Violencia de género

Por: María Isabel*

Ser mujer y vivir en México implica una constante preocupación por preservar la integridad. Todos los días al salir a la calle mi mamá me despide con un “cuídate mucho”, y todos los días yo sé que ese “cuídate mucho” no se refiere a “fíjate bien antes de cruzar la calle”, o “lávate las manos antes de comer”. Las palabras de mi mamá son un recordatorio de que al salir de mi casa me enfrento con la posibilidad de ya no regresar.

En México, las mujeres vivimos en una lucha constante por sobrevivir. Según el último reporte del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2018 se registraron 3,752 feminicidios en el país, el número más alto registrado en los últimos 29 años (1990-2018), lo que en promedio significa que fallecieron 10 mujeres diariamente por agresiones intencionales. La violencia contra las mujeres es abrumadora, de los 46.5 millones de mujeres de 15 años y más que hay en el país, 66.1% (30.7 millones) ha enfrentado violencia de cualquier tipo y de cualquier agresor, alguna vez en su vida. El 43.9% ha enfrentado agresiones del esposo o pareja actual o la última a lo largo de su relación y está más acentuado entre las mujeres que se casaron o unieron antes de los 18 años (48.0%), que entre quienes lo hicieron a los 25 o más años (37.7%) (Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 2019).

Las cifras son alarmantes, como mujer esta situación me llena de miedo, inseguridad e impotencia. Sin embargo, hay algo que me alarma aún más, y es la opinión pública acerca de la violencia de género, sobre todo la que leo en las redes sociales como Facebook y Twitter. Los comentarios que me parecen más peligrosos son aquellos que niegan por completo la raíz macro social de la problemática, y se enfocan en catalogar a los agresores como gente mala, psicópatas o sociópatas, pues minimizan e incluso justifican el origen de la violencia a través de las aparentes enfermedades mentales de los agresores.

También, están los comentarios que se enfocan en generalizar la violencia alrededor de la situación socioeconómica del país y argumentan que, así como violentan y matan a mujeres, también violentan y matan a muchos hombres, lo cual implica una completa invisibilización de los profundos privilegios de género, clase, y raza que dividen actualmente a la sociedad mexicana.

Ejemplos hay miles, pero la realidad es que la opinión pública está plagada de argumentos que se quedan en el plano de las creencias y los prejuicios, pasando por alto las cuestiones históricas y estructurales que atraviesan al género femenino. Abordar el tema de la violencia de género implica hablar de relaciones de poder y, por lo tanto, de las estructuras de dominación que promueven la opresión en la interacción social. Así, para acercarnos a la raíz de la violencia contra las mujeres debemos de visibilizar las relaciones de poder que se generan desde dos estructuras sociales que han fomentado nuestra situación histórica de subordinación y opresión: el patriarcado y el capitalismo.

El patriarcado es una forma de organización política, económica, religiosa y social basada en la idea de autoridad y liderazgo del varón, en la que se da el predominio de los hombres sobre las mujeres. Es un sistema de dominación sexual, a partir del cual se levantan el resto de las opresiones como la clase y la raza (Varela, 2019). El período de la formación del patriarcado no se dio de repente, sino que fue un proceso que se desarrolló en el transcurso de casi 2,500 años, desde aproximadamente el 3,100 al 600 a.C. E incluso en las diversas sociedades del antiguo Próximo Oriente se produjo a un ritmo y en una época distintos (Lerner, 2018).

La toma de poder histórico de los hombres, dejó a las mujeres alejadas de absolutamente todas las instancias de poder que forman parte de la vida pública del ser humano (como la política, la economía, la ciencia, la religión, el arte, etc.) marginándola y limitándola exclusivamente a la vida privada, encargada de la reproducción de la vida. Este proceso de expulsión de la mujer de la vida pública se consolidó con la entrada del capitalismo, en la Europa del siglo XVI, a partir del cual las mujeres fueron despojadas de absolutamente todo: de sus tierras, de su derecho a la propiedad, de sus saberes tradicionales, e incluso del control sobre sus propios cuerpos. La mujer se convirtió en el sostén del capitalismo a base de la más brutal de las violencias: se degradó su maternidad a condición forzosa para la producción de la fuerza de trabajo, y se le confinó en el hogar sin recibir reconocimiento alguno como trabajadora. A partir de este proceso de sometimiento capitalista de las mujeres, se definieron los roles sexuales presentes en la sociedad actual (Federici, 2010)

