En el 2013 cuando trabajaba en el Centro de Estudios Ecuménicos, a través del Observatorio Eclesial, estuve involucrada en un proceso donde Alberto Athié, el padre Barba, el académico Fernando M. González, Católicas por el Derecho a Decidir A. C. y un grupo de laicos y activistas mexicanos, acompañabamos a un grupo de hombres jóvenes que durante su niñez fueron violados por sacerdotes vinculados a Los Legionarios de Cristo, congregación católica fundada por Marcial Maciel. La idea era llegar hasta cortes internacionales y pedir la expulsión de esos sacerdotes y que fueran procesados civilmente sin ningún tipo de fuero.
Al escuchar algunos de los testimonios de esos jóvenes, algo dentro de mi comenzó a dolerme y traer a la memoria: yo también era sobreviviente de violación. Así que en cada sesión con esos jóvenes hombres, no dejaba de pensar en mi propia experiencia y sentir tristeza por mi y por los casos que sé de otras mujeres que han sido violadas o abusadas dentro de iglesias evangélicas en México; la tristeza era porque veía hombres acompañando a hombres en este proceso de búsqueda de justicia, mientras que nosotras, fuimos silenciadas por hombres y mujeres que dijeron ser nuestrxs hermanxs en la fe. Comencé a cuestionarme por qué las veces que quise o hable del tema con pastores y líderes dentro de la iglesia local a la que pertenecí desde niña, las respuestas familiares y religiosas fueron: “debes de orar, perdonar y seguir adelante. Recuerda que todas las cosas son nuevas en Cristo y Dios te va a restaurar.”
Esas resignaciones en lugar de confortarme y alinearme, me llevaron a pensar sí realmente quería continuar siendo parte de una tradición religiosa pentecostal en la que con mucho esfuerzo me gane un lugar como profesora de seminarios bíblicos, conferencista y autora de un libro donde analice la historia y teología del movimiento pentecostal en México, a través de la Iglesia de Dios en la República Mexicana, IDRM, mi iglesia.
Mis violaciones
Cuando mis padres se convirtieron en evangélicos, mi madre estaba embarazada de mi. En parte, por su compromiso religioso me pusieron Jael, haciendo memoria de una gran guerrera bíblica. Mi mamá siempre ha sido muy comprometida al grado de haber sido parte de esas evangelistas itinerantes que van casa por casa predicando. Yo era muy pequeña cuando la acompañaba a todos lados. Recuerdo que logró que una familia entera pudiera convertirse y le pidieron que fuera a enseñarles a leer la Biblia una vez por semana. Ella iba y me llevaba. Yo tenía como 5 años… mientras mi madre se reunía en la cocina con las mujeres de la casa, me dejaba jugar con lxs niñxs. Recuerdo que ahí comenzó todo, porque uno de los adultos de esa familia me empezó a dar dulces para ir a su cuarto y ahí, mientras yo comía el dulce él me violaba diciendo que me callara y no le dijera a nadie lo que él hacía conmigo. Él pocas veces fue al templo y recuerdo que su presencia me incomodaba mucho tanto en su casa como en la iglesia.
