Algunas veces he contado como el haber crecido dentro de un ambiente religioso protestante me dio una idea de lo que es ser diferente y excluida a la vez. Antes de llegar al feminismo interseccional, no sabía ponerle nombre a esas diferencias/desigualdades que me hicieron odiarme e incluso atentar contra mi vida porque no entendía a qué había venido a este mundo. El odio y la confusión de quién era yo, me vinieron por parte de mi comunidad religiosa. Aprendí que sólo Dios a través de Jesús podía salvarme, cuando a mis 5 años me preguntaba: ¿de qué tiene que perdonarme? ¿De qué soy pecadora? Sólo sabía que había un dios padre que su único consuelo para mí, vendría después de la muerte, porque en vida el sufrimiento para la redención, tendría que ser mi meta a seguir.
Ahora entenderán porque mi consuelo era morir lo más pronto posible. No le encontraba sentido a mi vida llena de violencia sexual, familiar, social y al constante rechazo que viví.
El odio hacia mi aumentó cuando en la escuela compañeros se burlaban de mi por ser una niña llenita, morena y protestante; decían que por no ser católica y guadalupana, no podían juntarse conmigo porque yo era del diablo. Odiarme porque las circunstancias de la pobreza me llevaron a dejar de ser niña a los 10 años y asumir roles de adulta para ayudar a mi madre en las labores domésticas. Desde niña llegando a la adolescencia, mi madre decía que mi cuerpo no tenía cintura y me impuso todos los días usar un cinturón para hacer cintura, generando que mi estómago se dividiera en dos, dos lonjas que con el tiempo crecieron. Desde entonces internalise que mi cuerpo era feo, que nadie quería estar al lado de una mujer con estómago no plano, dientes no alineados y nariz aguileña. Ese lastre de querer tener un cuerpo como la sociedad demanda a todas las mujeres, ser la hija de dios y portadora de una identidad religiosa santa, me aislaron sancionándome a mi misma por existir.
Por 20 años, como muchas chicas cristianas evangélicas, fui educada para complacer a «dios» y cuidando mi salvación con temor y temblor. También era mi tarea cuidar mi virginidad, como un agregado a mi valor «espiritual». Ya que mi cuerpo no alcanzo los ideales de 90-60-90, el consuelo que me quedaba era desarrollar mi ser espiritual. De tal forma que me esmere por aprender lo más que pude sobre la biblia y estudiar teología. Por mucho tiempo cuestione a ese dios por su dureza y por las condiciones de vida en las que estaba envuelta; por ese odio tan profundo a mi persona quería tener una revelación tipo Pablo de Tarso para saber el porqué de mi existencia. Sin embargo, las respuestas no las encontré ahí sino en los silencios que nos permiten observar, en las crisis de identidad que parecen no terminar. Y en esos momentos de búsqueda, deje la iglesia. Los caminos emprendidos me llevaron a conocer a personas que dentro de mi iglesia, hubieran sido sancionados y objeto de evangelización por lo raro, torcidos y pecadores que podrían ser.
Marxistas y anarquistas, activistas sociales, gays, lesbianas, transexuales, teólogos y teólogas de la liberación, ex pastores que salieron para no dejarse corromper ni vender su palabra por sermones dominicales, y feministas, fueron un reflejo de lo que soy yo. Como acto de sobrevivencia y amor propio, al abandonar mi tradición religiosa, entendí que era tiempo de fortalecer mi espiritualidad y encontrar en otros espacios, formas de sanarme como mujer, conectar con mi sexualidad y que mi disidencia religiosa, tan excluida y excluyente a la vez, fuera semilla de un nuevo fruto.
En círculos de nuevas amistades puede hablar de mis sentimientos, de mis exclusiones, de mis dolores y mis rabias. Fui parte de nuevas formas de ser comunidad no alineadas basadas en la palabra de las personas y no en un supuesto ser superior; desperté al deseo sexual lleno de ternura y pasión con personas mayores a mi, que no me preguntaron ni quien había sido yo, ni quien había pasado por mi cuerpo; disfrute la complicidad y supe que la transgresión también tienen limites. Descubrí que mi cuerpo desnudo no provocaba el rechazo ni el desencuentro. Acaricie cuerpos de mujeres, cuerpos de hombres, esencias profanas. Cante y baile con mis amigxs en bares gay, y nos atrevimos a soñarnos orgullosos y dignos de nuestras identidades cuando me descubrí bisexual. Marche y conspiré con mis amigxs anarquistas soñando hacer un mundo nuevo; tome café con mis amigos desencantados de las instituciones religiosas porque nos sabíamos lejos del poder. Y lloré al escuchar a personas con las que crecía, discursos llenos de odio y homofobia transitando por los púlpitos en los que muchas veces participe orando y cantando.
