Gestar, maternar y sobrevivir

En el 2014 estudiaba en la Facultad de Ciencias Marinas, en la UABC Ensenada, México. Ahí conocí a Mario Manuel Salgado Castro quien fue mi pareja sentimental, y partir del 2015, cuando quedé embarazada, se convirtió en el padre de mi hijo y juntos decidimos construir una familia.
Durante mi embarazo dejé la carrera, priorizando la maternidad y la crianza con apego. Como ha pasado a lo largo de los años, me puse en último plano priorizando las necesidades de mi familia y del hogar; el rol
social de ser mujer me tuvo en una constante labor, donde mi trabajo era invisibilizado y no renumerado. En ese ambiente fue que mi relación se volvió violenta, carente de cuidado e igualdad. Lo que mantuvo siempre mi esperanza y fuerza fue mi fe en el rezo, y desde mi visión personal y sagrada, contribuir a forjar la nueva humanidad.


Muchas mujeres, después de dar a luz pasamos por una transformación desde lo profundo de nuestro ser, para renacer en el arquetipo de la Madre. A la par de los cambios fisiológicos, me resultaba difícil gestionar
procesos personales profundos. Poco a poco, todo me empujó a un colapso emocional que debilitaba mi integridad. Debo de confesar que siempre me sentí sola en la tarea de una crianza alternativa, consciente y
respetuosa. Optar por ese enfoque fue nadar contracorriente porque, aunque tengo evidencias de ese día a día con mi hijo, en lo público y privado fui constantemente ignorada y menospreciada.


Desde que tengo memoria, siempre me salí de lo establecido en el contexto del clan familiar. El no seguir la normalización del alcoholismo y violencias machistas en las convivencias familiares y en las fiestas de
mi hijo, por ejemplo, me pusieron en una posición donde se me juzgó y criticó sin piedad. Lo que la gente ignoraba es que esos eran mis esfuerzos para romper con los patrones transgeneracionales de opresión. En muchas ocasiones no conté con el apoyo del padre de mi hijo (actualmente expareja), no obstante, siempre seguí adelante siendo fiel a mis valores como persona. Fueron años complejos donde requerí de mucha entereza. En todos esos cambios emocionales, psíquicos, corporales, fueron minando ciertas partes de mí. Luchaba por seguir siendo auténtica, responsable y enfrentar la vida con entereza sin darme cuenta de que ya estaba en un modo de sobrevivencia. Estaba en un estado reiterado de cortisol elevado.


La decisión de una desaparición voluntaria
Sobrevivir no debería ser parte de nuestra jornada cuando intentas maternar con amor y poniendo límites a las violencias que te niegan la vida. Es algo que ahora reflexiono, pero meses atrás yo estaba colapsando.


El 25 de febrero de 2025, en el tránsito de la Luna Nueva en Piscis, cerrando ciclo pedernal de obsidiana, según la cosmovisión mexica, dije ¡BASTA! a una relación de once años con el padre de mi hijo. Durante
años, mi vida estuvo llena de violencias directas e indirectas, verbales, emocionales y espirituales. Atravesaba una exigencia corporal y mental bastante extenuante porque hacerme responsable de mi postura y de mis actos, era una batalla constante frente a una persona que no tiene la voluntad de tomar su propia responsabilidad.


Tan solo semanas antes de ese momento determinante, pasé dos meses sin comer alimentos sólidos, ya que mi cuerpa no digería correctamente. No aceptaba el alimento, sentía muchas nauseas, somnolencia e insomnio debido a la confrontación violenta e intimidatoria que estaba teniendo, pues además, había llegado una persona externa. Una mujer extranjera -tiempo después supe que es pareja del padre de mi hijo-, que empezó a construir una casa en el mismo territorio, en una montaña donde contribuí en los procesos de construcción de nuestra casa. En devoción y preocupación por el bienestar de mi hijo, tuve que tolerar es situación, sin aceptarla ni consentirla de ninguna manera.


En mi experiencia durante once años con el papá de mi hijo, vinculados con mis procesos evolutivos al ser madre, reconozco que siempre me sentí sola, pues, aunque acompañada en el sustento económico, hubo
muchas rupturas y distanciamientos de toda índole, incluso infidelidades. Esta persona siempre optó por tener otras relaciones, lo que yo jamás consentí, y de mi parte yo no me involucré sentimentalmente con nadie. Por estas problemáticas, viviendo en un espacio aislado, había una sensación de inseguridad constante al encontrarme sola con mi hijo en la montaña, trasladándonos largas distancias desde Ejido Esteban Cantú (La Bufadora) hacia el centro de la ciudad.


Uno de mis temores constantes hasta ese momento era cómo gestionar mi tiempo, continuar con mi trabajo asalariado y seguir cuidando de mi hijo. Recorrer distancias y tiempos hacia el centro de la ciudad (Ensenada). Como fue desde el nacimiento de mi hijo, yo llevaba la mayor responsabilidad en su vida diaria: atenderlo, llevarlo a la escuela, a las terapias con psicólogo, actividades externas, para que él se sintiera
acompañado en el proceso de separación que ya era inminente.


