Por Alejandra Márquez Guajardo*
Escribo esto con ánimos, no sólo de fomentar un debate sano y productivo, sino también porque como académica, como feminista y como lesbiana, me parece sumamente importante separarme de ideas destructivas y separatistas. No busco escribir una extensa explicación de los diversos temas que trato, pues todos son sumamente complejos y yo los toco apenas en la superficie (esto podría ser un libro que yo no pienso escribir). Hago un resumen de algunas ideas que, a mi parecer, son un buen punto de partida.
Hace poco vi, en una página de Facebook que se autodenomina como lesbofeminista ––y que no pienso nombrar porque no se trata de atacar, sino de reflexionar––, una publicación en la cual se hacen tres declaraciones que, opino, carecen de sentido y van completamente en contra del feminismo y de los valores incluyentes del movimiento LGBTTTI. La primera es que las feministas rechazaron el amor romántico y, como consecuencia, el patriarcado inventó el poliamor. La segunda, que las feministas decidieron no tener relaciones sexuales con hombres para no ser herramientas del patriarcado y así, éste trajo el trabajo sexual. Finalmente, afirma que después de mucho tiempo, las feministas por fin logramos amar nuestra vulva y nuestra cuerpa,[1] sólo para que el patriarcado trajera el “privilegio cis.” Dedicaré algunas líneas a explicar por qué estas tres declaraciones no sólo me parecen contradictorias sino también mal informadas. Al mismo tiempo, rechazo absolutamente cualquier idea que busque humillar o avergonzar a cualquiera por su orientación sexual o elecciones de estilo de vida, así como toda declaración transfóbica. Sé que no puedo ser la única lesbiana feminista que opina así.
El poliamor NO es una invención del patriarcado. Para empezar, creo que, como feministas, podemos hablar de la monogamia como parte central de la agenda patriarcal. Pienso en el concepto de matrimonio y sus vínculos con la normatividad. En su ensayo sobre lo que denomina “la nueva homonormatividad,” Lisa Duggan expone el uso de temas como el matrimonio o, en el caso de los Estados Unidos, el derecho a unirse a las fuerzas armadas, como temas centrales en las demandas de grupos LGBTTTI conservadores que buscan construir su discurso alrededor de la idea de normatividad. Es decir, que los miembros de la comunidad LGBTTTI somos “normales” y queremos las mismas cosas que los heterosexuales. Asimismo, el matrimonio ha sido denunciado “como una de las más poderosas instituciones de control patriarcal (postura adoptada por el movimiento LGBT estadounidense en la década de los setenta y ochenta)” (Domínguez Ruvalcaba 128-29).
Por lo tanto, resultaría sumamente contradictorio que el patriarcado, tras fomentar el matrimonio, también fuera en su contra al traer el poliamor. Suponer que éste es una nueva invención para subyugar a la mujer es una muestra de ignorancia, pues la no monogamia ha existido desde hace siglos en civilizaciones antiguas. Ahora, si queremos pensar en tiempos más recientes, podemos pensar en la liberación sexual en la década de los sesenta y setenta como parte importante del cuestionamiento de la monogamia. En el caso de México, la importante activista lesbiana Yan María Yaoyólotl Castro declaró sobre el tema que “Decir soy mujer y amo a todas las mujeres, rompía el esquema de la monogamia, el esquema de la pareja … nosotras cuestionamos la heterosexualidad obligatoria, la monogamia, el matrimonio y la familia; es decir, los cuatro pilares de la opresión de la mujer” (citado en Fuentes Ponce 131). Asimismo, “Al inicio del movimiento lésbico en México, y durante los siguientes años, varias lesbianas –especialmente las feministas– incursionaron en relaciones amorosas diferentes, no tradicionales, algunas de ellas fueron el amor libre y la pareja abierta” (Fuente Ponce 375) A fin de cuentas, el feminismo se trata de la elección personal de lo que cada quien hace con su cuerpo y su vida. Mientras se trate de adultos en pleno uso de sus facultades y que no hacen daño a nadie, creo que decir que, como feministas, rechazamos el poliamor, nos lleva por otros derroteros moralistas que no nos competen.
