La brújula Mágica

Una pequeña niña cada vez que dormía veía que salía de su corazón una enorme luz, verla le provocaba una mezcla de curiosidad y miedo, entonces prefería no hacerle caso. Pero un día quiso indagar y mirar esa luz más a fondo. Encontró que dentro había muchos mundos, había personas, además de objetos y lugares raros que nunca había visto en su vida. Le llamó la atención un artefacto circular parecido a un reloj. Sintió el impulso de llevárselo con ella y así lo hizo.

Por la mañana, su papá le dijo que ese objeto era una brújula y que servía para guiar a las personas cuando se encontraban perdidas. Un día en que la niña se sentía muy triste porque habían pintado su casa de gris y no había visto la luz brillante que salía de su pecho en las noches, la brújula comenzó a moverse por si sola. La niña tomó la brújula y esta empezó a jalarla con fuerza. Ella no sabía que hacer porque de pronto la brújula apuntaba hacia fuera de su casa y la empujaba con más fuerza.

Decidió seguir la dirección de su nuevo artefacto. Una vez fuera de su casa, la niña llegó a un jardín con muchas flores, corrió y se sentó a platicar con los girasoles, que eran sus flores preferidas. La brújula ahora la jaló hacia otro lugar, llegó entonces al mar y nadó; se sintió tranquila, abrazada por una ternura infinita, también cruzó bosques con árboles enormes que por las noches le contaban cuentos. En su camino conoció a una bruja que le enseñó a quitarse la pintura gris que se había quedado en su cuerpo, conoció a un hombre sabio que le enseñó a adentrarse en los mundos de su corazón y también a muchas otras niñas y niños que le enseñaron juegos que no conocía.

Así pasó el tiempo, a veces la niña recordaba su casa pero entonces escuchaba un susurro, una mujer que le decía – Es mejor seguir el viaje, querida mía – La niña visitó muchos lugares de afuera y de dentro, sintió, rió, gozo atardeceres y aprendió a escuchar los susurros del viento y a sentir el roce de la tierra en las plantas de sus pies.

La niña un día decidió visitar la casa dónde pasó los primeros años de su vida, la habían pintado de otro color, café obscuro, que le gustaba poco pero más que el gris. Habló con su familia y los escuchó con atención, después de una tarde se despidieron con cariño. El viaje había terminado pero ella iba hacia otro lugar. Encontró niñas y niños que quisieron construir una casa de colores con ella, donde se exploraban los mundos de afuera y de dentro y siempre se regresaba a la casita a compartir hallazgos con una taza de té.

-Eliza Tabares – Síguela en  Facebook Twitter Instagram