Estos días he visto algunos manuales feministas para sobrevivir a las fiestas decembrinas. La mayoría de ellos recomiendan qué responder a preguntas incómodas expresadas por familiares y amigos sobre nuestro estado civil, cuerpo, logros profesionales y preferencias sexuales. Viendo esos manuales pensaba en cómo el feminismo mayoritario o mainstream de nuevo nos pone ante la situación de ser gentiles, educades y pacifistes hacía las constantes preguntas y críticas acerca de nuestra existencia. Y me pregunto, ¿estamos obligades a responder cuando la curiosidad de esas personas en realidad esconde de fondo una crítica a nuestras elecciones de vida? ¿será que esos manuales en su afán de «ayudarnos» a autoconservarnos nos llevan a autovigilarnos y comportarnos como feministas correctas (sí es que esto existe)? ¿Será que algunas de esas preguntas desean provocarnos para que ante nuestras respuestas o comportamientos de autodefensa la gente justifique su rechazo? ¿Será que buscamos la aprobación?
Muches de nosotres hemos sobrevivido a navidades, fiestas de fin de año, fiestas en el trabajo, reuniones con amigos, reuniones laborales o escolares, e incluso pláticas informales con gente que nos pregunta por qué somos como somos: defendiendonos de todo, criticando todo argumento donde reconocemos sesgos misóginos, sexistas, patriarcales, lesbofóbicos, transfóbicos, racistas, gordofóbicos e incluso «pro vida». Hemos tenido que soportar comentarios de nuestros familiares como el «qué dirá la gente.» Por situaciones llenas de prácticas y opresión verbal, socializar se ha vuelto un reto mayúsculo para muches de nosotres cuando no estamos en compañía de otras feministas que tengan una visión interseccional, de negritud o antirracista. Y preferimos aislarnos o dejar de asistir a eventos donde sabemos que nos implicará labor emocional y trauma físico. E incluso nos han dicho aguafiestas porque llevamos la tensión a donde quiera que vamos.
Sarah Ahmed en su texto Killing Joy: Feminism and the History of Happiness (Aguafiestas: feminismo y la historia de la felicidad), hace un estudio de cómo el pensamiento filosófico occidental ha pensado la idea de felicidad y cómo ésta se encarna en cuerpos. En la modernidad, algunos pensadores depositaron en las mujeres, en sus cuerpos y en sus deseos (materiales y trascendentales) la idea que la felicidad es ser para otros. La familia nuclear y la sociedad van dictando lo que se espera de toda buena hija. La hija tiene que cumplir las expectativas de todos, aunque ella no sienta felicidad, pues el fin de todo relacionamiento es complacer a otros. Veámos lo que dice Ahemed:
La buena mujer ama lo bueno porque esto es lo que aman sus padres. Los padres desean no sólo lo que es bien [según su experiencia social, de clase, de raza, etc]; desean que su hija sea buena. Entonces para que la hija sea feliz, debe ser buena, ya que ser buena es lo que los hace felices y ella sólo puede ser feliz sí ellos son felices. Podría parecer que lo que podemos llamar “felicidad condicional” implica una relación de cuidado y reciprocidad, como si dijera, no tendré una parte en una felicidad que no se puede compartir. Y, sin embargo, los términos de la condicionalidad son desiguales. Si ciertas personas son lo primero, podríamos decir aquellos que son ya en el lugar (como padres, anfitriones o ciudadanos), entonces su felicidad es lo primero. Para aquellos que están posicionados después, la felicidad significa seguir los bienes de otra persona.
Pienso en todo lo que como hijas/hijes hemos tenido que soportar porque las expectativas de la familia son muy ambiosas sobre nosotres.
Quienes somos mujeres racializadas que venimos de sectores populares, de la periferia y que fuimos formades en subculturas, se nos exigio asumir las politicas de la respetabilidad para ser aceptades y aprobades por las mayorías, especialmente en tiempos decembrinos. Como dijera Prisca Dorcas Mojica Rofríguez en su libro Para chicas fuerte de corazon tierno y piel canela, las politicas de respetabilidad funcionan como control social. Es peligroso salirse de esos parámetros. Aunque la gente blanca definió esos parámetros, muy a menudo, incluso las personas de raza negra, indígenas y de color los refuerzan dentro de sus comunidades.
