*Por Tatiana Romero
Últimamente se escribe bastante sobre separaciones y rupturas amorosas. Apelamos a “separarnos bien”, a los cuidados en ese último momento en el que el dolor es tanto que, efectivamente, se agradecen un poco de cuidados por parte de la persona con la que hemos compartido durante un tiempo, corto o largo, nuestro camino. Una mala separación nos puede dejar devastadas por mucho más tiempo del necesario.
Sigue siendo urgente hablar sobre esto, porque la verdad es que por mucho que hayamos tenido relaciones, por mucho que sepamos que el shock y la pena posterior a una ruptura se pasará, que el duelo tiene 5 etapas y que eso que te pasa en realidad es un desequilibrio químico en el cerebro; por mucho que lo hayamos vivido una y otra vez, cada duelo es nuevo y muchas veces, duele igual o incluso más que en relaciones anteriores. Cada relación es diferente y el grado de implicación y de intensidad es, como dicen, directamente proporcional al dolor que se siente tras la ruptura.
El duelo no es la desaparición del afecto, sino poder seguir teniendo una relación que no nos dañe con el recuerdo de ese afecto
Es cierto que con los años tenemos más herramientas para enfrentarnos a las pérdidas, pero no deja de ser un momento sumamente complicado (en el que ciertamente algunas nos tiramos más al drama que otras) y en el que, como dice mi amiga Andrea Momoitio: “hay veces que la situación es tan compleja que algunas deciden hacerlo de puta pena”. 1
Una ruptura implica, muchas veces, que de pronto te encuentras con que te han quitado el suelo de debajo de los pies, con que tienes que (re)acomodarte y (re)inventarte sin esa persona a tu lado, y ese proceso, que puede durar más, o menos, siempre es complicado. Ya puedes apuntarte al gimnasio, a clases de cerámica, bailes de salón, boxeo, o montar una revolución, que la tristeza se queda ahí dentro el tiempo que ella necesite, porque ella hace sola y muchas veces es mejor dejarla hacer, no luchar contra ella, ni forzarnos a pasar lo más rápido posible y casi sin mirar esa etapa. Si nos hemos relacionado y nos hemos dejado afectar por la otra lo que sucede es justo lo que dice Judith Butler: las otras nos desintegran, asumámoslo.
En esos momentos, en los que sientes que tu día a día es una montaña rusa emocional, en los que cuentas las horas sin tener noticias de tu ex (a veces con pena, a veces con alivio y a veces con ansiedad, todo en un lapso de una hora), en los que te convences de que dejarlo fue lo mejor, pero al mismo tiempo te preguntas constantemente si pudiste hacer algo para seguir juntas y el futuro te parece un gran agujero negro, he aprendido que lo que toca es no juzgarse, no juzgar las necesidades que tenemos, ni la forma en que enfrentamos el dolor.
Confieso que durante mucho tiempo fui muy injusta con mis ex parejas, les exigía que me guardaran una especie de luto (más por ego que por otra cosa) y cuando no era así me sentía poco valorada, además de abandonada. Esperaba verlas hechas una pena, desaliñadas, desgarradas y sin continuar con su vida diaria. Hoy, creo que cada una hace lo que puede para lidiar con un momento tan duro. Da igual si estas fuera de tí y haces cosas que nunca antes habías hecho, da igual si te da por el senderismo, por teñirte el pelo (éste es más común, por lo menos en mí), hacer mermelada, salir a emborracharte, o calmar la ansiedad a base de horas en Tinder sin interactuar con absolutamente nadie, lo importante es que hagas cosas que te hagan sentir bien, incluso si son momentáneas, porque cuando ese lapso de tiempo pasa vuelves a la soledad de la ausencia y aunque solo sea por aliviar un poco ese vacío, es válido hacer lo que el cuerpo te pida.
