Cuento de navidad para gordofóbicas/os

Por: Mag Mantilla*

I

Había una vez una muchacha gorda y feminista llamada Milagros. Cotidianamente lidiaba con el odio que mostraban las personas de su entorno hacia su cuerpo carnoso. Especialmente Elvia, su madre.

Es lunes 24 de diciembre, los rayos de sol entraron por los intersticios del ventanal y chocaron en la cara de Milagros; ella se despertó sonriente… Es curioso porque hace años que no disfruta la tradición navideña, pues le parece una celebración que además de ser creación del capitalismo y fomentar el consumismo, sólo sirve para que cada año sus familiares la fastidien por su físico, y depositen en ella todos sus prejuicios. Que si es bonita, pero sólo de cara; que si la ropa tan ceñida le sienta mal; que si ya tiene novio; que si su carrera la hará morir de hambre (estudia Historia); que si algún día va a adelgazar o de lo contrario compromete su salud…(1)

II

Hasta hace poco, Milagros no creía en su belleza, pero esta vez hubo algo que la hizo apreciarse tal como es; piel de canela y rostro terso (al tacto suavecito como acariciar un durazno) en forma de corazón, frente amplia con un discreto pico en el nacimiento del cabello, pómulos que sobresalen y barbilla en punta. De mirada profunda, labios gruesos y torneados. Su cabello ondulado, color rosa como algodón de azúcar, en corte asimétrico (un lado rapado y otro largo hasta el hombro izquierdo).

A diferencia de la mañana de hace un año, esta vez sonríe porque se reconoce como gorda. Diariamente se mira en el espejo cuando está desnuda. Le encanta contemplar su carne, los pliegues de la espalda y la cintura, sentir la abundancia de sus pechos y caderas, consentir su panza, aquella que todos los días Elvia mira con desprecio, pero que Milagros acaricia tiernamente.

III

Han sido veinte años difíciles de habitar y andar en el mundo con su ahora amada cuerpa gorda, pues desde temprana edad la han prejuzgado, y no sólo Elvia, también la tía Zulema. Recostada recuerda las palabras que le dijo cuando cumplió 15 años:

—¡Ay Milagritos, tan jovencita y tan rebollona! No mijita, debes bajar. Yo cuando fui joven estaba delgadita como tu prima Sofía, tenía cinturita de avispa y todos los muchachos andaban tras mis huesitos. Ahora ya de vieja estoy gorda, pero en mi juventud fui delgada. Y no es que te quiera molestar, mijita, es que a las niñas gordas nadie las quiere. Yo sólo lo digo por tu bien—.

Milagros ahora piensa que no debió quedarse callada, mucho menos avergonzarse por su cuerpo ante las palabras de su tía. Sin embargo, lo que más le avergüenza y además le enrabia ¡es haberle creído durante tanto tiempo!: a su tía, a la televisión, al cine, a las revistas, a su madre … y sentirse mal por su bella y rebelde gordura.

Aún sigue en la cama, reflexionando el odio que le hicieron encarnar sobre sí misma durante tantos años. En voz alta exclama: —¡Tía Zulema, siento pena porque vives alienada a los estándares de belleza micro-fascistas y violentos para que todas las mujeres sean de la complexión corporal que fijan!

Milagros sigue sonriente y siente mucho poder en todo su cuerpo. Por fin se levanta de la cama, toma una ducha y se viste para bajar a desayunar. Decide ponerse minifalda morada, pantimedias negras, una blusa blanca que le queda escotada y ceñida con la que se siente muy cómoda. Está sublimada con la imagen de una mujer que reivindica la belleza de su gordura y dice: All bodies are good bodies.

 

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En la cocina está Elvia, la saluda con un —»Buenos días»—. Muy seria la mira de pies a cabeza y le recomienda: —»Milagros, no agarres pan y mídete en lo que comes, mi amor. Le dije a Juanita que te preparara jugo verde; tómatelo y luego vas al mercado por almendras, que me van a hacer falta para el bacalao»—. La joven no le contesta nada, sólo le sonríe y se toma el licuado verdoso mientras la observa fijamente. Normalmente cada que Elvia le da ese tipo de “recomendaciones”, Milagros las ignora y se prepara un desayuno basto y equilibrado (fruta, huevos al gusto, pan tostado y café o té). Pero hoy no, hoy es un día especial y quiere complacer a la mujer que durante nueves meses la contuvo en su vientre, y que aún fuera de éste quiere seguir teniendo el control de su alimentación.

IV

De camino al mercado inmersa en sus emisiones de pensamiento: —¡Ay!, debí ponerme un sombrero, es tan cabrón el sol de diciembre que siento como me penetra de la piel hasta los huesos; porque tengo huesos, todo un sistema óseo que me sostiene, diga lo que diga mi mamá gordafóbica. No sólo soy una bola de sebo cubierta de carne. Me hace tan feliz que después de tanto tiempo por fin me encanto toda yo, tal y como soy… se lo agradezco tanto a Naomi Wolf, por enseñarme que “La dieta es el sedante político más potente en la Historia de las mujeres […]”. Sus reflexiones me hacen la piel de acero ante todos los comentarios mala leche sobre mi abundante cuerpa. En la carrera nos deberían dar más Historia de las mujeres y menos visión androcéntrica del mundo, menos Braudel y más Mary Nash, estoy segura de que a través de una visión de la Historia no patriarcal nos comprenderíamos más y dejaríamos de ser tan duras con nosotras—.

