Feminismos para la esperanza

Cuando pensamos en el 8 de marzo, no podemos olvidar su origen doloroso, sus implicaciones y su impacto intergeneracional. Su origen se enmarca en las luchas revolucionarias contra la burguesía occidental capitalista y el imperialismo de finales del siglo XIX.  Hay olas migratorias con destino a los Estados Unidos a cumplir el sueño americano; es la construcción de los Estado-nación y el colonialismo imperial. Es la formación del proletariado también. Un proletariado donde las mujeres comienzan a participar activamente. Es el momento de las grandes expresiones socialistas, comunistas, antimilitaristas y sufragistas. Momento de agitación política.

En Nueva York, costureras organizadas exigieron mejores condiciones laborales y sueldo; a cambio, recibieron represión policial y encierro por parte de sus empleadores. Un incendio acabó con la vida de más de cien mujeres en la fábrica donde laboraban. La mayoría de esas mujeres eran pobres, madres, niñas e inmigrantes de Europa del Este en las cuales el pensamiento socialista estaba germinando. De esa tragedia, en 1910 la Conferencia de Mujeres de Copenhague, organizada por la II Internacional Socialista, Clara Zetkin propuso organizar cada 8 de marzo el Día de la Mujer Trabajadora. Bajo el lema “el voto de la mujer unirá nuestras fuerzas en la lucha por el socialismo”. Al siguiente año se realizó el primer Día de la Mujer.[1] Ese hito, permitió también organizar un sindicato para mujeres costureras.  

Si atendemos a este origen y su impacto posterior en la organización de los movimientos de mujeres, veremos que hemos vivido al acecho de la violencia institucionalizada en nuestros hogares, en nuestros espacios educativos, laborales, religiosos, partidistas, políticos y hasta comunitarios. Desde el origen de esta conmemoración, los cuerpos de las mujeres pobres, negras, racializadas, inmigrantes y rebeldes han sido consumidos por el fuego -literalmente- y por la violencia mediática y estereotipos que pesan sobre muchas de nosotras. A veces nuestros ánimos por vernos libres nos han consumido, y la llama de nuestra resistencia parece menguar.

los cuerpos de las mujeres pobres, negras, racializadas, inmigrantes y rebeldes han sido consumidos por el fuego -literalmente- y por la violencia mediática y estereotipos que pesan sobre muchas de nosotras.

Hemos luchado por generaciones de manera individual y colectiva; hemos generado nuevos conocimientos y prácticas de cómo el feminismo tiene posibilidades de cambiar el mundo. Algunas hemos abandonado el feminismo mainstream de la igualdad porque queremos que todo cambie y no sólo la relación entre géneros. Feminismos negros, cimarrones y de la diáspora; feminismos islámicos, místicos; ecofeminismos; feminismos queers; feminismos inmigrantes transfronterizos; feminismos lésbicos, bolleros; feminismos antirracistas y anticoloniales; feminismos comunitarios; una constelación de feminismos nos arropan anunciando que debemos mantener viva la llama de la esperanza.

En estos momentos de violencia neoliberal donde los gobiernos cada día giran hacia la derecha, y los grupos religiosos y políticos desean implementar políticas públicas que atentan contra los derechos humanos y los derechos de las mujeres, niñas y colectivos LGTBTQ+; donde muchos espacios de opinión pública hacen del feminismo un producto suave y de consumo; y donde se habla mucho de interseccionalidad y privilegio sin que se desmantelen las estructuras racistas y binarias, nos toca pensar nuestros feminismos como una posibilidad de transformar radicalmente la solidaridad, los cuidados comunes, los conocimientos, la teoría y las pedagogías feministas, e impulsar los diálogos que nos permitan avanzar en nuestras diferencias hacia la liberación.

nos toca pensar nuestros feminismos como una posibilidad de transformar radicalmente la solidaridad, los cuidados comunes, los conocimientos, la teoría y las pedagogías feministas

Qué hoy y todas las veces que se nos convoque a tomar las calles, nuestras consignas sean declaraciones de lo que imaginamos vivir, sabiendo que somos parte de esa revolución. Autoconvocarnos y salir a las calles es un acto de resistencia, de clamor y de acuerpamiento entre todas las que demandamos un mundo libre de violencias patriarcales. Y esto es lo que da forma a nuestra conciencia, políticas y prácticas feministas donde todas las mujeres y niñas, en sus particularidades y disidencias puedan vivir en un mundo donde la esperanza no sea lo que habrémos perdido en el fuego. Ahora la llama arde en nuestras cuerpas-territorios.

Si quieres compartir sobre tu experiencia este 8 de marzo, mándanos tu texto, poema, reflexión, ensayo fotográfico, vídeo, collage o cualquier material que quieras compartir con la comunidad feminopraxis. Este mes estaremos posteando materiales relacionados a esta conmemoración.

¡Te esperamos!


[1] http://lasrojas.com.ar/el-origen-del-8-de-marzo-cuando-las-mujeres-empezaron-a-escribir-la-historia/