Recuerdo bien que la mañana del 25 de febrero comenzó todo cuando fui a dejar a mi hijo con sus abuelos y tomé el transporte público desde Chapultepec hasta el centro de Ensenada rumbo a mi lugar de trabajo. En ese empleo, siempre fui bien tratada, compartía con más compañeras en un buen ambiente. Ese día salí tarde de mi jornada laboral y el transporte público ya no estaba disponible para la ruta hacia mi vehículo, donde se ubicaba mi hijo. Me atreví a pedir ayuda a su papá y no tuve respuesta favorable. Esa fue la última gota que derramó el vaso.


Aunque siempre me he agenciado yo misma, en ese momento me sentí muy abrumada por seguir gestionando mi seguridad, mi descanso. Tuve un colapso emocional. Me quebré, y no supe qué hacer. Se me cerraron las posibilidades. Me enclaustré en un sentimiento de incertidumbre, preguntándome qué más sigue. Escuché una voz interna que me dijo: “desconecta todo, ya no hay más que hacer. Tienes que transitar
por los umbrales del Mictlán”, mientras otra parte de mí me decía: “No puedes faltarle a tu hijo, al trabajo, a tu familia”. En ese momento, me desconecté de todo. Si no lo hacía, iba a colapsar. Podían pasar una infinidad de cosas.

Salí de mi trabajo sin rumbo fijo a querer un espacio de silencio, oscuro, donde refugiarme. Mi llamado fue hacia el mar. En el arroyo donde pudiera hacer un hoyo y enterrarme. Dejarme sentir todo ese dolor que había reservado, postergado. Esa fue mi visión en ese momento. Me enterré yo misma, lloré, dormí, enterré todas mis pertenencias. Sólo veía el tiempo pasar dentro de mis emociones profundas y dolorosas. Pude vivir ese proceso que ocasionó la muerte de una versión que había sostenido por muchos años. Una versión que no fue amada, escuchada, ni respetada. En el momento de la desconexión y el deseo de fuga de mi cotidianidad, pensaba:


¿quién me iba a buscar? ¿a quién le interesaba tanto mi vida para ir por mí?

En mis piensos sabía que es hasta las 72 horas cuando se inicia la búsqueda de una persona desaparecida, sin embargo, jamás tuve la
intención de ausentarme tanto tiempo, al menos no de manera consciente. En mi corazón, mi máxima preocupación ha sido, es y será mi hijo.


El jueves 27 de febrero decidí volver de nuevo hacia la civilización. Caminé hacia una colonia donde sabía que trabajaba una amiga para pedir un teléfono. En ese momento pasó una señora que fue pieza clave en el desarrollo de los hechos. Me habló con un llanto en quebranto que me sorprendió porque yo nunca había visto a esa persona. Me pidió que no me moviera y me dijo que toda mi familia estaba buscándome como
desaparecida. Inmediatamente ella realizó una llamada telefónica, desencadenando una brigada. A los tres minutos empezaron a llegar todas las unidades. Me empezaron a cuestionar. Me llevaron a Fiscalía y pude encontrarme con mi familia. Me pasaron a una oficina para que yo diera mi declaración de los hechos ocurridos, con muchas emociones y quebrantos de por medio. Yo solo quería salir y que mi hijo supiera que estaba bien. Estuve en el proceso de estabilizar todas mis emociones. Poco a poco fui recibiendo información de la gestión colectiva de mi búsqueda.


Frente a este sistema patriarcal, no estamos solas
Después de todos estos meses de trasformación y de integración de todo lo sucedido, me atrevo a dar fiel testimonio de esta experiencia trascendental, honrando mi dignidad como mujer, madre, hija, amiga,
danzante, hermana, al encuentro de este espejo que sea alentador para todas las mujeres que atraviesan este tipo de violencias normalizadas por la sociedad patriarcal actual.


Sabiéndome bendecida y privilegiada, deseo que todas se sientan acompañadas. Que sepan que no estamos solas. Por ello comparto mis sentimientos más profundos de agradecimiento y compasión por mi proceso de descarnación y trasformación. Doy a toda la comunidad convergida, a mis seres queridos, amigos, conocidos y desconocidos que compartieron no sólo el cartel de búsqueda, sino que elevaron sus rezos y su intención del corazón para encontrarme con bien y ayudarme a volver a casa sana y salva.


AGRADADECIDA INFINITAMENTE CON TODO LO QUE CONVERGIÓ PARA MI REGRESO A CASA

QUE FLOREZCA LA LUZ
TLAZOCAMATI
AUUUUUUUU
OMETEOTL
Testimonio de Benny Montserrat Durazo Gálvez
Acompañamiento textual ritual: Karen Márquez Saucedo
Tijuana, B.C. a 23 de julio de 2025

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