Quisiera caminar sin miedo,
ser libre, no valiente.
Sentirme mariposa en vuelo,
y no pájaro enjaulado.
Deseo caminar sin rumbo,
no diseñar la ruta más segura.
Sentirme humana,
no presa.
Dejar que el sol se oculte
mientras sigo afuera,
que el hogar sea hogar,
no fortaleza.
Quisiera que aquellos que me cazan
respetaran mi andar,
ignoraran mi presencia.
Que la violencia que rige su poder
se disolviera y desapercibida
yo anduviera, ¡feliz! Siendo sólo
una persona más por las banquetas…-La Fata Morgana
Escrito en 2019 (harta del acoso callejero)
Nota: Este texto contiene una serie de reflexiones que se fueron dando en mi mente a lo largo de varios días, si parece un collage de violencias, es porque lo es.
Estuve pensando en qué me moviliza como feminista y recordé este poema que no había compartido. Quise publicarlo porque mi experiencia con el acoso callejero es hoy en día distinta, al menos en los espacios que habito actualmente ya no lo vivo como antes. Eso a veces me lleva a reflexionar sobre qué es lo que ha cambiado. Si será por la edad, pues ya no estoy en mis 20’s, o si, sorprendentemente, se debe a que los sujetos que violentan a las mujeres en la calle son menos. Esta última opción me resultaría posiblemente cierta si los datos no fueran los siguientes: en 2024, según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU, 2024), el 24.3% de las mujeres en México enfrentó alguna situación de acoso y/o violencia sexual en las calles, frente al 8.5% de los hombres. Esa cifra hace que piense muchas cosas, por ejemplo, en lo que actualmente se siente y significa caminar las calles si eres una chica adolescente o una niña.

Pero también me pregunto: ¿Qué sienten las jóvenes al salir de noche y tomar un taxi, un Uber o Didi para regresar a casa por la madrugada? ¿Qué se siente si además habitas espacios precarizados, probablemente más violentos y hostiles para cualquier persona, debido a las condiciones estructurales que les marginan? ¿Qué se siente si encima de todo, por tu clase, color de piel, nivel educativo, situación migratoria, orientación sexual, o tu expresión de género, estas vivencias de violencia se tornan aún peores de lo que yo me puedo imaginar, porque muy probablemente no te tomarán en serio si las denuncias, o incluso te culparán, o de plano no puedes ni siquiera denunciarlas porque podría resultar peor? ¿Qué pasa con las personas no cis en las calles, que ni siquiera están siendo tomadas en cuenta en los datos que leo? ¿Cómo se vive el acoso si eres una persona trans, travesti, o no binaria, considerando que es la población que enfrenta mayor discriminación en Me´xico?
Hace veinte años recuerdo caminar sola en las noches por el centro de mi ciudad (que más bien era todavía pueblo), iba al tiro, claro, pero sin miedo. Hoy simplemente no lo haría, en ninguna ciudad de este país, porque el peligro es real: en 2024, 10 mujeres, adolescentes y niñas desaparecieron cada 24 horas. Unas semanas atrás mi hermana y yo tomamos un Uber a casa y el conductor iba claramente alcoholizado y drogado, según mis sopechas, con cristal. Su actitud, conversación forzada, y manera de manejar me dieron miedo y pusieron alerta, sin embargo, me di cuenta que mis recursos para reaccionar ante una situación de potencial peligro son mucho mayores que antes (además de que no estaba sola en ese auto). Entonces me vuelvo a preguntar, ¿saben las niñeces y adolescentes cómo reaccionar ante situaciones de potencial peligro, en una sociedad que es una constante amenaza para ellas? En los dos años que ejercí como maestra de secundaria y prepa, yo misma no tuve nunca esa conversación en particular con mis alumnas. Lo ideal sería no tener que hacerlo, claro está, en un mundo justo, ser hombre no debería ser un factor de riesgo para las mujeres, adolescentes y niñas, así como tampoco deberías correr peligro si eres una persona que no se adhiere a la norma cis-heteropatriarcal.
¿Qué más dicen las cifras?
Según la encuesta que menciono, en todas las categorías de situaciones de acoso y/o violencia sexual, las mujeres ocupan los índices más altos. Desde «piropos groseros u ofensivos de tipo sexual», pasando por acoso a través de las redes sociales, hasta los ya tradicionales «Le manosearon, tocaron besaron o se le arrimaron, recargaron o encimaron con fines sexuales sin su consentimiento» , o «le mostró sus partes íntimas o se tocó sus partes íntimas enfrente de usted», entre otras. Esta última, por cierto, a mí me pasó en sexto de primaria saliendo de la escuela, ¿y a ustedes?

