Por: Lorena Gallego*
Decir palabras como FEMINISMO, MACHISMO, PATRIARCADO Y VIOLENCIA DE GÉNERO en conversaciones con personas ajenas al movimiento feminista, generalmente produce miedo existencial y rechazo. Las personas se incomodan, en ocasiones se molestan y guardan silencio, y en otras, opinan sobre todo lo que está mal con el feminismo. A las feministas nos han dicho que somos exageradas y agresivas cada que hablamos de los innombrables temas. Es un ejercicio emocional agotador aclarar que NO odiamos a los hombres.
Libros como Las mujeres que luchan se encuentran – Manual de feminismo pop latinoamericano son una dicha de leer; motivan a seguir teniendo esas conversaciones en torno al feminismo, tomando acción, y no morir en el intento (en sentido figurado y en sentido literal).
La autora, Catalina Ruiz Navarro, colombiana, es filósofa, artista plástica, especialista en Periodismo con Enfoque de Género, y de derechos humanos y periodismo cultural. Ha hecho parte de iniciativas feministas como la revista Volcánica, Vice, Estereotipas y Las Viejas Verdes. Esa experiencia profesional y una personalidad poderosa se evidencian en la manera como expresa sus firmes posturas en este libro. Clarísima y muy aterrizada, jovial y valiente, una irreverente sensata, que te hace sentir como cuando estás conversando entre amigxs y para amigxs, en una charla de esas profundas, en confianza, e inolvidables, que te cambian perspectivas y te conectan más con ellas.
Catalina se describe como una “mujer blanco-mestiza, urbana, heterosexual y PRIVILEGIADA”, y en su ejercicio literario se refleja que se esfuerza por utilizar su plataforma para romper su burbuja de privilegio y la de todxs lxs que como ella, vivimos en privilegio de clase, orientación sexual, raza, etc. Se evidencia un trabajo constante por cuestionar y cuestionarse desde las posturas que propone, las preguntas que hace para incomodar, y las mujeres, las causas y las luchas que visibiliza en sus capítulos. Reconozco en ella un nivel de autoconciencia y autocrítica necesario y libre de culpas (¡como debe ser!) que atraviesa toda su narrativa. Desde esa misma conciencia, Catalina muestra respeto y reconocimiento por la otra y sus vivencias, y con el ánimo de no apropiarse de ningún discurso, da voz a otras mujeres haciéndoles entrevistas que ocupan numerosas páginas, para que narren sus sentires y saberes. Lo hace con mujeres trans, afro e indígenas, y gracias a ese ejercicio recibís información de experiencias directas, comprendés contextos y te conectás de manera real.
Agradezco esa intención y ese sacudón de privilegio, sin embargo, me siguen surgiendo preguntas sobre nosotras, las mujeres blanco-mestizas privilegiadas, y sobre nuestros espacios de incidencia: ¿es suficiente dar voz a otras mujeres en libros, conversatorios, foros, etc. para retar el status quo y debilitar al sistema opresor patriarcal?, ó ¿se están quedando estas voces y estos conocimientos en el mismo círculo de élites, mientras desarrollamos nuevas formas de liberar culpas, pero lejos de generar cambios estructurales? Vale la pena que nos hagamos esa pregunta y sobretodo se la hagamos a esas otras mujeres que viven realidades diferentes a las nuestras.
Haciendo honor a “las mujeres que luchan” mencionadas en el título de este libro, al inicio de cada capítulo te encontrás con el perfil de mujeres de Abya Yala que han luchado por la vida y los derechos de las mujeres y de las diversidades sexuales. En total son 11, entre ellas Diana Sacayán, Berta Cáceres, Gloría Anzaldúa y María Cano, hermosamente ilustradas en un paleta violeta por Luisa Eloisa. La presencia de estas heroínas latinoamericanas es uno de los regalos más lindos del libro, porque plasma con arte, activistas feministas que han contribuido a un mundo un poquito menos desigual.
