Derrocar la triada misógina en el mundo árabe

Por: Jael de Luz*

Hemos expulsado a Hosni Murabak de Egipto, a Zine el Abidine Ben Ali en Túnez, Muamar al Gadafi en Libia y Ali Abdullah Saleh en Yemen, pero hasta que la rabia  se traslade de los opresores en nuestros palacios presidenciales a nuestras calles y nuestras casas, a menos que derroquemos a los Murabak en nuestras mentes, en nuestros dormitorios y en las esquinas de nuestras calles, nuestra revolución nunca comenzará.

Mona Eltahawy

La Primavera Árabe llego a Egipto entre enero y febrero del 2011. Miles de jóvenes y adultos, hombres y mujeres, pedían la renuncia de Hosni Murabak, quien gobernaba Egipto 30 años atrás. Entre los manifestantes y reporteros, se encontraba una periodista y blogera egipcia radicada en los Estados Unidos: Mona Eltahawy. Junto a otros periodistas fue arrestada por la policía antidisturbios en la Plaza Tahrir, El Cairo. Mona logró twittear desde la Blackberry de otra persona, que estaba detenida, que había sido golpeada y que estaba en prisión. Cuando fue liberada, Mona tuiteó más detalles: había sido agredida sexual y físicamente; tenía un brazo roto y una mano fracturada por las palizas que le dieron dentro del ministerio del interior en El Cairo.

Al recuperarse Mona se tatuó ambos brazos con símbolos que le recuerdan su lucha y sus raíces: en el brazo derecho la diosa egipcia Sejme que significa «La más poderosa», «La invencible», «La terrible», «La gran diosa madre» o «La diosa del amor». Además de estar asociada con la fuerza y el poder, Sejme también era la diosa de la guerra, de la venganza y de la curación. En el brazo izquierdo en árabe se puede leer libertad. Sus tatuajes así como su proceso de escritura, fueron parte del mismo proceso de sanación, y en el 2016 Eltahawy publicó un ensayo sobre la situación de las mujeres árabes y el legado de la Primavera Árabe en el Oriente Medio y el norte de África.

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Mona Eltahawy en una de sus visitas a España a presentar su libro en español, marzo de 2019. Foto tomada de su cuenta de Instagram @monaeltahawy

Hoy, tres años después tenemos la traducción del inglés al español de El himen y el hiyab. Por qué el mundo árabe necesita una revolución sexual (Capitán Swing, 2019), un texto que recoge en siete poderosos ensayos, las experiencias de vida, el trabajo comunitario de mujeres creando espacios seguros para ellas, y ejemplos de mujeres que en el mundo árabe están desafiando las leyes que les niegan la libertad. En su prólogo a la edición española, Eltahawy dice:

Reconozcámoslo, ninguna de las revoluciones de la región ha sido sobre la igualdad de género. A pesar de que las mujeres se manifestaron con los hombres en las protestas [de la Primavera Árabe], el día después los hombres continúan en guerra con los hombres en su lucha por el poder (literal o políticamente), mientras que las mujeres cosechaban escasos logros en las sociedades conservadoras de la región. Cuando hablo de la importancia de la igualdad de las mujeres, a menudo me dicen: «Este no es el momento». Las mujeres oyen que su lucha es una distracción. En otras palabras, las mujeres –que constituyen la mitad de nuestras sociedades– figuran de las últimas listas de nuestras prioridades, una lista concedida por los hombres. Es un hecho que nuestros dictadores oprimen a todo el mundo, ya sean hombres o mujeres. Pero mientras el Estado oprime a hombres y mujeres, el Estado, la calle y el hogar trabajan conjuntamente para oprimir a las mujeres creando una triada misógina.

Reiterar, explicar y desmantelar lo que Eltahawy ha llamado como triada misógina en el mundo árabe -Estado, calle y hogar, lugares donde las mujeres desarrollan su vida diaria-, es tema central en su libro. Desde ahí hace un llamado a conocer las luchas propias de las mujeres árabes, poniendo muchos ejemplos de su carrera periodística, su propia experiencia viviendo en diversos países de la zona, recuperando testimonios de mujeres y niñas comunes, abogadas, activistas, estudiantes y mujeres en el exilio, tratando de enlazar las causas feministas árabes con las causas del feminismo global, siendo muy crítica con la visión occidental que se tiene sobre la historia, la cultura y los feminismos árabes.