Respecto a los espacios físicos específicos en los que las personas se sienten inseguras, la ENSU 2024 señala que las mujeres también lideran las cifras en todas las categorías. Desde los cajeros automáticos localizados en la vía pública, el «Tránsporte público», hasta las «calles que habitualmente usa», el «Mercado» o el «Parque recreativo o centro recreativo»: el espacio público cotidiano se vive desde la inseguridad para la mayoría de las mujeres encuestadas. Según información compartida por la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, en 2019, por ejemplo, la ONU señaló que «en la Ciudad de México el 96% de las mujeres fueron víctimas por lo menos una vez de algún acto de violencia en el transporte público, desde agresiones verbales, contacto físico forzado o persecución, en 9 de cada 10 casos quien agrede son hombres.»

La inseguridad en la calle y el miedo a desaparecer
En total, 65.1 % de las mujeres respondieron que se sienten inseguras en sus ciudades. Si pensamos en los demás datos ya mencionados, podríamos inferir que mucha de esa inseguridad viene de la violencia patriarcal que se vive en el país. Para nosotras, el miedo a la calle no es sólo el miedo al piropo, o al tocamiento indeseado, sino que es el miedo a la situación que es la antesala a las desapariciones y feminicidios en muchísimas partes del país.

En México, desde 2001 (y antes, aunque no se hablaba del tema) tenemos una herencia de dolor por el caso que llevaría a la tipificación del feminicidio como delito: el del Campo Algodonero de Ciudad Juárez, que quizá nunca podremos sanar la herida colectiva que representa y que definitivamente nunca debemos olvidar. A pesar de esto, no podemos ignorar que los principales agresores suelen ser conocidos, parejas o exparejas de las mujeres. Por otro lado, en 2024, al menos 50 transfeminicidios fueron registrados, representando el 65% de la cifra total de muertes violentas contra personas LGBTIQ+ en el país.

Pero en México, la violencia nos atraviesa a todas las personas de manera profunda. Para los hombres, la inseguridad no es por el acoso, pero sí por la violencia del narco, por ejemplo. Hace unos días, en el mundo entero nos horrorizamos con la noticia de Teuchitlán, Jalisco, un centro de adiestramiento para el narcotráfico y de exterminio de seres humanos, principalmente hombres, gracias al reclutamiento forzoso. Muchos de estos hombres acudían con engaños en busca de oportunidades de trabajo y terminaron desaparecidos al día de hoy. Al rededor de 15,000 personas es lo que se estima que han desaparecido en Jalisco, y en este escenario macabro, vemos el capitalismo gore de Sayak Valencia en su máxima expresión. Luego, escuchar las voces llenas de dolor y rabia de madres y padres de familia hace un hueco en el corazón a todas, todos y todes por igual, si es que se tiene un poco de humanidad.

Hoy en día, según datos del Registro de Personas Desaparecidas y no localizadas (RNPDNO), nada más en los primeros 100 días del sexenio de la presidenta Sheinbaum, hubo 1,259 mujeres desaparecidas, y las mujeres de 10 a 19 años registran el mayor número de desapariciones (559). En este mismo registro se muestran 4,017 personas desaparecidas en los dos primeros meses de 2025, que si bien algunos registros muestran el hecho de la desaparición en años anteriores, no deja de ser una cifra grotesca. En total en México se registran más de 120,000 personas desaparecidas.
Así, las heridas que cargamos se acumulan una sobre otra sobre miles en la memoria colectiva, estamos hasta la madre del dolor que este sistema capitalista-patriarcal le causa al pueblo, a todos los pueblos. Y sólo quienes se benefician de dicho sistema pueden negar que esto nos afecta a todxs, pero particularmente a la clase obrera, precarizada y lxs sujetxs que no se ajustan a las normas cis-heteropatriarcales.
Existir en el espacio público es resistir
No podemos ni debemos vivir presas del miedo, eso es algo que personalmente he aprendido. Salir y tomar los espacios, habitarlos, apropiarnos de ellos de las maneras que sean necesarias, todos son actos de resistencia, pequeños o grandes, contra este sistema que nos quiere al margen. Por eso manifestarse es tan importante, salir a las calles en colectivo a decir ¡AQUÍ ESTAMOS! y ¡BASTA! es poderoso y genera cambios.

Me emocionó salir a marchar el #8M este año porque tenía muchos años sin manifestarme en la calle, me emocionó compartir la marcha con mi amiga y su amiga, y mis ex-alumnas que no vi, pero que sabía que ahí estaban, y también con todas las desconocidas que probablemente tienes sus propias historias con el acoso, la violencia, los feminicidios y las desapariciones. También las manifestaciones por lxs desaparecidxs me emocionan, porque la rabia digna también es símbolo de esperanza en la colectividad.