En las primeras páginas la autora hace la necesaria pregunta “Y, si el feminismo nos ha dado tanto ¿por qué nos produce tanta resistencia?”. Nos invita a responder con un ejercicio simple: ¿Qué es lo primero que se te viene a la mente cuando ves la palabra “HUMANO”? La mayoría se imaginan siluetas masculinas, lo que evidencia la naturalización del androcentrismo y en consecuencia, la naturalización de la desigualdad. Que buena reflexión la que plantea Catalina como abrebocas para empezar a recorrer el universo de temas incómodos en este manual.
El libro está dividido en seis capítulos que abordan asuntos cruciales para el movimiento feminista porque nos atraviesan en la vida real y son temas en los que todas las mujeres, sin importar nuestra historia y experiencia, nos podemos encontrar: CUERPO, PODER, VIOLENCIA DE GÉNERO, SEXO, AMOR Y ACTIVISMO.
Catalina hace un cuestionamiento desde el género al esencialismo biológico, y afirma que en el mundo humano, las cosas, más que naturales son naturalizadas. Siendo leal a su ejercicio interseccional, entrevista a dos feministas activistas y académicas trans quienes definen los transfeminismos, la feminidad y sus identidades. Leer a estas mujeres reivindicando su identidad me reafirmó que como feministas debemos enunciarnos primero desde la EMPATÍA en lugar de partir de un discurso semántico. Como lo dice Siobhan Guerrero Mc Manus, una de las entrevistadas: “No vamos a coincidir en todo, pero vamos a acordar por qué nos necesitamos”. Cuán necesario es tener este concepto sororo presente, que haría más fácil el encuentro y la lucha en la actual ola feminista.
El análisis de las discriminaciones que generan la intersección entre raza, clase y género; la necesidad de descolonizar la mente y los feminismos, y de desligarnos del sistema binario blanco-mestizo, es una constante en todo el libro, especialmente en el capítulo sobre el PODER. Se cuestiona el modelo europeo/occidental interiorizado como sistema de poder, que oprime a las mujeres porque nos condiciona a ser bellas dentro de un estereotipo blanco derivado de la “fantasía europea de la colonización” como le llama Catalina, y que nos ha llevado a utilizar palabras como “india” (o guisa o loba) de manera despectiva.
Los feminismos indígenas son representados por Rosa Marina Flores Cruz y Miledis Polanco Gomez de Colombia, dos activistas indígenas de México y Colombia, respectivamente, entrevistadas por la periodista. Son vitales en el cuestionamiento del PODER que intenta el manual, porque como ya lo ha dicho Ochy Curiel, los puntos de vista del feminismo indígena descentralizan y cuestionan el sesgo racista y etnocentrista del mismo. Sus testimonios, nos llevan a encontrarnos con ellas, y avanzar en el propósito común de los feminismos; el bienestar colectivo.
El afrofeminismo también se expone en las voces de Andrea Saduño Taborda y Sher Herrera, activistas Colombianas, quienes también contestando preguntas claves ponen de manifiesto que no es posible hablar de género sin raza, ni de raza sin género y de la necesidad de retar la discriminación estructural y sistemática a la que las mujeres negras se ven expuestas, de nuevo gracias al “clasi-racismo” que nos dejaron los colonizadores.
Los privilegios como fuentes de opresión invisible son un tema ampliamente abordado. Catalina plantea una reflexión sobre éstos a través de checklists prácticos e ilustrativos de los distintos privilegios (blanco y de clase, masculino, heterosexual, cisgénero y capacitista). Como test de revista, marcás si te aplican o no y en el conteo de cuántos SÍ y cuántos NO, hacés un ejercicio de autocrítica sobre tu posición privilegiada, no para culpabilizarte por ella, sino para hacerte responsable y consciente llevándote como lectora a la reflexión interseccional.