Este modelo patriarcal-capitalista fue exportado de Europa a América Latina, debido a los procesos de colonización y esclavitud a gran escala, a partir de los cuales se destruyó poco a poco la vida comunal y se instauró una jerarquía sexual que privó a las mujeres de su autonomía (Federici, 2010). Así, la mujer latinoamericana, al igual que la europea, fue convertida por el capital en la única responsable de la reproducción de la vida, la ama de casa que sirve al trabajador masculino, física, emocional y sexualmente (Federici, 2013).

Esta violencia estructural, a partir de la cual las mujeres quedaron fuera de la vida pública, se ramifica y se concretiza en diferentes tipos de violencias que nos aquejan actualmente. Por ejemplo, la violencia doméstica tiene que ver con la responsabilidad simbólica de las mujeres de remendar el ego de los hombres, destruido a causa del exceso de trabajo y del aislamiento comunitario y social que provoca el capitalismo, es decir, ellas absorben los golpes que los hombres se llevan en el trabajo, con tal de que puedan recuperar su ego: le pegas a tu mujer, viertes tu frustración en ella y así ganas un poco de poder a tu alrededor. Así, vemos en un ejemplo concreto cómo estas estructuras sociales de dominación (patriarcado y capitalismo) provocan violencia contra la mujer, sostenida en relaciones de poder: en este caso el hombre subordinado por el capitalismo, pero privilegiado por el patriarcado, ejerce un poder sobre la mujer, quien dentro de la escala social es la menos privilegiada.

El poder se ejerce a partir de una multiplicidad de relaciones que no son igualitarias y a su vez son móviles. Desde una perspectiva foucaultiana, las relaciones de poder están marcadas por los saberes que se han construido como hegemónicos en un momento histórico determinado. Estos son saberes dan forma a los discursos, a las instituciones, a las normas, a los valores, etc; y a partir de ellos se construyen verdades que son incorporadas en la sociedad (Piedra Guillén, 2004). Así, desde esta perspectiva podemos entender por qué las relaciones de poder siguen reproduciendo y perpetuando la violencia de género contra las mujeres, pues todas las estructuras tanto micro como macro sociales están cimentadas en saberes y verdades patriarcales.  

En resumen, la violencia de género contra las mujeres es un problema estructural e histórico, cuyo origen se determina con la creación del patriarcado, se consolida con la entrada del capitalismo, y se reproduce día a día a través de las relaciones de poder. Las mujeres mexicanas vivimos actualmente en un constante abuso del poder, sustentado por un sistema económico, político y social que opera a favor de los hombres. Casos como el de las asesinadas de Ciudad Juárez, las redes de trata de Tenancingo, los feminicidios violentos como el reciente asesinato de Ingrid Escamilla a manos de su pareja, las violaciones y el acoso al que nos enfrentamos cotidianamente en nuestro contexto, son algunos ejemplos concretos que nos demuestran que la violencia de género es real y es una problemática apremiante que necesita acciones urgentes.

¿Pero qué podemos hacer ante esta realidad abrumadora que nos oprime y nos mata? Mi respuesta es cuestionarlo todo, cuestionar lo dado, lo establecido, rechazar los fundamentos universales y sustituirlos por otras formas de crear conocimiento, nuestras formas. Como mujeres debemos saber que el hombre no es lo neutral, no es el punto de partida, ni mucho menos el centro del mundo. Nuestra obligación es rescatar la presencia histórica de las mujeres, historiar desde una perspectiva feminista que rompa con las estructuras de dominación, atrevernos a mirar las cosas desde nuestra perspectiva y hablar, hablar siempre y hablar fuerte hasta dinamitar los discursos de opresión que se reproducen en la opinión pública del pueblo mexicano.  


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Mi nombre es María Isabel, pero me gusta que me digan Marisa. Mi pasión es leer y mi vocación escribir. Soy Trabajadora Social, Investigadora y Feminista.
Mis líneas de investigación son: emprendimiento femenino, subjetividad y procesos educativos.

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**La imagen que acompaña este texto es de la artista visual Gordita Amarillista

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