Del derecho a ser nombradas

Del derecho a ser nombradas[1].

Te nombro en nombre de todo
Por tu nombre verdadero
Te nombre cuando oscurece
cuando nadie me ve
Escribo tu nombre
en las paredes de mi ciudad
escribo tu nombre
en las paredes de mi ciudad
Tu nombre verdadero
Tu nombre y otros nombres…
Gian Franco Pagliaro

 

Se acerca el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Pronto estaremos escuchando felicitaciones, quizá con buenas intenciones, pero sin fundamento, de quienes no han aprendido el verdadero significado de esta fecha que conmemora las luchas por los derechos de las mujeres, y que no celebra el hecho de ser mujer (mucho menos el de ser madre, aunque algunas personas insisten en confundirlo con el 10 de mayo…).

Entre los muchos derechos que reclamo junto a millones de mujeres en el mundo, este Día Internacional de la Mujer quisiera hacer hincapié en el derecho a vivir una vida libre de violencia machista y feminicida, y particularmente en el derecho a ser nombradas cuando dicha violencia nos alcanza.

Así, mientras pienso en estos derechos  (muy básicos realmente) que no hemos alcanzado y que, de hecho, se vislumbran a veces lejanos, recuerdo el trágico evento del año 2015, cuando fueron asesinadas 4 mujeres y un varón en la colonia Narvarte de la ahora Ciudad de México.

En su momento, el hecho me hizo pensar que la información que transita en la red es un arma de doble filo, que puede o no ser verídica, y puede o no llevarnos hacia la verdad de hechos deleznables como tal homicidio y feminicidios. Pensé entonces que los medios pueden hacernos pensar que una de las víctimas se llamaba Nicole, o Simone; y después afirmar que su nombre era Mile Virginia Martín, mujer colombiana de 31 años.

Como sea, Mile (qué lamentable la situación en la que conocimos su nombre) fue violada, torturada, amarrada de pies y manos, y recibió un tiro de gracia, igual que Nadia, Alejandra y Yesenia. Igual que tantas mujeres a diario en el mundo. En los medios comenzamos a leer sus nombres al lado del nombre Rubén Espinosa, fotoperiodista de la revista Proceso y que para estos momentos casi todo el mundo conoce su rostro, su trabajo.

Pero sólo eso, en las noticias que relataron el evento, sus nombres aparecían al lado de, por añadidura inexorable porque sus cuerpos estaban en el mismo departamento. Porque cómo negarlo si las redes sociales lo estaban reafirmando. A veces sólo se leían el de Nadia Vera y Yesenia Quiroz, porque al parecer una mujer de la edad de Alejandra Negrete (40 y pico) no vale la pena ser nombrada. ¿Qué sueños no cumplidos tendría una empleada doméstica? ¿Quién le llora a una mujer si está separada de su pareja?; y porque el de “la colombiana” ni se sabía, y como leí por ahí, ‘quizá era puta, o hasta narco, y su condición migratoria la volvía desechable’. Al parecer aún más desechable en este país hipócrita que también es de migrantes.

Recuerdo que me indignó y molestó -aún lo hace- que por doquier me encontraba blogs de más mujeres indignadas por tantos feminicidios; no sólo en México, también en España, en Argentina, en Estados Unidos, en Medio Oriente…

Me indignaba que pocas veces leyera nombres, viera rostros.

Tanto tiempo después y el sentimiento no disminuye.

Y no es que me indigne menos la violencia del Estado contra los hombres, para nada, esa también me enfurece, la detesto. Pero, ver cada 26 de mes 43 rostros masculinos desaparecidos a manos del Estado siendo recordados en Twitter, y sin embargo no poder reconocer a ciencia cierta los rostros de ellas, sus ‘simples’ nombres, es como un golpe en la cara que me dice “a este país, a este mundo patriarcal, machista, feminicida, no le importas”.

Hoy en día veo cómo Epigmenio Ibarra publica en su Twitter los rostros de Nadia, Yesenia, Alejandra y Mile, y realmente no puedo evitar cuestionarme si esto sucede sólo porque también publica el de Rubén. ¿Veríamos sus rostros si sólo fuesen mujeres? Honestamente creo que no. Porque no veo ningún otro rostro ni leo ningún otro nombre femenino en ese pase de lista, aun cuando sabemos que hay miles de muertas sin justicia y anónimas. Quizá sea porque a aquellas no las mató el Estado, pero ¿realmente no las mato el Estado con su reproducción de una cultura machista, misógina y feminicida? ¿No las mató el Estado al culpabilizarlas por ir solas, por vestir de tal manera, por intentar ser libres? ¿No las mató el Estado al minimizar la importancia de Alertas de Género?

¿Por qué no veo un pase de lista de las cientos de mujeres asesinadas? ¿Por qué en mi Facultad decidieron quitar el muro que recordaba a las hijas, hermanas, amigas de las mujeres de negro que viajaban desde Cd. Juárez buscándolas, recordándolas? ¿Por qué los nombres de ellas se pierden, se confunden?

