Por La Fata Morgana*
Hoy es Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia y vale la pena hablar un poco de dos mujeres pioneras en la lucha por la educación de las mujeres en México: Matilde Montoya Lafragua y Columba Rivera.
A finales del siglo XIX en México, las mujeres habían alcanzado ciertos derechos como el de la educación y el ejercicio de su profesión (Lau Jaiven & Ramos, 1993). A pesar de eso, el hecho de poder realizar legalmente ambas actividades no era un derecho reconocido por parte de la cultura machista; por el contrario, las mujeres únicamente eran bien vistas si sus estudios se encaminaban a ser educadoras o a la cultura, pero sólo si a pesar de estos estudios, sus deberes domésticos eran cubiertos de manera adecuada. Esto en defensa, claro, de la idea machista de que la mujer debía estar en el hogar porque su naturaleza la situaba ahí (Lau Jaiven & Ramos, 1993).
Las mujeres eran pensadas por los hombres como seres inferiores en capacidades mentales y físicas, esto hacía que sólo el hogar y las materias no científicas –mucho menos políticas- fueran aceptables y ad hoc para ellas. Estas condiciones impuestas por los hombres obligaron a muchas mujeres a mantenerse alejadas de las carreras de medicina y otras ciencias, la política, etcétera, ya que introducirse en el campo de los estudios considerados en esa época naturalmente para hombres, era calificado como una tendencia por parte de las mujeres a masculinizarse o como un peligro para la mujer (y su supuesta fragilidad) porque en caso de fracasar dentro de este ámbito académico, esto podría llevar a una fuerte decepción a la mujer (Lau Jaiven & Ramos, 1993). En otra cita, un tal Lic. Andrés Ortega hace una declaración sobre las mujeres y su educación que remarca el pensamiento sexista de este tiempo (Lau Jaiven & Ramos, 1993, pág. 18):
Afortunadamente para la mujer mexicana, ni la enseñanza oficial ni la privada la educan para hombre. No se la impide, sin embargo, que siga carreras profesionales[…]
Así, las mujeres de finales del siglo XIX y comienzos del XX, estuvieron predestinadas por la sociedad a pertenecer, por el simple hecho de ser mujeres, al hogar, desempeñando funciones que en realidad únicamente complacían a los hombres; porque ninguna mujer, ni ahora ni hace un siglo podría disfrutar de la opresión intelectual.
Mientras las mujeres buscaban el desarrollo de su intelecto por medio del ámbito académico, personas como Félix F. Palavicini (citado en Lau Jaiven & Ramos, 1993, pág. 19) decía sobre los problemas de educación:
Somos partidarios de la instrucción de las mujeres, pero no quisieramos la multiplicación de las cerebrales.
Ciertamente, el arma más poderosa contra cualquier grupo social es la ignorancia. Al respecto, Cristina Cruz Carvajal, publica en su tesis de licenciatura Atisbos de Modernidad: Participación Pública de las Mujeres en el Movimiento Maderista:
La educación, como siempre, ha sido necesaria para liberar a la mujer, así como para alejarla de la prostitución; para educar mejor a sus hijos y para el progreso de la nación. Pero había temor por parte de los hombres con respecto a la educación de la mujer, ya que competirían con ellos por fuentes de trabajo.
En su estudio, la autora destaca que estas actitudes tomadas por los hombres en contra de la educación de la mujer se basaban en el miedo. Miedo a ser despojados del poder económico y político que entre ellos gobernaba; a aceptar que tanto ellos como las mujeres podrían hacerse cargo del desarrollo de la nación. Y sobre todo, miedo a ser aventajados por ellas (Cruz Carvajal, 2004). Por lo tanto, en esta época se establecieron modelos inquebrantables de la mujer ideal, de lo que debía ser considerado femenino, es decir una dicotomía, dueña-objeto del hogar. Así lo muestra una fotografía del “Alfabeto Femenino” que, en resumen, destaca las siguientes características básicas de la mujer femenina:
Yo seré:
Amable siempre
Erudita en lo necesario […]
Hacendosa en mi hogar […]
Luz de mi casa
Madre, no madrastra […]
Optimista aunque llueva fuego […]
Valiente para defender mi casa
Yerbabuena de mi jardín
Zalamera de mi dueño

Sin embargo, hubo mujeres que destacaron por su valor frente a estos impuestos sociales, que sin importar los prejuicios que serían lanzados sobre ellas, lucharon por alcanzar el lugar por ellas deseado dentro de las instituciones académicas y de trabajo del país. Instituciones que, sobra mencionar, eran prácticamente reinadas por hombres y que rechazaban moralmente la inserción de mujer alguna.
Una de estas mujeres destacadas fue Matilde Petra Montoya Lafragua. Esta mujer, nacida en la Ciudad de México en 1857, demostró con mucho esfuerzo y coraje que los estereotipos de aquella sociedad mexicana podían romperse, y que sin importar lo que la sociedad marcara, el deseo por superarse como mujer no era imposible de lograr.