Fue en el feminismo interseccional donde encontré respuestas a las constantes transformaciones identitarias que pase. Entendí el papel que juega el racismo, el sexismo, la exclusión y la identidad religiosa entre mujeres pobres y de color, para que las asimetrías de poder sean mas fuertes y sin aparente «escapatoria». Entendí porque las mujeres pobres, negras, mestizas, indígenas constantemente somos objeto de colonización en nuestros imaginarios sexuales, en nuestros cuerpos, en nuestras sexualidades. Somos sobrevivientes de los traumas históricos que Occidente no pudo eliminar ni en sus guerras de conquista ni en sus proyectos de modernización liberal, democracia y neoliberalismo. Acto revolucionario es que nuestros cuerpos son diversos, resistiendo a un modelo universal de belleza. Acto revolucionario es que reímos y gozamos el sexo más allá de la postura del misionero, y no callamos cuando los orgasmos nos llenan de plenitud. Acto revolucionario y disidente es cuando mujeres con cuerpos abultados, caídos por el peso de los años o los cansancios cotidianos, pueden desnudarse y amarse, juntarse con otros cuerpos masculinos o trasgresores, también excluidos por este sistema, y formar tríos, cuartetos, fiesta de placeres sin culpas. Acto revolucionario es que mujeres con orígenes sociales de pobreza y marcadas por culturas represivas en lo sexual, compartamos nuestros testimonios para que otras rompan el silencio y se acepten como son.
Mi cuerpo se negó a ser 90-60-90. Desde los 10 años me acompaña un estómago con lonjas a las que se sumaron estrías y dos cesáreas que me permiten ser madre. Una varices ha salido en mi bella pierna izquierda, y mis brazos han crecido su grosor. Diario me miro al espejo recorriendo y reconociendo los cambios que la maternidad me produjo, que las depresiones post partos dejaron… Este estomago que también habla del sedentarismo cotidiano y del placer por la comida. Este estomago que desnudo y en la oscuridad es tocado por Alex y su gran corporeidad…
Hace años hice las pases con mi sexualidad, declare a mis amantes más íntimos mi bisexualidad y no me rechazaron. Hace otros tantos hice las paces con mi espiritualidad y aquí sigo decostruyendo a dios y sentirme que soy parte en los mitos del exilio bíblico; sigo luchando para que un mundo mejor sea posible y los sistemas que nos oprimen, puedan caer; he hecho las pases con mi cuerpo, lo disfruto y lo enseño. De este lado del charco, cuando platico con algunxs amigxs sobre este itinerario identitario, suelen decirme que soy queer. Yo no lo sé. Yo no lo sé; sólo sé que como otras miles de hermanxs a lo largo del mundo, queremos que este sistema binario cultural, sexual, económico y total, cambie. Queremos que nuestras diferencias no nos excluyan, sino que sean los puentes para encontrarnos entre si y mirar juntos nuestras opresiones para encontrar caminos de liberación y hacer renacer la vida. Queremos que los estigmas y las exclusiones sean motores de fuerza y empoderamiento para personas como yo, como tú a las que nadie le apostaba y que a fuerza de resistir, sobrevivimos para decir como Maya Angelou:
¿Me quieres ver destrozada?
cabeza agachada y ojos bajos,
hombros caídos como lágrimas,
debilitados por mi llanto desconsolado.
¿Mi arrogancia te ofende?
No lo tomes tan a pecho,
Porque yo río como si tuviera minas de oro
excavándose en el mismo patio de mi casa.
Puedes dispararme con tus palabras,
puedes herirme con tus ojos,
puedes matarme con tu odio,
y aún así, como el aire, me levanto.
¿Mi sensualidad te molesta?
¿Surge como una sorpresa
que yo baile como si tuviera diamantes
ahí, donde se encuentran mis muslos?
De las barracas de vergüenza de la historia
yo me levanto
desde el pasado enraizado en dolor
yo me levanto.
*La imagen que acompaña esta imagen es del Circuito por la disidencia sexual (http://www.reinamontes.com/Circuito-por-la-Disidencia-Sexual)
**He escrito este texto pensado en mis amigxs bisexuales, gays y lesbianas que aún están dentro de las iglesias y guardan silencio por temor a la exclusión y el exilio. Desde antes, ya estábamos en esta condición; ya no hay nada que perder. He escrito este texto pensando en Miguel y Manuel que a base del ejemplo, me hicieron levantar los ojos en alto por ser quien soy; son el mejor ejemplo de amor y complicidad. He escrito también pensado en mis amigos Genaro, Ariel, César y mi amor Alex, quienes reconociéndose heterosexuales y no feministas, me cobijan con su amor y complicidad. Gracias a Marilu, Gaby, Nicolás Panotto y José con quienes comencé el diálogo entre la espiritualidad y la disidencia sexual. !A mis compañerxs de LAWA, feminopraxis y London Latinxs por coincidir en las batallas!