En ese mismo tiempo, una familia que fue fundadora de la iglesia local, se destacaba mucho por tener dentro de sus hijos a uno de los maestros de escuela dominical más creativos y comprometidos, con el que cada domingo mi hermano mayor y yo éramos sus estudiantes de Biblia. Recuerdo sus clases y los proyectos que emprendía, porque siempre eran increíbles. Esa familia era mi vecina. Como mi mamá trabajaba de la mañana a la noche, la mayoría del tiempo nos dejaba solos a mi hermano y a mi, diciendo que si queríamos salir, fuéramos con esa familia; ella creía que estar con ellxs era estar en un lugar seguro. Recuerdo que al ir y jugar con lxs niñxs de mi edad, me tocaban y querían que jugáramos al papá y la mamá. Recuerdo que varias veces me rehusé y alguien de ellos me obligó a desnudarme y a tener tocamientos sexuales con una de las niñas de esa familia. Recuerdo que entre los que miraban y no hacían nada, estaba mi profesor de escuela dominical, quien también decía lo que tenía que hacer o dejarme hacer… con el tiempo supe que él era homosexual y pedófilo. Fue mi hermano quien lo denunció al pastor. Mi hermano tenía como 12 años cuando hablo con el pastor, y el pastor sólo expulsó al profesor… Ahora que pienso ese caso, con la homofobia que existe en la mayoría de iglesias evangélicas, seguramente lo expulsaron por homosexual, más no por pedófilo, o quizá por ambas, por considerarles actitudes de pecado. Hace un poco más de un año aquel profesor de escuela dominical murió sin haber vuelto a alguna iglesia y sin ser cuestionado por lo que hizo…
En el transcurso de los años que permanecí yendo cada domingo a la iglesia, poco a poco tuve responsabilidades. En mi adolescencia, fui parte de la mesa directiva de jóvenes. Fue un tiempo muy duro para mi porque siempre fui una chica diferente que no me apegue a las normas, y los jóvenes hombres de mi edad cuestionaban mi vestimenta, como hablaba, como era. En ese entonces yo asistía a la preparatoria y tuve un novio “mundano”. Él me presionaba para tener sexo, pero yo tenía mucho miedo, sobre todo por las enseñanzas que tuve en la iglesia sobre eso de que nuestro cuerpo es templo de Dios y que debía tener relaciones sexuales con quien me iba a casar. Por los años que permanecí en la iglesia, hablar de lo sexual era un gran tabú, del cual se insinuaban cosas, y se sancionaba el placer sí es que algunos jóvenes se “comían el pastel” antes de tiempo. En mi caso, cedí a la presión de este novio y fui con él un día a un hotel. Yo no sabía que en ese hotel trabajaba uno de los hermanos de la iglesia, quien me vio entrar y salir. Así que al llegar el domingo, ese hermano, se me acercó afuera de la iglesia y me dijo que sabía lo que había hecho el día que fui al hotel, pues él me había visto entrar y salir, y no sólo eso, !sino que fue al cuarto donde estuve a ver cómo había quedado! Me amenazó diciendo que si yo no le decía al pastor lo que había pasado, él lo haría.
Las respuestas
Lo que ese hombre de la iglesia no supo es que al entrar a ese cuarto de hotel, roge no tener sexo, pero a quien decia ser mi novio, no le importó y me violó a la fuerza… Así que entre el miedo a ser expuesta públicamente y el remordimiento moral de haber fallado a mi ministerio, hable llorando con el pastor y su esposa. Mi pastor, un hombre muy amado para mi, me dijo que tenía que dejar el cargo en la mesa directiva de jóvenes y estar en disciplina durante un año, un año que incluía no participar de la santa cena, no dirigir los cultos, prácticamente estar excluida de la vida social y religiosa del espacio que me vio crecer.
Recuerdo que la pastora, su esposa, al saber de mi caso, me habló sobre la posibilidad de llevarme a un ginecólogo porque yo le dije que había quedado con un dolor muy fuerte en mi vagina, que cuando iba al baño me ardía horrible. Esa promesa no llegó y tres días después yo tuve que decirle a mi mamá que me llevara a un doctor porque ya no podía caminar ni levantarme de la cama. Y con la ginecóloga, fue la primera vez que escuche la palabra violación. Ella me explicó que lo que yo había vivido había sido una violación. Ella me pregunto si antes alguien más me había tocado sin consentimiento o me había penetrado, y entonces todas las experiencias volvieron a mi mente con un dolor en el alma. Lloré y lloré no por lo que ella me decía, sino por la vergüenza de verme expuesta ante una mujer que no me era cercana hablando de estas cosas…
Con esa experiencia tan dolorosa, por primera vez a los 18 años hable con mi mamá de mujer a mujer. Ella me escuchó y se dolió de saber sobre las violaciones que viví, pues fui violada desde los cinco años en espacios que ella consideraba seguros para mi como niña, como mujer, como creyente. Varias veces se culpo, pero yo no la culpe. Desde esa plática tuve más claridad de por qué desde pequeña varias veces intenté suicidarme, por qué odiaba mi vida y mi cuerpo, por qué la iglesia durante mi niñez y adolescencia no fueron espacios donde yo me sentía integrada. Por qué sentía una sensación de abandono.