Las politicas de respetabilidad son un arma de la blanquitud que condena comportamientos considerados inapropiados, indencentes y sin virtudes «morales» dentro de un grupo. Quienes no siguen esas normas establecidas por quienes dictan esas normas o que ocupan espacios de poder, son tratados con estereotipos al grado de deshumanización. Por ejemplo, a las mujeres que no somos físicamente blancas y delgadas se nos exigió feminidad, delgadez y gracia en nuestra apariencia física para gustarle al guerito niño rico (que en realidad no lo era) con tal de «mejorar la raza». Se nos exigio que fueramos bien habladas, dando gracias por todo, con permiso y saludos por doquier para crear buena impresión de que «una cosa es ser pobre y otra mal hablada». Cuidar la virginidad hasta el altar porque sino «ya eres plato de segunda mesa» y la gente puede hablar mal de ti; o bien, guardar el temperamento ante agresiones físicas porque «el enojo y la venganza es sólo de dios». No salir del closet porque eso traeria la verguenza a la familia… La lista de condicionamientos que se nos pusieron para silenciarnos, invisibilizarnos y deshumanizarnos no tiene fin.
No se ustedes, pero yo viví por muchos años en un duelo impuesto. Todas esas politicas de respetabilidad me robaron parte de mi adolescencia y juventud. En mi cuerpo y en las ideas sobre mi misma sentía que gran parte de mi vida me había fallado porque aprendí ese amor condicional que no era ni cuidado ni reciprocidad de los adultos e instituciones que se supone me harían sentir que mi existencia era valiosa. Ahora entiendo que muchas de esas personas que me rodearon reprodujeron los patrones de la cultura dominante sin tener de por medio un referente similar a nosotres en espacios de poder. Por eso normalizaron tanta violencia y nos obligaron a ser felices con lo que teníamos a nuestro alcance con tal de pertenecer y no ser rechazades por la gente cercana.
Quienes hemos renunciado a esa felicidad condicional porque no somos lo que se esperaba de nosotres, somos aguafiestas, porque nos dimos cuenta que no estabamos dispuestes a ser lo que las insituciones, lo que nuestros familiares, amigos, parejas y vecinos querían que fueramos, callaramos o emularamos. Salimos de la normalidad autorestrictiva y del closet. Quizá nos enfrentamos a la idea de la pérdida o al abandono como una amenaza. El castigo augurado a personas como nosotres era que no encontraríamos amor como el que estabamos recibiendo. Y eso es una mentira que a base de reflexión y experiencias hemos vocalizado dándole nombre a la opresiones que en nombre del amor, la felicidad y el bienestar común -sobre todo familiar y laboral- soportamos.
Por mucho tiempo nos sacrificamos a nosotres mismes por amor y cuidado a otres. Guardamos apariencias por otres, callamos nuestras opiniones por el bienestar de otres y sonreímos forzadamente porque no tuvimos alternativas. Pero eso es ya un pasado que no nos corresponde. Ahora somos aguafiestas, indecentes y travieses que en pláticas con otras feministas y amigues disidentes del género nos reconocemos en no habitar más esos espacios porque no nos producen felicidad. Abandonamos el policía que llevabamos dentro y dejamos esos amores a medias porque ahí no era.
No caigamos en reconciliarnos con ese feminismo mainstream que espera que eduquemos a todos a cómo tratarnos y «sobrellevarnos». ¡No! Aprendamos de la luchas de nuestras hermanas afro, chicanas, cimarronas y trans, donde nuestra venganza es ser felices y felices a nuestra manera. A ser respondonas y a no perdir disculpas (unapologetics). Generemos esa conciencia política de no sacrificar nuestro bienestar por la felicidad de otres. Vivamos el duelo de la felicidad condicional como pérdida sin renunciar al deseo, a la imaginación y a la curiosidad por la felicidad. Revisemos hasta que punto estamos anclades en esas políticas de respetabilidad y comencemos a sabotearlas en nombre de nuestra felicidad.









Deja un comentario