Toda esta rabia me dejó claro que hace falta tantísimo por hacer, por trabajar, por (de)construir. Recordé a las personas que me han dicho que debería tolerar la violencia machista cuando se disfraza de broma, que el feminismo puede llegar a ser radical hasta la médula y por ende a muchxs resultar nefasto. Pero precisamente por situaciones como ésta pienso, creo, que el feminismo es clave para lograr que tantos rostros, tantas historias y sueños no se borren ni se olviden.

Porque en una sociedad patriarcal como la nuestra siempre habrá quienes marchen por ellos; y está bien, marchemos por ellos, pero por ellas, por NOSOTRAS, también hay que marchar, y gritar, y hacer pase de lista aunque éste resulte más extenso de lo que estamos realmente dispuestxs a teclear, a articular con nuestra voz.

Hace dos años nos indignaban los asesinatos de cinco personas; nos indignaba que asesinaron a Rubén Espinosa, un joven prometedor, lleno de talento, amenazador para un sistema corrupto y vengativo, un joven que representaba el rostro de tantxs periodistas más, víctimas de la censura que mata. Pero particularmente, a las mujeres nos indignaban los cuatro feminicidios, porque eso fueron, de Nadia, Mile, Alejandra y Yesenia. Ya que no sólo les arrebataron la vida, sino que en el espacio entre una bala fulminante y ésta, yacía la oportunidad de hacer lo que la misoginia hace: ultrajar sexualmente, porque esta cultura machista enseña que a las mujeres se les viola porque al fin y al cabo todxs somos unxs hijxs de la chingada, es decir, de la violada; y porque simplemente se puede. Así de aberrante es la cultura de la violación.

Yo hace tiempo que no acepto esa herencia que mi país se empeña en inculcarnos, y creo que nadie debe aceptarla. Basta de solapar la violencia machista “porque aquí nos tocó vivir”; basta de naturalizar el machismo, los micromachismos –a veces ni tan micro-. En otro blog, que leí en su momento, la autora decía ¡basta de este Terrorismo Machista! Porque, citándola, “según la acepción académica más aceptada de “terrorismo” sólo podemos hablar del mismo si se producen asesinatos continuados de civiles con causas y objetivos políticos. La sucesión de asesinatos de mujeres es #TerrorismoMachista porque el patriarcado forma parte del sistema político y su función primordial es subyugar y oprimir.”[2] Y el poder judicial de esta nación oprime y subyuga cada vez que minimiza, nulifica, ignora, responsabiliza, deja de nombrar, etcétera, a las víctimas de feminicidio, mexicanas o extranjeras, jóvenes o no tanto, niñas y ancianas.

Ayer como hoy, reafirmo el derecho de las mujeres a ser nombradas y no olvidadas. Nuestro derecho a que la Historia, que se ha encargado de invisibilizar a las mujeres, tanto por sus logros, sus luchas, como por la violencia que las asecha día a día de maneras diferentes, nos nombre y nos recuerde con la verdad por delante. Nuestro derecho a que el Estado que minimiza y reproduce la violencia machista, que niega los feminicidios disfrazándolos de homicidios comunes, reconozca la amenaza particular y real que la misoginia representa. Todo arrebato violento de la vida es terrible, pero los feminicidios poseen una carga simbólica de odio hacia las mujeres que no puede pasar desapercibida, aunque los medios pretendan que así sea.

Ayer como hoy, recuerdo y nombro a Nadia, nombro a Yesenia, nombro a Alejandra y nombro a Mile; y con ellas a todas las mujeres víctimas de feminicidas cobardes que ejercen su poder sobre ellas por el simple hecho de que pueden y porque ellas son mujeres. Las nombro porque no quiero sentir que las olvido, porque no merecían ser asesinadas; porque no quisiera que fuera una mujer cercana a mí, o yo, la que tiene su nombre en un hashtag reclamando justicia.

Y sin embargo, la exijo.

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Por ProtoplasmaKid (Trabajo propio) [CC BY-SA 4.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)%5D undefined. Recuperada de Wikimedia

Justicia Para Yesenia
Justicia Para Mile
Justicia Para Alejandra
Justicia Para Nadia
Justicia Para Rubén
Justicia Para Lxs 5

Justicia Para Todxs.

 

-La Fata Morgana


[1] Éste texto es una versión modificada de “Justicia para lxs 5”, reflexión que se publicó originalmente en la cuenta de Tumblr La Cafetera de Morgana el 06 de agosto de 2015.

[2]  Ver el artículo completo en <https://jaquedoble.wordpress.com/2015/08/02/no-me-he-muerto-me-han-matado/>

La Fata Morgana —Feminista, socióloga y poetisa mexicana. Amante del café y los animales. Publica el blog de poesía y otros insomnios Lunas Letras y Café.  Le apuesta al veganismo como estilo de vida ético, justo y libre de crueldad para todxs. Su alter ego: Pamela Erin Mason R.

Twitter/Instagram: @lafatamorgana_