Yo escribo; para mí, pero también para otras, y puede parecer (y ser) exhibicionista exponer públicamente mi dolor, pero la necesidad de compartir viene también de la necesidad de sentirme menos sola, de que alguien se vea en mis palabras y tal vez me comparta sus sentires, sus vivencias y sus propios dolores. Quizás es arrogante por mi parte pensar que me escribirán para decirme cómo viven sus propias rupturas, pero me calma la idea de poder hablar sobre lo que me está pasando.
Hablar es siempre la forma que encuentro de frenar la ansiedad, de llenar de sonido el aplastante silencio sordo de la ausencia
Justamente hablando con unos amigos maricas, les preguntaba cómo saber que se ha acabado de verdad, es decir, que ya no vas a intentar volver, ni tener más comunicación después del “hasta aquí”. Cuándo el contacto cero es real, y de ahí en adelante la norma, el pan de todos los días. Para mí las primeras 72 horas son cruciales, y tal vez a veces sean necesarias semanas para convencerme de que se ha terminado, pero yo lo vivo así: si logro pasar 72 horas consecutivas sin comunicarme, sin intentar establecer algún tipo de diálogo y sobre todo si al intentarlo la otra no responde, sé que la separación va en serio.
Ellos me decían que lo determinante es el primer lunes después de la ruptura, cuando el fin de semana ha pasado y vuelves a tus rutinas diaria: “si el lunes por la noche no te ha escrito ya no te escribirá”. Una amiga bollera me dijo que el primer fin de semana es el peor, justo porque no tienes tus rutinas diarias, porque parece que la vida se para y el tiempo libre, que antes solías pasar con tu pareja, ahora está como vacío y te das cuenta de que se ha terminado, es entonces, decía A. cuando te entra la tentación de escribir.
Hice una encuesta en Instagram (yo y las nuevas tecnologías), porque ya llegada a este punto, más allá de tratarse de mí, quería saber lo que más personas piensan, quería saber cómo viven estos primeros días de subibajas emocionales, cómo se enfrentan a la ansiedad del primer batacazo, al “mono”, como dice otra amiga, al síndrome de abstinencia que, como he dicho, dependiendo de la relación será más o menos agudo. La gran mayoría se decantó por el primer lunes después de la ruptura. Ese primer fin de semana parece ser definitorio y la vuelta a la rutina el momento en que por fin asumes que la vida sigue, que te has ido, que se ha ido, que se ha acabado. Se queda la tristeza, la pena, pero parece ser que a partir de ahí la ansiedad inicial da paso a la resignación y entonces, insisto, cada una se lo gestiona como mejor puede.
Dentro de esta pequeña encuesta hubo dos personas que me dijeron que la angustia puede extenderse hasta un mes, que ellas no asumen que nada se ha terminado hasta pasado ese tiempo, “un mes del infierno en el que se pasa muy mal”, dice R. “¿Un mes con contacto cero” -pregunto-, “Sí, un mes con contacto cero, sin saber nada de ella, incluso después de un mes, todavía puedes volver”. Entre mis primeras 72 horas y las 720 de un mes hay un abismo, un abismo que ahora mismo no soy capaz de manejar, son más asumibles, por ejemplo, las 120 que hay en seis días.
A la larga posiblemente esas 120 se dupliquen, tripliquen y multipliquen hasta que el conteo de horas sea tan disparatado como querer saber con exactitud cuántos números primos hay y nos quedemos con la conclusión de que son inconmensurables. Por eso da igual si contamos o no las horas, lo único que de verdad importa es el momento en que tú te dices a ti misma: “dejar ese espacio, volver a empezar”.
[1]https://www.pikaramagazine.com/2021/02/rompes-cuando-rompes-pareja/?fbclid=IwAR035v3Fk1NDHqhVhfrKc_CKSWVjD-E9Euu_74DQ3pi6iIJxDYAyKS2Bnys
La última frase de este artículo sale de esta canción que últimamente escucho en bucle: https://www.youtube.com/watch?v=mHzB0nqDTWg