Un mundo donde quepan muchos mundos

Por: Luciana Cattaneo*

Cuando nacemos, la primera etiqueta que nos colocan es: 

Masculino – Femenino.  Nena- Nene. 

Después nuestras familias, abuelos, madres, padres, nos enseñan a repetir frases naturalizadas: “Siempre las cosas fueron así”; “Este es un mundo de hombres”; “Las mujeres son el sexo débil”; “Inteligente como papá, bonita como mamá”; “Estas nerviosa, seguro estas indispuesta”… Nuestra realidad promueve y mantiene las formas más antiguas y básicas de relacionarnos como sociedad.

Tradicionalmente los roles dentro de cualquier familia, están diferenciados por el sexo que tiene cada individuo y por las pautas que nos entrega la cultura en la que estamos insertos. Las mujeres somos las que tenemos la responsabilidad del trabajo reproductivo, y el cuidado de la casa o los niños, mientras los hombres son quienes organizan y lideran las familias. 

Esto, no es nada más, que un mínimo y primer ejemplo del sistema patriarcal funcionando de forma asimétrica y desigual en nuestra cotidiana dinámica familiar. Los razgos propios de la feminidad y la masculinidad comienzan a definirnos a partir de ahí. El machismo, pensado así como un conjunto de prácticas aprendidas; siempre valora más al varón que a la mujer. Presenta mandatos muy fuertes que nos lleva a «naturalizar» las prácticas cotidianas, sin cuestionarnos nada y eso se debe a la crianza que recibimos. 

Generación tras generación, la educación nos enseña a ocupar lugares en el mundo, funciones, formas de sentir y pensar. Para pertenecer a cierto género, la sociedad impone reglas que tenemos que aprender, pero de manera diferente: a los chicos se les enseña a nunca dudar, y que la vulnerabilidad es la verdadera perdida de dominio, incluso de poder. Los hombres deben tener penes grandes, barbas, tienen que ser agresivos, empoderados y nunca jugar con muñecas… Por eso es que “los hombres no lloran”. 

A las chicas se nos enseña a callar y aceptar. Nacimos con vagina y pechos que debemos tapar, tenemos que ser delicadas, sumisas, sentir culpa y vergüenza para poder legitimar el orden, y mantener las tradiciones … Por eso es que “Las mujeres, tienen que ser como princesas” frágiles y temerosas del mundo moderno, esperando que algún príncipe nos libere del hechizo. 

En cada sociedad o sistema, lo que no se dice, todo lo que nunca se pone en duda, se reproduce, porque se considera perfecto. En nuestras sociedades occidentales entonces, se tolera al hombre en crisis, porque que su enojo está bien visto, es algo natural. El hombre, es más hombre, cuando más colérico se pone. 

La religión, la educación, las leyes y las costumbres le tenían que enseñar durante la infancia “conductas masculinas”, que cuando eran interiorizadas y transformadas en la mente de cada varón, terminaban reproduciendo violencia, ya sea simbólica, domestica, psíquica, físicas, en forma de ofensas, amenazas, rechazos, torturas, violaciones o incluso asesinato. etc. 

Siempre existe desigualdad de oportunidades, respecto al género que la mujeres ocupamos. Desde este discurso masculino, no es posible que las mujeres construyan su identidad. 

El famoso: “No se nace mujer, se llega a serlo” de Simone de Beauvoir,  fue una denuncia cultural a los estereotipos femeninos y elevo la voz de miles de mujeres que hasta el momento estaban excluidas. Esta frase nos lleva a imaginar a todas esas primeras feministas de largas polleras que a fines del siglo XIX exigían el voto femenino, cuando la idea universal de la igualdad se los negaba. Las primeras locas, que comenzaban la refundación del patriarcado, para convertirlo en un orden más igualitario.

En la actualidad existen normas y leyes que encuadran estos temas, a favor de la identidad, la tolerancia y la diversidad. Con el lenguaje inclusivo muchos buscamos explicar conceptos sobre igualdad y disidencia. Pero este tomar conciencia, no es aun suficiente y tampoco llevo a que se reduzcan las cuestiones de discriminación.  

Algunas, fuimos escapando de viejas normas de sometimiento y condicionamiento, pero esto siempre fue el resultado de un cuestionamiento propio y constante. Al patriarcado lo llevamos todos muy adentro. Lo mamamos desde bebes.  Destruirlo es atentar también contra todo lo que somos y hacemos. 

Para nuestra suerte, el problema se resuelve cuando entendemos que no existe una esencia divina o natural de lo Masculino y lo Femenino, porque todo se trata de una construcción, de un aprendizaje. Visibilizar y criticar los discursos hegemónicos, resulta incomodo pero necesario para el movimiento de mujeres, y se orienta hacia la verdadera autonomía femenina. Revisar los contenidos apela a la transformación radical del Estado y de la cultura, por que denuncia la injusticia desde la base estructural, y pone un nuevo orden como utopía. 

Hoy contagiamos el discurso de la diversidad, y el debate se escucha en los barrios, las escuelas, las esquinas, oficinas y los medios de comunicación.  Ya nadie quiere volver a ser la arcaica sociedad que fuimos, y todas las generaciones se re-construyen en diversidad de género cada vez más amplia, sin exclusión, ni estereotipos. 

 

*Luciana Cattaneo.  Argentina.

**La imagen que acompaña este texto fue proporcionada por la autora, y es sobre Nina Brugo, cofundadora de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, Argentina, rodeada de algunas de las integrantes más jóvenes de la Campaña | Foto: Emergentes

 

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