El día se siente como si fuera domingo y observa con mucha curiosidad que casi no hay mujeres en las calles. Recuerda que las mujeres son las encargadas de todo el trabajo doméstico que implica la cena navideña, y se dice para sí misma: —Y de pilón la cena está hecha con amor—. Las mujeres que preparan todo en sus hogares para recibir a sus familiares en la Nochebuena cocinan, lavan platos, barren, trapean, limpian el polvo, etc., etc., etc., involucran valiosísimo trabajo afectivo, ese que la gente realiza por razones más allá del dinero.

Antes de llegar a su destino, interrumpe sus cavilaciones un hombre sentado en la acera que le grita: —»¡Mamacita! Mucho jamón para este par de huevitos»—.Milagros se regresa para confrontarlo: —»No pedí tu opinión, pinche macho acosador»— y al instante el hombre niega haberle gritado.

V

Una vez en casa, Milagros colabora con Elvia para recibir a los invitados por la noche. Se asegura de que cada rincón de la casa esté impecable, y también se encarga de algunos platillos y del ponche. Terminan a tiempo y se dan un breve descanso. La madre aprovecha para darle recomendaciones a Milagros: —»Hija, usa ese vestido negro en forma de campana que te disimula la barriga. No sé por qué te gusta usar ropa tan ceñida con ese cuerpo. Además, te pueden faltar al respeto en la calle y tú vas a ser la única responsable, lo fomentas con tu manera de vestir»—. Milagros esta vez sí le responde: —»No mamá, nada justifica el acoso, ni la vestimenta ni el atractivo»—. Elvia no le pone mucha atención a sus palabras, pero sí le sigue insistiendo que use ropa negra y holgada para disimular la gordura.

Sube a su habitación y se prueba distintos atuendos para la ocasión. Una minifalda de vinipiel roja, con pantimedias de red negras, blusa de encaje negra con bralette rojo y botas punk negras. Se contempla en un espejo grande incrustado en la puerta de su habitación donde se puede observar de cuerpo entero. Sonríe, se siente muy cómoda con la vestimenta. Pero no deja de pensar en la mirada de repulsión que Elvia le echará cada que pueda durante la velada. Mejor se cambia de ropa. Ahora trae puesto un vestido ceñido de terciopelo azul; le encanta como se amolda a sus caderas porque las hace lucir torneadas y en todo su ancho esplendor. Se contempla otro rato, y aunque piensa que es muy ad-hoc para la ocasión y que luciría muy bien con sus plataformas plateadas, decide no ponérselo. Después de por lo menos otros seis cambios de atuendo donde en cada elección prevé la incomodidad de su madre al portar prendas que muestran su gordura, escucha que van llegando las visitas. Se siente muy agobiada, cae en cuenta que para Elvia el problema no es el atuendo, sino la contextura corporal gruesa de ella.

VI

Pese a la triste reflexión, y ya apurada por los gritos de su mamá, por fin decide bajar. Da pasos ligeros sobre los escalones de parqué mientras endereza su espalda y cuello con seguridad, contonea sus caderas lentamente como un baile sensual. Llega a la planta baja, está a media vuelta de llegar a su destino, respira profundo, se siente cómoda y potente con mucha emoción por llegar dónde se encuentra toda la familia. En el comedor están todos dispuestos ya para cenar: la tía Zulema con su esposo, el tío Isidro; su hija Margarita y su hijo Julián con la novia, Irene.

Apenas se escuchan los suaves pasos de Milagros, saluda efusiva en cuanto llega al comedor… reina el silencio. En la cabecera está Elvia, quien la mira anonadada al igual que Zulema, mientras que Isidro y Julián apartan la mirada y la fijan en sus bebidas. Margarita e Irene le sonríen. Milagros dice en voz alta: —»Disculpen la tardanza no encontré mejor atuendo que mi propia desnudez.»

 

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(1).  ¿La gordura es insana?, les recomiendo este link para contestar la pregunta: https://kateharding.net/faq/but-dont-you-realize-fat-is-unhealthy

 

 

2019-01-04-03-38-31-780*Mag Mantilla es socióloga feminista y maestranda en estudios de la mujer. Mujer apasionada por desmenuzar la realidad social entendiendo la lucha entre contrarios como la clase de los hombres y la clase de las mujeres. Piensa que en todo lo que nos rodea interviene el género, por lo que es ferviente militante de dinamitar lo establecido a través del pensamiento crítico y el activismo feminista para la transformación social. Adora los lazos sanos entre mujeres porque subvierten al sistema patriarcal.Le encanta la literatura escrita por mujeres, y está disfrutando mucho escribir cuentitos.

 

 

**La imagen que encabeza  este texto es de la diseñadora Debi Asky

***Las imágenes que acompañan el cuerpo del texto fueron proporcionadas por la autora.

 

 

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