Mujeres circulares

*Por Rosario Ramírez

En el mundo académico dicen que las temáticas de trabajo te eligen, que son una parte no resuelta de la vida personal. También dicen que ante la dinámica objetiva de la ciencia no es posible hacer de la experiencia personal un objeto de estudio. Sea como sea, muchas veces nos enfrentamos y decidimos abordar temas que nos tocan, nos mueven o nos circundan de una o muchas maneras. En mi caso, hablar de y desde el ser mujer se me presentó de un modo más que vivencial.

Me mudaba de casa, llegué al espacio de dos chicas que había conocido por casualidad. Después de tomarme el tiempo para instalarme, fui invitada a mi propia bienvenida. Más que una cena o una charla, aquello fue un ritual donde a través de una meditación guiada, el objetivo era hacer una conexión con nuestro ser interno, con la luna, con el útero, con la tierra; tender un puente imaginario que nos une con el cosmos y reconocernos como parte de un todo…

En aquel momento me pareció bello, pero extraño. Había cosas que me sonaban muy bien, pero que la mayor parte del tiempo me alimentaban muchas preguntas. A lo largo del año que viví en esa casa, vi gestarse muchas reuniones y noches alumbradas con velas, aromatizadas con incienso y acompañadas de voces mágicas y tambores. Los círculos de mujeres hacían su aparición en mi vida, pero también en mi trayectoria académica.

Cuando decido analizar desde la antropología esas colectividades me doy cuenta que, como muchas prácticas femeninas, estas organizaciones eran ignoradas, minimizadas desde los ojos externos, porque ¿qué hacía un grupo de mujeres reunidas? ¿celebrar su ser femenino? ¿qué era eso? ¿por qué mujeres que no se conocían entre sí decidían ser parte de una colectividad que le danzaba y le cantaba a la luna, que hablaba de menstruación, de sangre, de fluidos y también de lo sagrado de sus cuerpos?

Pasé cuatro años en mi propia danza por estos círculos, aprendí de técnicas de sanación, aprendí lo valioso del ciclo menstrual, aprendí de las abuelas y de mis pares, aprendí mucho de todas y de mí misma, pero también vi lo profundamente separadas que nos sentimos las mujeres en un mundo dominado no sólo por los varones, sino por las instituciones que no reconocen en nuestras alianzas un potencial transformador. Quizá aún no dimensiono el poder que tienen, tuvieron y tendrán estas organizaciones en el plano social, pero sí pude darme cuenta que lo espiritual, sus narrativas y sus modos, no están desconectados de las luchas diarias que vivimos las mujeres, feministas o no.

Analizando mis propios diarios de campo y la literatura que me dio luces para comprender ese entorno, me di cuenta que la dimensión espiritual aún cuando es parte de lo que nos constituye (sea al interior o en los márgenes de las religiones), es una parte que el feminismo ha desconocido, negado o dejado de lado; quizá porque desde las grandes religiones las mujeres somos, una vez más, ese otro negado, esos seres impuros e imperfectos que siguen destinados a lo privado y a lo ausente. Pero, por otra parte, estaba viendo y viviendo el crecimiento de organizaciones femeninas con un componente espiritual que, desde ámbitos fuera de lo político, estaban y siguen cuestionando la forma patriarcal de comprender lo sagrado y también las formas en las que hemos aprendido a tratar nuestros propios cuerpos.

El feminismo ha utilizado el discurso sororario como una de sus múltiples banderas, ha usado la arena política para colocar en la agenda pública el lugar de las mujeres desde marcos de igualdad; pero este otro feminismo, el espiritual, también lo hace desde otra trinchera, desde un sitio donde las subjetividades también se construyen desde la experiencia vivida y desde la carne. La rabia es creadora tanto como el amor, y estas mujeres circulares lo saben. Los círculos de mujeres se han convertido no sólo en una forma de experimentar otros tipos de espiritualidad en el marco de lo alternativo y no institucional desde el plano religioso, también, y quizá sin quererlo, son un modelo arquetípico de organización y socialización de los saberes femeninos que se ha vuelto transversal en la búsqueda de la inclusión de nosotras mismas y del reconocimiento de lo que podemos crear juntas.

Son mujeres que luchan por un mundo más amable y más justo, con ellas, con todas, con sus cuerpos y sus emociones. Las mujeres en círculo apelan a lo espiritual como una de sus muchas fortalezas, pero también luchan por una autonomía corporal, emocional y por el empoderamiento mas allá de los límites que la propia sociedad y las creencias reconocidas lo permiten. La espiritualidad femenina desde estos espacios nos muestra una cara diferente de las luchas por colocarnos en el centro. Nos muestran que hay otras maneras distintas de reconocernos, de ubicarnos en el mundo y de saber que no estamos solas. Porque como dicen “una mujer que sana, es capaz de sanar a otras” y saben y difunden la autonomía desde la práctica y desde “pedirse y darse a sí mismas lo que ellas necesitan”

Alma de Cantaora, Amparo Sánchez y la Abuela Margarita:


*Rosario Ramírez es Doctora en Ciencias Antropológicas, Maestra en Ciencias Sociales y Licenciada en Sociología. En sus investigaciones analiza las prácticas religiosas y espirituales de mujeres y jóvenes en los márgenes de las religiones institucionales. Colaboró en proyectos relacionados con los derechos sexuales y reproductivos y ha sido tallerista en diversas organizaciones y colectivos enfocados en el empoderamiento de las mujeres y la apropiación del espacio público.

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