Mi madre me consolaba orando y llorando diciéndome que Dios iba a resolver la situación. Esa fue una forma de intentar sanarme, pero sutilmente es una forma muy empleada dentro de las iglesias y en la cual generaciones han sido educadas: si los familiares saben, deben guardar el secreto, y si en la iglesia lo saben, hay que esperar el perdón público de las autoridades religiosas y aceptar la reintegración activa a la comunidad cuando los ministros, regularmente hombres, digan que Dios ya ha extendido su perdón. Es decir, lo que paso, ya paso. Sigue adelante con tu vida y olvida o deja atrás lo que pasó.
En su momento yo creí eso y no saben cuando me dolió pensar que yo había sido la culpable de todo lo que me paso afuera de la iglesia y dentro de ella. Cuantos años lloré pidiendo a Dios perdón, sintiéndome observada, con remordimientos y pensando que como mujer no valía nada porque no era virgen… Tuve años trabajando el perdón a mi misma y la culpa.
Hoy puedo contar parte de mi historia, animada por el deseo profundo que otras mujeres que han vivido experiencias similares a las mías, dejemos de pensar que las violaciones y los acosos sexuales dentro de las iglesias son pecados y que con una oración y silencio, las cosas se resuelven. Comencemos a cambiar la narrativa. Si alguien mayor pide a un menxr sexo, eso es pedofilia; si alguien te pide tener sexo o tocarte sin consentimiento eso se llama violación; si alguien te esta presionando y diciendo cosas sexuales o sobre sus deseos hacia ti, y te incomodan, eso se llama acoso sexual y si no quieres, no debes ceder. Si alguien que sabe cosas de ti y se cree superior moralmente y te amenaza con exhibirte, eso se llama coerción psicológica y es causante de estrés e incluso puede provocar suicidio por la presión que provoca el sentirse públicamente rechazada. Y quienes infringen eso hacia tu persona o cuerpo, son violadores, perpetradores, y deben ser denunciados aún si fueran obispos, pastores, profetas, maestros, hermanos en la fe, o lo que sea. Y si en búsqueda de ayuda, pastorxs, diaconxs, ministrxs y demás personas que ocupan un lugar dentro de la iglesia, no te creen, ellxs son cómplices de esos crímenes. ! Ya basta de tanta impunidad y silencio!
Todas las mujeres y la niñez dentro de las iglesias merecen vivir libres de violencia sexual y de pactos de silencio.
Todavía tengo mil cosas que escribir sobre los procesos de búsqueda y sanidad que he experimentado al salir del ambiente eclesial. Por el momento, alimento la esperanza que así como el #Metoo anima a mujeres a denunciar a sus perpetradores en el ámbito laboral, aún hayan pasado décadas, creo que en las iglesias evangélicas de México y América Latina también necesitamos nuestro #YoTambién (en Estados Unidos tienen un movimiento #Churchtoo y en el mundo musulmán #Mosquetoo) y que nuestras voces como sobrevivientes de violencia sexual y por vivir dentro de culturas del silencio, puedan ser escuchadas y recibir la justicia que merecemos o hacernos justicia a nosotras mismas. Ojalá que otras mujeres creyentes rompan el silencio y las estructuras de complicidad patriarcal caigan, y entonces sólo entonces, Nuestra tierra será sanada. Podemos hacerlo juntas, si tu quieres. No estás solx.
*La imagen que acompaña este texto es de la pintora italiana Artemisa Gentilechi (1593-1656) haciendo alusión a Susana y la proposición que los jueces de Israel le hacen para aceptar ser violada o la acusarían públicamente de adultera. Artemisa fue violada por uno de los pintores amigos de su papá, y como nadie le creyó, fue a través de su pintura donde ella expreso su experiencia.
**Jael de la Luz. Mexicana, historiadora feminista, editora, activista y educadora popular en Latin American Women’s Aid, LAWA y en The Feminist Library, Londres. Es madre, esposa, amiga de gente luchona y escribe por gusto, curiosidad y desahogo. Ama los libros y no concibe sus días ellos. Recuerda a sus amigos que se están del otro lado del charco con la esperanza de un día volver. Le interesan los temas de espiritualidad, decolonización, feminismo interseccional, gentrificación, América Latina y cultura chicana. Síguela en Twitter: @jaeldelaluz, en Instagram como jaeldelaluz, en Youtube: Jael de la Luz y Facebook: Jael de la Luz.