Por: Jael de La Luz García*
Imagina que eres una mujer que esta en sus 30 y tantos años de edad; mujer a la que le toca ser tercera generación en pleno siglo XXI. Imagina que eres la primera mujer de tu linaje familiar en estudiar en una universidad, trabajar fuera de lo doméstico y salir de tu país de origen. Imagina vas a vivir a otro país que no tiene tu cultura, tu lengua, tus tradiciones y no hay raices familiares que te «aten» como inmigrante. Imagina que en ese país tienes que continuar tu vida -como dicen lxs migrantes- «desde cero»: no sólo aprender la lengua sino compartir un departamento con otras personas, ser freelance -o cualquier cosa que se le parezca- sin contrato ni seguridad laboral en nada. Imagina que rompes con las creencias que tus abuelas, madre y tías se empeñaron en hacer verdades inamovibles («te tienes que casar de blanco», » te casarás para toda la vida», «una no anda de regalada con cualquier hombre», «vas a tener los hijos que dios te mande») cuando te atreves a gozar de tu sexualidad sin culpa ni vergüenza. Imagina que hay momentos donde el tiempo se detiene y tu sentir-pensar te lleva a estar en la tierra que te vio nacer y con las mujeres que te vieron crecer. ¿Qué les dirías?, ¿De qué platicarían?, ¿Llorarías?, ¿Llorarían?.. ¿Se dirían secretos que se silenciaron de generación a generación? ¿Qué le preguntarías a tus abuelas?.. ¿Serías lo suficientemente fuerte para hablar y sanar los traumas que las mujeres de tu linaje han cargado -silenciado-invisibilizado, a lo largo de los años?
Soy Feliz (I am happy) es una obra de teatro experimental -lo que en el gremio teatral llama work in progress- inspirada en una conversación entre abuela y nieta. La abuela, Blanca, pasó toda su vida en Colombia, mientras que su nieta Mariana, decidió migrar a Londres y hacer de ese lugar su hogar. La obra arranca con un monólogo que Mariana sostiene viajando en un avión rumbo a Colombia. Mientras viaja, se va haciendo preguntas que mezcla con memorias y recomendaciones que Blanca le hizo. Mariana va experimentando una serie de emociones mezcladas: ansiedad, felicidad, tristeza, desconsuelo… ironía. En el trayecto Mariana se va adelantando a las típicas preguntas que «seguramente» le harán al estar en Colombia: ¿sigues sin casarte?, ¿sigues siendo freelance? ¿Has subido de peso?..

Esta obra es un monólogo: Mariana a veces se fusiona con Blanca y a veces Blanca resurge en Mariana. Los temas del amor, la familia, el sexo, la maternidad y el cuidado familiar; los viajes y las nostalgias construyen el hilo de memoria colectiva con el que varias de las espectadoras nos encontramos. La historia de Blanca pudo haber sido la historia de mi abuela o mi madre: mujeres que en la primera década del siglo XX no tenían otras opciones de vida más que ser hijas-esposas-madres-matriarcas del linaje familiar. No es que estos roles sociales sean o fueran negativos; lo negativo fue que en nombre del amor y el bien de la familia, muchas mujeres ahogaron sus deseos de ser «algo mas». Quizá nuestras abuelas y madres no lograron escapar de esos roles porque no tuvieron otras opciones en la vida, porque no tuvieron otras cómplices que les acompañaran en su proceso de ser lo que quisieron ser. Muchas dejaron a medio camino jornadas intelectuales o creativas porque la sociedad, los mandatos religiosos y la presión social fueron más grandes que una voluntad individual. Es por ello que Mariana al recordar no escapa de sentir el dolor de su ancestra, de su abuela Blanca.
