Un desahogo mental, un abrazo a mi yo del pasado.
Es un mal de familia. Mi madre lo tiene, sus hermanas y hermanos, mi abuelo paterno y sus hijas. Además, resulta que una de cada cuatro mujeres lo padece. Saquen sus cuentas, a mí no me sorprende realmente. Desde niña me han hecho el quizá no tan famoso “perfil tiroideo” y hasta hace una semana había salido siempre dentro de los márgenes. Sin embargo, hace tiempo que me siento diferente. Mi piel ya de por sí seca, ha estado peor que la de un elefante; mi cabello se estuvo cayendo más de lo normal. Comencé a tener apetito voraz y no de sexo. Sin embargo, el síntoma físico que más molesta, pues es el único que no puedo disimular o evadir como quisiera, es el de las manos temblorosas.
Soy una amante del café. Give coffee or give me death. Pero es que esto de que no puedo poner ni un tornillito de un lente, o que en clase mis alumnxs miren mis manos cuando tomo una hoja de papel porque mis dedos se sacuden como las cabezas de esas figuritas que se pegan en los tableros de los carros es una verdadera molestia. Así que, como máster de la procrastinación que puedo llegar a ser cuando de mi salud se trata, primero se lo atribuí a mi devoción por la cafeína. Al fin que hace unos años, cuando me desvanecí a causa del estrés, me dijeron que le bajara. Debía de ser el mismo problema así que lo hice de nuevo. Le bajé unas tazas y dejé de tomar de grano. Pero no funcionó del todo. Cuando madre me vio batallar con la tembladera me dijo que era tiempo de hacerme el perfil. Ni modo. Tenía unos años sin hacerlo, justo desde aquel desvanecimiento, y como esa última vez todo estaba dentro de los márgenes, una parte de mí hasta se había olvidado de que el hipo e hipertiroidismo corren en la sangre.
Por fin hace dos semanas me decidí, junté el dinero y pagué el estudio en línea. Por que además, debo decirlo, tendré que gastar dinero que no tengo en atención médica privada y medicamentos, porque no tengo seguridad social ni dinero para pagar un seguro médico, pero así estamos todxs lxs profesionistas independientes hoy en día. En fin, presentí bien, pues una vez hecho el gasto no dejé pasar más mi responsabilidad conmigo misma y sí, con mi cartera. Llegaron los análisis y, voilà, todo indica que tengo hipertiroidismo. Leyendo sobre el tema y escuchando la experiencia de mi madre, quien ha vivido con esto desde muy joven; resulta que un episodio de mucho estrés puede desencadenar problemas tiroideos, y más si ya tienes una predisposición genética.
Con todo esto, no he podido dejar de hacer memoria; pues las manos temblorosas aparecieron en mi vida justo alrededor de un evento traumático en Tijuana cuando una noche un auto con los vidrios polarizados se detuvo frente a mí y un tipo se bajo del lado del copiloto y empezó a caminar hacia donde yo estaba, sola y aferrada a la reja de la casa, aterrada. Al final “nada” pasó. Pero ese día tuve mi primer ataque de pánico. Y de ahí en adelante diferentes episodios de pánico, ansiedad generalizada, temblores de manos y hasta aquel desvanecimiento que atribuí todo este tiempo al estrés por el que estaba pasando en la maestría, pero que quizá tenía más que ver con el estrés que se quedó en mí desde ese día. Me ha costado mucho volver a caminar sola en las calles y, aunque cada vez lo hago más, convivo con mi ansiedad desde entonces.
Este descontrol tiroideo es un mal que al parecer me acompañará el resto de mi vida, lo controlaré e igual que con el acoso callejero, aprenderé a vivir con él. Con suerte y hasta la ansiedad disminuye. Pero no puedo evitar pensar que probablemente todo esto se desencadenó el día que esos sujetos decidieron acosarme. Y sí, sí, ya tenía yo una predisposición genética muy grande, y sí, igual una cosa no tiene nada que ver con la otra, o de todas maneras me hubiera pasado eventualmente. Pero quizá, sólo quizá, cuando unas semanas después lloré “irracionalmente” frente a la puerta de mi casa, con las manos temblando y sin poder salir porque tenía pánico de caminar sola en la calle, sintiéndome impotente y frágil, tal vez no era sólo yo y mi ansiedad descontrolada, sino ya entonces mi tiroides alterando mis emociones, activada por ese otro mal que tal vez también me acompañe el resto de mi vida; aunque éste no corra en mi sangre, sino en las calles. No lo sabré de cierto nunca, pero algo en la idea de que ellos, los acosadores de mierda, realmente no me «ganaron» la batalla por el espacio y el andar libres, me reconforta.