Makeda tenía entre cinco o seis meses de haber nacido. Thawale tenía dos años, y yo tenía tres semanas de embarazo. Quedé embarazada al creer el mito que en el puerperio (los famosos 40 días donde tu cuerpo se vuelve a reacomodar después del parto) no te embarazas, pues según la creencia, todavía tu aparato reproductor no está en condiciones de ovular. No sólo era el puerperio lo que mi cuerpo experimentaba. Desde que Thawale nació yo caí en una depresión posparto que nunca resolví y que con el embarazo y nacimiento de Makeda, se agudizó. El nacimiento de Thawale fue por cesárea (el de Makeda también), pero no me limpiaron bien la placenta y al pasar el mes de ese nacimiento yo iba a morir, por lo que tuvieron que intervenirme urgentemente y observarme en el hospital por otros 15 días. Así que el primer mes de vida de mi hijo, yo estuve en el hospital encerrada y llorando sin consuelo. Al salir del hospital, mis meses transcurrieron lentamente. Dejé de bañarme, de cuidarme; sentía que al cerrar los ojos me iba a morir; sólo quería dormir todo el día y no saber nada de lo que pasara afuera de mi cuarto.
Mi pareja estaba impotente de no poder ayudarme y constantemente peleábamos. Le decía que todo era su culpa porque la maternidad me había cambiado la vida, el cuerpo y los planes de hacer una trayectoria académica, según me excusaba yo, para que no pensara que estaba loca. Así que el tercer embarazo me llegó en un momento de mi vida de total desolación y cuando pensaba que podía, al mismo tiempo, hacer una maestría y cuidar a mis dos hijos pequeños.
En aquel entonces yo había comenzado a tomar antidepresivos como una alternativa para seguir mi cotidianidad «normal» y no faltar a clases de la maestría. Cuando supimos del embarazo, tuvimos que tomar una decisión. Fue difícil para mi porque yo estaba viendo cómo mi matrimonio y familia estábamos a punto de colapsar; mi depresión me hizo levantarme de la cama, pero me puso muy ansiosa e intolerante con cualquier cosa; mi pareja estaba a punto de dejar la relación y yo me aferraba a terminar la maestría a costa de lo que fuera. Lo cierto era que no podía más con la presión que me puse a mi misma de terminar la maestría y miles de compromisos académicos y profesionales. Mi relación estaba muy mal pero me negaba a aceptarlo, y veía cómo mis hijos eran cuidados por mi madre, mi hermano y mi esposo. Yo me sentía muy culpable de la depresión que tenía y de la cual no podía hablar, porque lamentablemente, en el círculo social en el que crecí, decir depresión es sinónimo de poner excusas para no trabajar, para dormir, para no cumplir obligaciones …
Otro dilema fue pensar mi situación «moral». Por haber nacido y crecido en un ambiente protestante pentecostal, abortar es un crimen moral que no tiene perdón de dios. En ese sentido, tanto católicos como protestantes comparten la creencia en que defender la vida es desde el embrión/feto, y que lo importante es esa vida porque dios tiene el control de todo. Yo nunca he estado segura que eso es así. Sin embargo, ahí estaba yo, llena de dilemas y miedos… Pero por otro lado yo sabía que no podía tener otrx hijx… Fuimos a una clínica particular. Me hicieron el ultrasonido, casi dos meses. Tenía que tomar la decisión de continuar o parar. Los antidepresivos que tomaba eran muy fuertes y no había seguridad que el embarazo se lograra a buen termino. Mientras Alex y yo platicábamos en un corredor, a mi alrededor jóvenes mujeres esperaban turno para su consulta. Me sorprendí de verme entre adolescentes y chicas, que por su vestimenta, forma de hablar y modos, no eran de sectores populares como yo…
Me decidí por tomar la pastilla y regresar a casa. Alex llegó y bañó a los niños como cualquier día, mientras que mi mamá me ayudaba a hacer la cena en la cocina. Yo fui a mi cuarto y esperé el tiempo. Primero fueron intensos cólicos y después le siguieron horas de ir y venir al baño… Después, a media noche, silencio… miles de preguntas sin respuesta… Miraba mi cuerpo cómo había sido intervenido durante los embarazos y nacimientos, un cuerpo que había dejado de cuidar, pero que al decidir interrumpir legalmente mi tercer embarazo, salvé mi vida…
Hace ya casi ocho años de esa experiencia y mi aborto es parte de mi narrativa de vida. No hay culpa ni lamentos. Tuve acceso a un aborto legal y con monitoreo, pero no gratuito. Y fue ahí donde de cuenta nueva, volví a pensar que ir a una clínica no siempre está al alcance de nuestros bolsillos….
Es difícil vivir en una sociedad donde este tema sigue siendo tabú y contamos con información muy sesgada por motivos religiosos y morales. Quienes hemos vivido un aborto y lo decidimos, recibimos calificativos que no van con lo que somos… Más duro es enfrentar una sociedad que opina sobre lo que debemos o no hacer; y así estamos todavía en un momento donde no todas las mujeres pueden optar por abortar y corren el riesgo de ir a la cárcel, vivir aisladas o cuestionadas por su círculo social cercano. Más difícil es saber que cientos de hermanas violadas no pueden decidir sobre sus cuerpos porque la misma sociedad las revictimiza. Es difícil saber que aun estando en peligro la vida de ellas mismas, otros deciden por ellas, y les niegan un derecho que es nuestro.
Desde el 28 de septiembre de 1871 cuando en Brasil se promulgó la Ley de Libertad de Vientres, como un principio jurídico de reconocer como personas libres a lxs hijxs de esclavas , ya abolida la esclavitud, las mujeres de América Latina venimos reclamando el derecho sobre nuestros vientres y nuestras vidas. Este reclamo no es aislado, como pensaran los grupos conservadores que tanto nos atacan. Lo que las feministas y mujeres de este momento histórico queremos es educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir, acompañamiento y sororidad sin revictimizar, respeto a las decisiones personales de las mujeres y que nuestros cuerpos dejen de ser campos de batalla.
A nivel latinoamericano cada 28 de septiembre, desde hace 27 años, hay una serie de acciones y campañas para unir voces y gritar las consignas: #NiMuertasNiPresas, ¡Vivas y libres nos queremos! ¡Que las puertas de las cárceles se abran y las leyes que nos criminalizan sean abolidas! Porque la restricción al acceso al aborto no sólo lleva a mujeres a abortar de manera clandestina y morir, sino que los embarazos entre niñas y adolescentes crezca, sobre todo si hay violación sexual de por medio.
Que este día nos sirva para reclamar nuestros cuerpos, y la libertad de cientos de mujeres encarceladas indiscriminadamente en El Salvador (seguir la campaña por la Libertad a las 17), Argentina, México, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Nicaragua, Paraguay, Perú, Uruguay y República Dominicana. Para saber de las acciones el día de hoy, busca el hashtag #UnGritoGlobal por el #AbortoLegal.