Ese dolor enmarcado en memorias a las que Mariana recurre constantemente en su monólogo surgieron de las pláticas con Blanca. Conforme la obra se va desarrollando, el tema del amor, la maternidad y la pérdida cobran intensidad; es cómo sí el guión fuera escrito para conectar con lo que actualmente la psicología social y los acercamientos feministas de la autocompasión y la justicia restaurativa, llaman trauma generacional. Es decir, por generaciones pueblos y colectivos que han vivido eventos repetitivos dolorosos, generan un trauma que se puede transmitir generacionalmente y sus efectos sintomáticos, pueden ser -por ejemplo- un fuerte estrés emocional desde la niñez, flashbacks y constantes episodios de ansiedad en el intento de normalizar el dolor.
Soy Feliz no necesariamente nos transporta a un escenario de extrema violencia marcada por una violencia sexual o doméstica como patrón colectivo, pero sí nos lleva a pensar en esas formas culturales y de género que normalizaron los roles de género convencionales violentado los modos de vida de muchas mujeres, de nuestras ancestras. El guión de Soy Feliz trata de contar una historia en común: hacer de los asuntos personales un tema social; en este caso es desmantelar lo opresivo de los roles de género y los estereotipos de ser «mujer latinoamericana».
Hoy, cuando entablamos pláticas con nuestras abuelas y madres, cuando abren su sentir y su pensar rompiendo el silencio sobre sus vidas privadas, a veces reconocemos dolores sentidos, nostalgias por lo que pudo haber sido, pero también existe una capacidad inmensa de discernir lo que nos toca «cargar» y no cargar. Y eso es un ejercicio de curación del trauma generacional: saber que no podemos cambiar el pasado, pero sí podemos tener el valor de cambiar el rumbo de nuestras decisiones; saber que nos toca ser lo que queremos ser, y como un dice un proverbio de los pueblos originarios del norte de América: saber que somos la suma de oraciones y sueños que nuestras ancestras no pudieron ser ocupando lugares de honor que nuestras ancestras no pudieron hacerlo. Eso también es resiliencia.
Algo que me llamo mucho la atención en el transcurso de la obra fue que entre los recuerdos de Mariana, la figura del padre juega un papel importante. Ella le refiere como una persona a la cual ama y agradece que estuviera en su vida. Pero a veces no queda claro sí se refiere a su padre, podríamos pensar hijo de Blanca, o es su abuelo. Y eso me hizo recordar cómo a veces entre los espacios feministas, el tema del papel de los hombres en nuestras vidas genera tensiones. Para algunas compañeras mujeres -feministas o no- sus padres, hermanos, abuelos, etc. han sido sus mejores aliados, según ellas refieren. Por otro lado, hay algunas que tienen malos recuerdos y experiencias con los hombres de su linaje familiar. Es por ello que quizá ese momento donde Mariana-Blanca muestra una gran amor y ternura a quien pudo ser el padre o el abuelo, descoloca por momentos al espectador. En mi caso, no supe que pensar, pues gran parte de la violencia que perpetua los roles de género de los cuales Mariana ha escapado, siguen siendo perpetuados por los hombres más cercanos a nosotras. Per también reconozco que hoy día las mujeres vamos ganando terreno en reconocer quienes son nuestros aliados y quienes siguen usando su privilegio masculino para dañar y manipular en nombre del amor (aunque este ya es otro tema).

Soy Feliz sigue siendo un trabajo en construcción. Yo espero que pronto podamos ir viendo el proceso de reinvención tanto de la historia como de la/ los actores. Se agradece mucho tener una obra bilingüe en Londres, pues esto habla de cómo el teatro y las artes emergentes de las comunidades migrantes van ganando espacios dentro de la cultura y la diversidad. Muchas gracias a mi querido Santiago Peluffo por la invitación a ver la «primera versión», a Mariana Aristizabal por contarnos una historia en común, a Malena Arcucci por sus atinadas intervenciones y a Bryan Xavier Muñoz por romper la atmósfera silenciosa con la música popular de nuestros ancestrxs nos permiten hoy gozar.
Soy Feliz se presentó del 24 al 26 de octubre 2019 en The Actors Center, Londres.
Las imágenes que acompañan este texto fueron cortesía de Clara Elizathe.