Es alarmante la ola de neocoservadurismo que en varios países de América Latina encabezan grupos religiosos, donde figuran evangélicos. Los evangélicos, son personas que arraigan su historia y legado en lo que fue la Reforma religiosa impulsada por Martín Lutero y otros reformadores europeos a mediados del siglo XVI. Los principios de una sola fe, una sola escritura (la biblia, como norma de fe y conducta), y un sólo mediador entre Dios y los hombres, rompió el esquema medieval donde la Iglesia católica, con la autoridad del Papa como representante de Dios en la tierra, fue fuertemente cuestionada. Y nos dicen los estudios clásicos de la sociología de la religión, que la Reforma trajo la modernidad, con sus libertades, incluyendo la libertad religiosa, y establecimiento del Estado laico, que en América Latina, permitió en los siglos XIX y XX que disidentes religiosos convertidos a alguna vertiente protestante, pudieran sobrevivir si es que no eran linchados y muertos por las mayorías católicas.
La desmemoria de esos trágicos episodios en Chile, Colombia, México, Centroamérica, Perú, Bolivia y Brasil, por ejemplo, dio paso a que en pleno siglo XXI, esos disidentes religiosos, al sentirse y verse como mayoría con autoridad moral, desacrediten en nombre de Dios, las disidencias que atentan contra su visión del mundo: un mundo heteronormal y binario. Su mayor enemigo en estos tiempos son las disidencias sexuales. Recordemos que el pensamiento cristiano convencional divide el mundo entre bueno-malo; blanco-negro; mujer-hombre… Por más que la Reforma en su momento fue un movimiento contestatario y revolucionario, con el tiempo sus prácticas se han transformado, con una mayoría protestante evangélica latinoamericana sostenedora del estatus quo: porque pensar en dos posibilidades, en blanco o negro, da certeza en tiempos de incertidumbre y miedo.
Conquistar bases populares en barrios de gente trabajadora, y en las clases medias, adoctrinando jóvenes con perfil universitario que puedan desafiar con argumentos intelectuales el pensamiento secular, hasta políticos en los diversos ordenes de gobierno, ha sido una tarea histórica de aquellas iglesias cristianas que tienen por objetivo extender «el reino de Dios» en su patria; por supuesto, un Dios binario. Y es que en términos de doctrina social, grupos conservadores evangélicos y católicos no se reconocen enemigos, sino unidos para luchar contra un enemigo en común: lo que ellos han llamado la ideología de género. Ésta es una corriente vox populi que surgió como una campaña internacional hace 10 años, entre el mundo evangélico conservador de América Latina y el Caribe, pero tiene sus orígenes dentro del catolicismo intransigente, ese catolicismo que combatió el comunismo, el protestantismo, el liberalismo y el socialismo; es decir, todas las expresiones de la modernidad.
En el 2007, se realizó en la ciudad de México el Congreso Iberoamericano por la Vida y la Familia. Su declaración de Santa Fe, nos pone de manifiesto la agenda que persiguen y difunden pastores en sus iglesias locales: los padres deben decidir exclusivamente la educación sexual de sus hijos y promover el modelo «natural» de la familia. Ese pensamiento encuentra su perfecta amalgama en grupos católicos como CitizenGo, una comunidad católica falangista que con el hashtag #ConMisHijosNoTeMetas, recaba firmas en toda América Latina, para luchar por lo que esos creyentes militantes consideran libertad de expresión y religiosa.
Esta misma organización, con apoyo de la bancada evangélica en el congreso de Brasil, en su mayoría compuesta por militantes de las Asambleas de Dios y la Iglesia Universal del Reino de Dios (Pare de Sufrir), recabaron más de 363 mil 420 firmas en Brasil para negar que la filósofa norteamericana de origen judío Judith Butler, dictara una conferencia en San Pablo, Brasil, el martes pasado. Manifestantes en contra, decían que ella era la culpable de haber introducido la ideología de género y atentar contra el orden natural, mientras que otros a favor, estaban desconsolados por ver demostraciones de odio sin razón. La conferencia que Butler dictó no fue sobre género, sino cómo pensar la democracia en tiempos de populismos y fascismos. Finalmente, la presión ejercida no surtió efecto y Butler pudo compartir sus ideas.
Judith Butler es una teórica que en la década de los 90’s publicó El género en disputa, un libro que cambió la teoría feminista occidental y rescató de la marginación las expresiones queers. Desde entonces, ella decía que hay personas e instituciones que buscan patologizar o criminalizar actos importantes de autodefinición, como es el sexo-género. Así, atacó directamente el sistema heteronormativo en el que vivimos; ese régimen que a base de repetición de patrones culturales son validados por instituciones que dicen tener la verdad e imponen modelos únicos de vida. Léase aquí escuelas, gobiernos, instituciones religiosas, costumbres patriarcales y dispositivos de control en todos los ordenes de la vida, afectando directamente nuestros cuerpos y subjetividades. Ese fue un duro golpe al sistema patriarcal porque, siguiendo a las grandes teóricas como Simone de Beauvoir, Butler reafirma que el género es una construcción social distinta al sexo, pero que el sistema patriarcal heteronormal ha construido históricamente esa relación de que género es igual a sexo: se es hombre y se es mujer y no hay otras opciones. Pero la realidad nos dice todo lo contrario.
En este texto pionero, Butler propone que las normas heteronormales del género no son causas, sino efectos-actos performativos y a través de ello, se logra subvertir el discurso hegemónico dominante. «El género es un acto abierto a divisiones, a parodias y a la crítica de unx mismx.» Y su invitación fue: no seguir siendo parte de la configuración normativa hegemónica heterosexual. De ahí que las disidencias sexuales son muy importantes porque muestran que por más que los grupos conservadores nos quieran decir que ser gay, lesbiana, bisexual, transexual, queer, persona no binaria, trasvesti, pansexual y demás, es un crimen, en lugar de ver personas, ven entes, cuerpos que censuran moralmente; el género va más allá de eso. No es sexo, es identidad y más allá.
Finalmente, dejo esta reflexión abierta: si un día hubo personas inconformes con el régimen único de verdad que impusó la iglesia católica por siglos y siglos, ¿por qué esos mismos «disidentes» religiosos ahora reproducen esas prácticas y discursos que llevaron a sus antepasados a la hogera, a las inquisiciones y a los exilios? ¿Por qué quieren quemar a las disidencias sexuales y a sus pensadorxs, si la historia de exclusión religiosa tiene mucho de común con la exclusión de las identidades no binarias? Sigo pensando que miles de brujxs andamos sueltxs y la caza ya comenzó. Mientras ellos tratan de cazarnos condenando desde sus púlpitos con biblias bajo el brazo, nuestro aquelarre ya se extendió porque sabemos que somos las nietas, las hijas de lxs brujxs que no pudieron quemar. Unx brujx más que los protestantes de este siglo no podrán quemar; el texto de Butler ya caló y echó raíces. Si quieres leerlo, Biblioteca Feminista lo tiene libre en el siguiente link.