El trabajo sexual, siempre y cuando sea por elección, NO es necesariamente negativo. No tener sexo con hombres NO te hace más o menos feminista. En cuanto al primer punto: ¿De verdad tengo que hablar sobre este tema? Creo que Marta Lamas ya ha escrito muchísmo sobre esto y es un debate que a veces parece interminable. En su trabajo “Feminismo y prostitución: la persistencia de una amarga disputa,” Lamas recalca el hecho de que sí, en efecto, la prostitución está sumamente vinculada con la mercantilización del cuerpo femenino, así como la demanda masculina y, por lo tanto, con los ejes de poder procedentes del patriarcado. Sin embargo, Lamas también destaca la crucial diferencia entre trata de personas y trabajo sexual como elección propia. Si bien podría repetir hasta el hartazgo los múltiples debates sobre el tema ––es mejor leer a la propia Lamas al respecto––, prefiero centrar mi opinión en la segunda parte de la declaración sobre cómo “las feministas decidimos no tener relaciones sexuales con hombres.”
«El feminismo incluye todos los géneros, razas y sexualidades»
En Estados Unidos en la década de los sesenta y setenta, durante los comienzos de NOW (National Organization for Women), la famosa autora feminista, Betty Friedan buscó separar al movimiento feminista de las feministas lesbianas y se refirió a ellas como la “amenaza lavanda” (lavender menace), esto hizo que las lesbianas tuvieran que comenzar su propio movimiento (Jagose 45). Lo mismo sucede en México cuando, a finales de los setenta, se forma el grupo Lesbos, el cual, según la revista Fem, “‘se levanta como una organización política, junto con las luchas de todos los sectores marginales, contra los sistemas socioeconómicos represivos y por la construcción de una nueva organización social’” (citado en Mogrovejo 75). Así,
“la reacción de las heterofeministas fue defensiva. Temerosas de perder la imagen y la legitimidad social que venían ganando, cuestionaron la participación de Lesbos en Coalición de Mujeres. A la mayoría de ellas todavía les daban terror las lesbianas y ser confundida con una de ellas. El movimiento feminista mostraba un rostro lesbofóbico, poco transgresor y una extremada preocupación por ‘las apariencias’” (Mogrovejo 78-79).
Si esta postura separatista es reprobable, el rechazar a las feministas heterosexuales, o incluso bisexuales, resulta igualmente excluyente. Si bien no debemos dejar de lado las relaciones de poder, así como la opresión que conlleva el ser lesbiana dentro del movimiento feminista y el privilegio de las compañeras heterosexuales, el concepto de libre elección vuelve a ser útil. El tener sexo con hombres, o con hombres y mujeres, o con personas que no se adhieren a ningún género, no hace a nadie menos feminista. Lo que sí es anti-feminista es rechazar a nuestras compañeras por su orientación sexual al mismo tiempo que abogamos por la libertad de elegir. El solo tema de la bisexualidad debería abarcar su propio artículo debido a la invisibilidad que sufren los sujetos bisexuales.
El último punto es, a mi parecer, vital para todos aquellos que queremos un movimiento LGBTTTI cohesivo y comprometido con cada uno de sus miembros. El patriarcado NO inventó el privilegio cis. Algo que a veces veo que hace falta recalcar en estas conversaciones es la diferencia entre sexo y género. Para aquellxs que se lo saben de memoria, una disculpa, para quienes no, es complejo pero sus bases son simples. Sexo es el aspecto biológico de una persona, vagina, pene, etc. (no dejemos de lado, por favor a las personas intersex). Por su parte, el género es algo construido socialmente. Así como a los hombres no les gusta el color azul de forma natural, a las mujeres no les parece indispensable ser madres por obra divina del supuesto (y ridículo) “instinto materno.” Los procesos por medio de los cuales se nos enseña, como sociedad, que ciertos comportamientos, gustos y actitudes son naturales para hombres y mujeres conforman lo que Marta Lamas llama “hacer género.” Esto es
“crear diferencias entre mujeres y hombres desde que nacen, diferencias que no son naturales, aunque se las vea como tales. Al hacer género se mantienen, reproducen y legitiman los acuerdos institucionales, y si no se hace género adecuadamente, se llega a tener problemas. No se puede no hacer género: es inevitable hacer género, aunque a veces se hagan transgresiones” (147-48).
Lamas, obviamente no es ni la primera ni la única en tocar el tema, pues hay un sinnúmero de críticos y académicos que han escrito sobre cuestiones de género. Entonces, es posible pensar que el ver el género como algo natural es una de las muchas herramientas del patriarcado. Por otro lado, cis (o cisgénero) se refiere a una persona cuyo sexo biológico corresponde con su identidad de género. El privilegio cis sería, por lo tanto, el privilegio que, yo, como mujer cis, por ejemplo, tengo por sobre de una mujer trans. Mientras que estoy sujeta a múltiples tipos de opresión por ser mujer, por ser lesbiana, no voy a ser atacada por ser trans, ni tengo que luchar diariamente para que se me llame por el nombre correcto. Pensar en la complejidad de estos términos, así como la forma en que hablar de cis y trans significa el cuestionar el género en sí, hace visible el hecho de que el privilegio cis no fue inventado por el patriarcado, pues éste se ocupa de fomentar ideas estáticas de género (aquí es donde ejerzo autocontrol para no citar a Judith Butler).