Mona Eltahawy, quien fue musulmana y uso por mucho el velo, hasta la Universidad custodiando su virginidad siguiendo los mandatos culturales y religiosos del Islam, hoy se declara una feminista interseccional, antirracista, antisexista; mujer árabe laica, secular y una de las voces más críticas en Occidente sobre cómo el feminismo occidental, la media mainstream y la islamofobia no comprenden que el patriarcado y la misoginia atraviesa de maneras similares las realidad de las mujeres, niñas y diversidad sexual tanto en el mundo árabe como en Europa. Ella aboga a que las mujeres en el mundo árabe rompan el silencio y que se preparen para contar sus propias historias en el espacio público para tener una voz que aporte a las causas del feminismo global. Se necesita solidaridad internacional, por supuesto, pero como ella misma dice:

Cuando viajo y doy charlas en el extranjero y me preguntan cuál es la mejor manera de ayudar a las mujeres de mi región, siempre les digo que ayuden a las mujeres de su comunidad a combatir la misoginia. Al hacerlo, contribuyes a la lucha global contra el odio hacia las mujeres… No es que aquellos países que han logrado reducir los niveles de misoginia fueran inicialmente más respetuosos con los derechos de las mujeres; más bien las mujeres de esos países han luchado sin descanso para denunciar las violaciones sistemáticas de sus derechos y librar a las mujeres de estas.

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Mona Eltahawy visitó  España para presentar su libro en su versión española, marzo 2018. Foto: Begoña Rivas, para la revista electrónica Jotdown.

En su primer capítulo, «Por qué nos odian», la autora se mueve entre Egipto y Arabia Saudita, lugares donde pasó su niñez y temprana adolescencia, expresando que en el Medio Oriente el sexo, la muerte y la religión (una versión musulmana salafista)  conforman la triada del núcleo de la misoginia, la cual sigue culpando a las mujeres de sufrir acoso o violencia sexual y doméstica dentro del matrimonio sin que los clérigos musulmanes pongan la balanza a favor de las mujeres, provocando con ello un silenciamiento «impuesto por los hombres que usan su fe para encarcelarlas». Da algunos ejemplos de cómo en la Primavera Árabe, algunas activistas y mujeres jóvenes fueron sometidas a exámenes de virginidad, donde médicos, que a la vez eran clérigos, introducían sus dedos a las vaginas de estas mujeres para comprobar que el himen estaba intacto. Pero de acuerdo con las investigaciones de Mona, esta prueba de virginidad son violaciones sexuales reservadas para las activistas y para recordarles que el espacio publico aún le pertenece a los hombres y a la fuerza militar.

En su segundo capítulo, «Velo negro, bandera blanca», la autora introduce su postura sobre llevar el velo en el rostro (nicab) y la polémica que se ha desatado sobre todo en países Occidentales donde mujeres musulmanas se han enfrentado al veto de usar velo públicamente. Expresa que esta lucha muestra cómo dentro de las políticas conservadoras y liberales de los «aliados occidentales» a veces se esconden un profundo racismo y xenofobia, que alimenta la islamofobia en el espacio público. La autora entonces sugiere:

Sostengo que las mujeres que viven en países occidentales –que son musulmanas y occidentales al mismo tiempo– pueden ayudar a librarnos de la dicotomía islam-Occidente pero les ruego que sean conscientes del privilegio que les permite alzar la voz para defender el hiyab tan apasionadamente. Es fácil olvidar que hay mujeres más desfavorecidas que ellas para las que velarse no es una elección real. Entiendo la necesidad de defender el velo propio, yo lo hice durante años, a pesar de que en mi interior luchaba contra él. Es importante defenderse frente a los islamofóbos y los racistas. Lo pillo. Pero si se hace sin conocer las realidades que viven aquellas mujeres que no tienen el privilegio de elegir, entonces mis interlocutoras acaban haciendo exactamente lo mismo que me acusan de hacer cuando apoyo la prohibición del nicab: silenciar a otras mujeres.

El siguiente capítulo «Una mano contra las mujeres» es una radiografía de cómo el acoso sexual y las violaciones dentro de los matrimonios son tan comunes en el mundo árabe, culpando a las mujeres de ser ellas quienes incitan a esas violencias por vestir y comportarse de determinadas maneras. Este capitulo me hizo recordar las similitudes que existen en México y América Latina donde los acosos sexuales siempre son culpa de las mujeres, según la vox populi. Para centrarlo en el caso de Egipto, la autora introduce  la experiencia de Sawa el Hosseiny de cómo fue violada y al denunciar que las pruebas de virginidad hechas por el ejército durante la Primavera Árabe debían parar, inmediatamente recibió críticas de las mismas mujeres al tratarla de indecente por contar detalladamente esa experiencia. Después de algunas reflexiones, la Eltahawy escribe:

Quizá «el Ejército y el pueblo son una mano» sea una de las afirmaciones más sinceras que hayan salido de la revolución: una mano unida que actúa contra las mujeres, una mano que ha manoseado o golpeado a las mujeres y las ha tratado de aterrorizarlas para que abandonen el espacio público, una mano a la que le resulta perfectamente aceptable introducir dos dedos en la vagina de una mujer… El régimen sabe que puede vulnerar a las mujeres porque la sociedad somete a las mujeres a las mismas vulneraciones; sabe que la sociedad no defenderá a sus mujeres.