Manifestarse es importante porque el mundo en el que vivimos cada vez más se encarga de reproducir y reforzar discursos y acciones que pretenden, con todo el odio que les impulsa, borrar las identidades y los cuerpos «diferentes», o sea, borrar a las personas racializadas, trans, queer, travestis, migrantes, femeninas/feminizadas, con discapacidad, con transtornos mentales, con adicciones, empobrecidas, etcétera. O pretenden seguir justificando la narcoviolencia con su «seguro andaban en malos pasos» cuando en realidad son las condiciones estructurales y la dificultad de encontrar una vida digna en este sistema capitalista voraz que orilla a las personas a buscar la oportunidad que sea, lo que a miles les termina costando la vida.
Un enemigo común
Quizá parezca que todos estos temas y problemas no se tocan. Que del acoso callejero a las desapariciones, el narco y el fascismo hay un abismo, pero no. Las violencias en sus diversas manifestaciones son sólo brazos de un mismo monstruo. Hay grupos que sostienen que el feminismo «es de las mujeres», pero su comprensión de lo que es ser mujer se alinea perfectamente a los relatos esencialistas y biologicistas que dicen combatir. Hay gente que cree que el feminismo no tiene cabida en otras luchas. Yo creo que hasta que no comprendamos que la lucha por la justicia y la equidad debe ser una lucha hermanada y colectiva, que abrace las causas del pueblo, el monstruo que es este sistema nos va devorar a todxs por igual. Hasta que no entendamos cómo la violencia patriarcal se articula con el capitalismo voraz, con el racismo, con el pensamiento colonial en una maquinaria perfecta que niega la existencia de lxs más, para la dominación por parte de lxs menos, entonces seguiremos alimentando a la bestia. Porque no hay nada que beneficie más a este sistema de muerte que la fragmentación de los grupos y la idea de que las luchas tienen que estar separadas.

Vivimos tiempos en los que el fascismo está recobrando fuerza a nivel mundial y se ensancha cínicamente frente a nosotrxs, con políticas represivas y de exterminación que ya le cuestan la vida a miles de seres humanxs, como sucede desde hace 76 años en Palestina y como se ha exacerbado en el último año y medio con el genocidio que todxs seguimos viendo, y que sin embargo algunos aún niegan. Es necesario resistir hoy el miedo para retomar el espacio en las calles y lugares públicos, para hacer presencia y decir: ¡Somos parte de este mundo! ¡El espacio público también es nuestro y no vamos a cederlo nunca más!
Esta entrada comenzó con la intención de compartir un viejo poema, pero cuando pienso en por qué soy feminista y lo que me moviliza, sin duda esta es una de las razones más fuertes que tengo: el deseo ferviente de que ninguna mujer de ninguna edad, ninguna persona, sienta el miedo que yo he sentido en las calles, y que ninguna tenga que ser víctima de la violencia patriarcal que habita la vida cotidiana de este país. Pero también me moviliza el deseo de un movimiento feminista que sea consciente de las luchas le rodean, un movimiento donde quepan muchas luchas, antifascista, anticapitalista, antirracista y definitivamente no excluyente. Al ver estas cifras y la situación actual del mundo, una genuina preocupación por las/les/los jóvenes y adolescentes me mueve por dentro. Y si bien creo que ahora tienen más herramientas que yo a su edad, igual pienso que es nuestro deber seguir trabajando, luchando y marchando para procurarles y procurarnos un país y un mundo donde todas, todes y todos podamos sentirnos y ser libres al transitar por las banquetas.
Creo que necesitamos un feminismo para todo el mundo, porque el cuidado, el amor por lxs otrxs y la comunidad es lo que nos va a permitir construir una verdadera equidad y un mundo más justo.
¡Ni una muerta más!
¡Justicia para todas las personas desaparecidas!
¡Palestina libre!

Pamela Erin Mason Ramos (La Fata Morgana) es una poetisa y creativa feminista, socióloga, maestra en estudios culturales, consultora y docente. Es cofundadora de Feminopraxis y dirigió el proyecto de poesía colectiva Las Plumas Poiéticas. En sus ratos libres piensa el mundo, para sobrevivirlo escribe, dibuja y juega con sus animales. Ama el café, la naturaleza, pasar tiempo a solas y viajar. Sanmiguelense de corazón. Publica el blog de poesía y otros insomnios Lunas Letras y Café.
Instagram: @arsbylfm









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