En uno de los comentarios (ya borrado) de la publicación que vi, una chica hizo un comentario defendiendo a las mujeres trans. El grupo respondió y le dijo a la chica que “las mujeres trans te consideran transfóbica si les llamas mujeres trans.” Esto está tan errado que podría ser risible (la gran mayoría de mujeres trans se autodenominan como tales, basta un rápido googleazo para saberlo), sin embargo, es un síntoma de las opiniones sin fundamento, del odio y de la ignorancia. Hacer este tipo de declaraciones sin saber de lo que se habla y sin tener en cuenta que el feminismo no le pertenece a un solo grupo es una práctica que no puede beneficiarnos ni como feministas ni como miembrxs de la comunidad LGBTTTI.
Podríamos, mejor, hablar de las múltiples intersecciones presentes dentro del feminismo que hacen que nuestras experiencias sean distintas. Podemos, también, sostener debates productivos que nos lleven a entendernos, sin dejar de lado los múltiples privilegios existentes dentro del movimiento, así como los distintos tipos de opresión. En 1969, el bar Stonewall en Nueva York se convirtió en un lugar icónico para el movimiento LGBTTTI tras los disturbios que ahí se suscitaron. Para muchos, éste fue el comienzo del movimiento en los Estados Unidos. Dos de las figuras más emblemáticas (aunque muchas veces ignoradas) de aquella noche fueron Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, dos mujeres trans que fueron clave en lo que ahora se conoce como los Stonewall Riots y, más tarde se convirtieron en importantes activistas trans. Si traigo esto a colación es para recordar que, así como el feminismo está lleno de diversidad, también la comunidad LGBTTTI lo está. Si excluimos a figuras como Johnson y Rivera, dejamos de lado una parte imprescindible de lo que somos y lo que buscamos. Cualquier movimiento social que busque un cambio debe de ser incluyente y fomentar un debate sano, no dejarse llevar por declaraciones sin fundamento y llenas de odio.
*Alejandra Márquez es candidata a doctora en Literatura Hispánica en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill (University of North Carolina). Su tesis doctoral se enfoca en el lesbianismo en la literatura mexicana. Es amante de los tacos, los libros, los tatuajes, los perros y aspira a hacer stand up.
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Notas
[1] Aunque sé que muchas feministas utilizan cuerpa en femenino, yo tiendo a usar el masculino. Esto no lo hago por convicciones machistas, sino por mi propia miopía de haber sido entrenada en la academia estadounidense. Esto no significa ningún rechazo de mi parte por usar el femenino.
Fuentes
Domínguez Ruvalcaba, Héctor. Translating the Queer. Body Politics and Transnational Conversations. London: Zed Books, 2016. Impreso.
Duggan, Lisa. “The New Homonormativity: The Sexual Politics of Neoliberalism”. Materializing Democracy: Toward a Revitalized Cultural Politics. Russ Castronovo y Dana D. Nelson, Eds. Durham: Duke U P, 2002. 175-93. Impreso.
Fuentes Ponce, Adriana. Decidir sobre el propio cuerpo. Un historia reciente del movimiento lésbico en México.México, D.F.: La Cifra Editorial y Universidad Autónoma Metropolitana, 2015. Impreso.
Jagose, Annamarie. Queer Theory. An Introduction. New York, N.Y: New York University Press, 2010. Impreso.
Lamas, Marta. Lamas, Marta. Cuerpo, sexo y política. México D.F: Océano de México, 2014. Impreso.
___. Feminismo y prostitución: la persistencia de una amarga disputa. http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0188947816300287
Mogrovejo, Norma. Un amor que se atrevió a decir su nombre. La lucha de las lesbianas y su relación con los movimientos homosexual y feminista en América Latina. México, D.F.: Plaza y Valdés, 2000. Print.
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Me parece que la autora toca la caja de Pandora invitándonos a abrirla cuando toca el tema de la separación entre feministas heterosexuales y lesbifeministas, y aunque ubica en los Estados Unidos cómo se dio esta ruptura, la referencia a México es aún vaga. Sería bueno indagar ello.
Y en relación a esa separación, justo fue Audre Lorde quien en su ponencia No podemos desmontar la casa del amo con las armas del amo, donde la categoría de raza y clase también deben ser consideradas en este debate que a veces se queda muy estrecho desde una mirada feminista heterosexual.
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