Matilde Montoya fue la primera mujer mexicana en graduarse, en 1887, como Médica Cirujana por la Escuela Nacional de Medicina, actualmente Facultad de Medicina de la UNAM (Taboada, 2003). Para llegar a esto, Matilde tuvo que enfrentar tres rechazos de inscripción y recibir comentarios de desaprobación y desprecio en los encabezados de prensa de los periódicos de su época (Taboada, 2003):
Debe de ser perversa e impúdica la mujer que quiere estudiar medicina; no confiar en ella porque puede ser “masona” o “protestante”.
Aun así, esta joven mujer decidió seguir con sus estudios y se graduó de Partera y Obstetra, mientras terminaba sus estudios de bachiller en escuelas privadas. Intentó estudiar antes de poder ingresar como alumna al Antiguo Palacio de Medicina, en la escuela de Medicina de Puebla, sin embargo, fue tal el rechazo del que fue víctima que dejó en el olvido esa idea (Taboada, 2003). Pero tampoco después de esto fue sencillo. Cuando entró al Colegio de San Ildefonso en la Ciudad de México, fue rechazada tanto por compañeros como por maestros, ya que en esta escuela las mujeres eran totalmente rechazadas (Taboada, 2003):
Ya inscrita, ante la hostilidad de compañeros y docentes y basándose en que tenía materias no válidas por haber sido cursadas en escuelas privadas y no en San Ildefonso, es dada de baja antes de los primeros exámenes finales del primer año. San Ildefonso no recibía mujeres.
Matilde ofrece por escrito cursar por la tarde las cuatro materias que no le validan: Solicitud rechazada.
Estas actitudes tan evidentemente sexistas del Colegio de San Ildefonso no serán la única vez que intenten frenar la carrera de Matilde. Después de enviar una carta al entonces Presidente Porfirio Díaz, San Ildefonso debe reintegrar a su antigua alumna en las aulas de la institución. Sin embargo, cuando Matilde entrega su solicitud de examen profesional, la escuela una vez más la rechaza ya que al parecer “el reglamento habla de alumnos, con la traducción de hombres.” (Taboada, 2003). Una vez más, Matilde Montoya envía al presidente una carta solicitando el apoyo de éste. Cuando al fin puedo realizar sus exámenes correspondientes y graduarse, el decreto enviado a la prensa anunciaba “Matilde Montoya se recibió por decreto presidencial” (Taboada, 2003). Obviamente, para esta institución era impensable aceptar que una mujer hubiera podido alcanzar dicho título.
Así, tras varios años de lucha y estudio, Matilde Petra Montoya Lafragua, recibió el título de Profesora en Cirugía y Obstetricia con altas notas y reconocimiento del mismo presidente Porfirio Díaz (Taboada, 2003). Demostrando que, dentro de una sociedad fuertemente machista, una mujer podría salir adelante.
Una persona que tuvo gran influencia en el coraje y valor de esta joven mexicana fue su madre, Soledad Lafragua de Montoya; quien al parecer deseaba más que nadie que su hijo fuera médico, pero que al negarse éste, no escatimó la idea de impulsar a su hija dentro de los estudios científicos (Lau Jaiven & Ramos, 1993). La autora Laureana Wright escribió al respecto: “¡Cuánto luchó esta buena madre entre el ardiente deseo de que su hija siguiera esa carrera y el temor de exponerla a los peligros que quizá la convirtiera en una infeliz vencida!” (citado en Lau Jaiven & Ramos, 1993, pág. 20).

Estudiar alguna carrera “liberal”, fue un desafío que no sólo Matilde Montoya logro vencer; así como ella, existieron otras mujeres que también lograron terminar sus estudios. Ellas fueron Columba Rivera, Guadalupe Sánchez, Soledad Régules, Ma. Asunción Sandoval de Zarco y Dolores Rubio Ávil (Alvarado & Becerril Guzmán.).
Hablemos sobre Columba Rivera, quien nació en Mineral del Chico, Hidalgo en 1870. A los 17 años, se graduó de maestra, dando clases en el Instituto Hidalgo de Pachuca. Fue directora de algunas escuelas primarias del estado y jefa de la sección femenina del Departamento de Enseñanza Técnica, también trabajó como Directora de la Escuela Normal para Maestras (Hernández C.: 2009). Después de ser considerada una excelente maestra, Columba decide ingresar al Instituto Científico y Literario de Hidalgo, donde secundando a Matilde Montoya, decide estudiar medicina. Aunque también tuvo que enfrentarse a la discriminación en las aulas, tampoco se detuvo en alcanzar su sueño. Obtuvo una beca mensual de quince pesos por parte del estado que utilizó para sus estudios. Después de obtener otra beca para viajar al extranjero y hacer una especialidad, regresó a México y promovió la apertura de la Inspección Médica en la Escuela Nacional de Maestros y en todos los planteles oficiales (Hernández C.: 2009).