En «El dios de la virginidad» comienza con una afirmación: «Nuestros hímenes no son nuestros: pertenecen a nuestras familias». En éste, nos abre un panorama a cómo los hímenes de las mujeres son custodiados de generación a generación por las familias que sumergidas en la tradición y la culpa, consideran que lo más valioso a cuidar en las mujeres de su casa es la virginidad. De la misma forma Eltahawy expresa los efectos de la mutilación genial entre las niñas de Oriente Medio y el Norte de África, no sólo practicada en las comunidades musulmanas, sino también cristianas, pues tanto los hímenes como los clitoris, al silenciarse las prácticas de violencia que hay en torno a ellos, hace más fuerte a las religiones y a las tradiciones culturales para negarles a las mujeres la plena ciudadanía y el derecho al placer. Para la autora, éstas son prácticas misóginas hechas en nombre del dios de la virginidad, y que incluso hace que mujeres estén contra las mujeres al vigilar el honor entre sí.

Las religiones y culturas dominadas por hombres, volcadas en la sexualidad masculina sin apenas prestar atención a los deseos de las mujeres, son lo bastante difíciles de sobrellevar sin necesidad del menosprecio de otras mujeres. Sé de dónde proceden estos juicios; reconozco la necesidad de encajar. Esta necesidad internaliza la misoginia y el sometimiento hasta el punto que las madres niegan a sus hijas los mismos placeres y deseos que les negaron a ellas, y las llamaran putas por perseguirlos. para poder sobrevivir, las mujeres vigilan los cuerpos de otras mujeres y los suyos, sustituyendo el deseo por el «honor» y el nombre de la familia.

En «Hogar», el tema central es la violencia doméstica y cómo muchas mujeres por los matrimonios arreglados o porque fueron violadas siendo menores de edad, son obligadas por la ley y las tradiciones religiosas (sobre todo por la interpretación que se le da a la sharía) a casarse con su violador. El panorama de las mujeres que viven violencia sexual y doméstica dentro de los matrimonios en el mundo árabe, es que si dejan el hogar, son repudiadas y casi no existen lugares o Refugios para sobrevivientes de este tipo de violencia. Por ello, gran parte de estas mujeres tienen que guardar silencio de lo que viven porque no tienen otros lugares a donde ir. Si enviudan, su custodia como mujeres pasa del esposo al hijo, quien decide sobre los bienes y vida de su madre. Aún las mujeres de clase alta, no se escapan de las leyes y la vigilancia de la que viven. Da algunos ejemplos y como ONG´s en la región trabajan para que las leyes cambien a favor de las mujeres.

Los últimos dos capítulos son propuestas más personales. La autora habla sobre el deseo, la sexualidad, la diversidad sexual y las formas que las nuevas generaciones en el mundo árabe están creando para subvertir el orden religioso y moral y darse la oportunidad de crear espacios seguros para experimentar el placer y hacer activismo. Ella expone algunas de sus experiencias y también recupera las experiencias de otras mujeres que a través del arte, los deportes o rompiendo la norma, por salvar sus vidas han tenido que irse al exilio, y desde donde están intentan cambiar las opresiones que vivieron para que las nuevas generaciones ya no las vivan. Pone ejemplos de activistas y abogadas en Arabia Saudita e Irán que al quitarse el velo públicamente o manejar solas, enfrentan cargos que las han llevado a la cárcel o al repudio social, y hace un llamado a hacer la revolución desde los hogares sin dejar el espacio público.

El himen y el hiyab. Por qué el mundo árabe necesita una revolución sexual, llega en un momento pertinente donde las mujeres no occidentales, comenzamos a intercambiar experiencias de opresión y alternativas para luchar contra ellas desde las realidades que tenemos. Al leer este libro, sentí que muchas de las cosas que Eltahawy escribe sobre el impacto de la religión en los cuerpos de las mujeres, el constante asecho y vigilancia que las instituciones religiosas y la sociedad hace a las mujeres tanto en los espacios domésticos, como en los espacios públicos, deben frenarse en todas las sociedades, y sobre todo me transporta a la experiencia latinoamericana donde en tiempos de revoluciones y liberaciones, los hombres luchaban por el Hombre nuevo, pero seguían y siguen haciendo política sin considerar las necesidades de las mujeres, quienes también muchas veces participaron en las revoluciones con un fusil e ideas para cambiar la sociedad. Hoy las revoluciones políticas y las instituciones religiosas tienen que cambiar; el derecho al placer, a la autonomía y el vivir libres de violencia es algo que nos hemos ganado y no daremos un paso atrás. Es tiempo de la solidaridad global entre mujeres.

 

jael*Jael de la Luz. Mexicana, historiadora feminista, editora, activista y educadora popular en Latin American Women’s Aid, LAWA, Londres. Es madre, esposa, amiga de gente luchona y escribe por gusto, curiosidad y desahogo. Ama los libros y no concibe sus días ellos. Recuerda a sus amigos que se están del otro lado del charco con la esperanza de un día volver. Le interesan los temas de espiritualidad, decolonización, feminismo interseccional, gentrificación, América Latina y cultura chicana. Twitter: @jaeldelaluz, en Instagram como jaeldelaluz, en Youtube: Jael de la Luz, y Facebook: Jael de la Luz.