel arrancado de un cuaderno de poemas. Y mantenerme un rato más en la orilla, mirando a lo lejos, con mi cuerpo temblando por la fuerza de gravedad, por esos ojos, imán imposible que me aturulla y me hace moverme de manera caótica, como un péndulo de Foucault. 

Tengo miedo que to1o se mueva de repente, que estalle por los aires, Latinoamerica, mis hermanas, mis amigas, mi país, el amor y me quede en mitad de los escombros, mirando alrededor como una niña perdida en medio de un bombardeo. Con las manos llagadas de intentar mover las piedras desesperada por salvar algo, aunque sea poco, del naufragio que amenaza con devastarlo todo.

** La fotografía del memorial instalado en lo que fuera una fábrica textil que se derrumbó durante el sismo en CDMX (2017). En donde murieron costureras atrapadas, de las cuales no hubo un registro ni listas oficiales, pues trascendió que había indocumentadas de Centroamérica y de países asiáticos. Autoría: Krisna/ Desinformemonos.org.mx

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