Pero no fue sólo en el ámbito de la medicina y la educación donde Columba Rivera encontró un lugar para desarrollarse como persona. También realizó algunas obras teatrales como “Cerebro y Corazón y Sombra y Luz”, participó en el periódico “El Mundo ilustrado” y además tuvo un papel importante en la revista feminista “La Mujer Mexicana” (Hernández C.: 2009).

Esta revista fue la primera en su género dirigida especialmente a la mujer, y aunque no han sido muchos los trabajos de investigación sobre esta, debido a su corto periodo de publicación (1904-1907) (Martín Orozco: 2005) se puede decir que fue “un medio en el que las mujeres expresan sus puntos de vista y por abordar cuestiones históricas, literarias, científicas, morales y sociales […]” (Martín Orozco: 2005: 3) Fue una revista hecha por y para las mujeres de todo el país, e incluso contó con la participación de autoras extranjeras quienes evidenciaron la diferencia entre las mujeres en diversas partes del mundo (Martín Orozco, 2005). Así, después de una larga y fructífera carrera, Columba Rivera muere en 1943, dejando tras ella un ejemplo de superación y participación para las mujeres de todas las épocas.
Ya hemos hablado de las percepciones masculinas que se tenían sobre las capacidades de la mujer y sobre su lugar en la sociedad, específicamente dentro de la educación profesional, empero, me parece importante destacar un comentario que se hace sobre la opinión de José Díaz Covarrubias, quien estuviera a cargo del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública (Alvarado & Becerril Guzmán):
[…] Desde su punto de vista, la educación femenina no debía orientarse hacia las carreras profesionales, pues consideraba que aún no existían las condiciones necesarias para compartir con ese sexo «la alta dirección de la inteligencia y de la actividad». Prueba de ello, decía, era la naturalidad con que ellas mismas asumían dicha situación, al abstenerse de tomar parte en «las funciones sociales de los hombres, no obstante que con excepción de las costumbres, nada les prohibiría hacerlo en muchas de las esferas de la actividad varonil». Por tanto, concluía el político y escritor de manera por demás simplista, dos eran las razones del retraimiento profesional del «bello sexo»: su «organización fisiológica» y su tradicional «lugar en sociedad», juicio muy a tono con su tiempo y con el que se justificaba la continuidad del statu quo.
Sin duda, fue dura la lucha de estas pioneras en contra del sexismo, fue dura su revelación en contra de la exclusión de las aulas por parte de una sociedad que las quería sumisas e ignorantes, sin embargo; ellas no descansaron y afortunadamente, hoy seguimos su ejemplo de lucha para que cada día más mujeres y niñas puedan acceder a la educación y ser parte de cualquier área de conocimiento que deseen.
¿Quiénes son sus referentes feministas en la lucha por la educación este día de las mujeres en la ciencia ?
La Fata Morgana —Feminista, socióloga y poetisa mexicana. Amante del café y los animales. Publica el blog de poesía y otros insomnios Lunas Letras y Café. Le apuesta al veganismo como estilo de vida ético, justo y libre de crueldad para todxs. Su alter ego: Pamela Erin Mason R.
Twitter/Instagram: @lafatamorgana_
Referencias:
Alvarado, M. M., & Becerril Guzmán., E. (s.f.). UNAM. Recuperado el 4 de septiembre de 2010, de http://biblioweb.dgsca.unam.mx/diccionario/htm/articulos/sec_10.htm
Cruz Carvajal, C. (04 de mayo de 2004). WordPress: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Facultad de Filosofía y Letras, Colegio de Historia. Recuperado el 2 de septiembre de 2010, de http://enlacecursoshistoria.files.wordpress.com/2009/10/47_cristina_26may04.pdf
Hernández C., E. (06 de agosto de 2009). El Independiente de Hidalgo, Periódico electrónico. Recuperado el 3 de septiembre de 2010, de http://www.elindependientedehidalgo.com.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=3996:20090806-p6-n3&catid=37:editorial&Itemid=100
Hernández Reyes, L. (2007). UAEM. Recuperado el 30 de agosto de 2010, de ww.uaem.mx: http://www.uaemex.mx/faapauaem/docs/edesp/caminos%20hacia%20la%20equidad%202007/revolucion.html
Herzog Silva, J. (1973). Breve Historia de la Revolución Mexicana. México DF: Fondo de la Cultura Económica.
Lau Jaiven, A., & Ramos, C. (1993). Mujeres y Revolución 1900-1917. México, DF: Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana.
Martín Orozco, M. C. (mayo-diciembre de 2005). CIMAC. Recuperado el 4 de septiembre de 2010, de Ethos Educativo: http://www.cimac.org.mx/cedoc/indesol/mujeres_periodistas_y_periodismo_genero/2_publicaciones_y_tesis_mexicanas/2_5_la_mujer_mexicana_una_revista_de_epoca_1904_1906.pdf
Taboada, M. (01 de 12 de 2003). La Jornada. Recuperado el 3 de septiembre de 2010, de http://www.jornada.unam.mx/2003/12/01/articulos/64_matilde.htm