Los “manes” como les dice Catalina a los hombres, también tienen un test en este libro al que ella le llamó “Manual de autodiagnóstico para el violador de hoy”. Test que si fallás, te evalúa como un “cretino” o “un violador en potencia”, con preguntas como “¿sabes cuales son los tragos que aflojan más rápido?” y, “¿has mentido sobre ponerte el condón?”. Le puse a hacer el test a un par de amigos y ¡oh sorpresa!, se rajaron. Si se rajan, Catalina también les tiene una propuesta para su deconstrucción: un listado de “Consejos prácticos para ser un hombre aliado del feminismo” entre los que están: dejar de decir “no todos los hombres” y ser buenos amantes, o “buenos polvos”, en palabras de la autora. Buenos consejos para compartir con nuestros “aliados” o aliados en potencia, ¿no?
Otros temas candentes muy de la cultura popular que te encontrás en este manual feminista son: el amor romántico, la heteronormatividad, el sexo feminista, el placer, la misoginia, el trabajo doméstico, el porno, la prostitución, el aborto y el PERREO.
En éste último tema, bastante pop-feminista, la autora utiliza la frase “SIN PERREO NO HAY REVOLUCIÓN”. Agradecí que se abriera el debate sobre un tema tan de moda, pero confieso que tuve sentimientos encontrados con las posturas planteadas. Catalina argumenta, entre otras cosas, que el reggaeton es un reflejo, un síntoma de la cultura machista y misógina, y no una causa, y que ni el el reggaeton, ni las artes, ni el entretenimiento están para educar, por lo tanto, no pueden reemplazar la educación de los padres y de la escuela. Me surgieron muchas preguntas: ¿acaso no es un proceso cíclico?, ¿acaso no son la música y las expresiones artísticas fuente de cultura y a la vez reflejo de la misma?, ¿no tienen responsabilidad social quienes producen contenido de entretenimiento y quienes lo consumimos?. Le agradezco a Catalina que me puso a pensar en el alcance de la música y el arte como ejes transformadores de sociedad, y el rol del feminismo.
Recordé a Virginie Despentes, quien asume el punk-rock en su vida como un “ejercicio a través del cual se dinamitan los códigos establecidos, especialmente los de género”. Virginie dice: “Ser punkarra implica forzosamente reinventar la feminidad”. Y si el punk-rock puede producir esas reacciones, ¿cuales está produciendo el reggaeton? Me pregunto que pensará Virginie, otra mujer sabiamente irreverente sobre el tema. La música entonces sí puede generar cultura de género, cambiar percepciones, definir acciones y posturas de vida, permear nuestra existencia y nuestra intimidad, influir en lo personal; y como feministas, sabemos que lo personal es político.
Concuerdo con Catalina en que la crítica al reggaeton es selectiva porque casi todos los géneros musicales están cargados de sexismo y machismo y de eso poco se habla. Incluso, en la generación anterior nadie dijo nada cuando una famosa salsa invitaba a que nos mataran, y lo que es más irónico, la cantabamos y bailabamos a grito alegre: “mátala mátala mátala, no tiene corazón mala mujer”. Pero ésta generación, que ahora tiene más espacios para alzar la voz, que tiene a su alcance las redes sociales, que se puede autodenominar feminista sin perder su trabajo o su familia, y que se ha ido apropiando de los espacios musicales con ritmos y letras feministas como las de Rebeca Lane, La Otra, Ana Tijoux; tiene con mayor razón, la habilidad y la responsabilidad de hacer la crítica al mismo tiempo que perrea.
También es cierto que no podemos dejar de vivir y gozar por andar pendientes de la coherencia, pues ser incoherentes es parte de nuestro constante e interminable proceso de deconstrucción, pero perrear y defender el perreo también es un privilegio y por eso, debe ser un ejercicio de las feministas que lo portamos exigir el cambio de retórica y exigirle a lxs artistas que contribuyan al cambio con contenido transformador.
Me quedé con ganas de seguir conectando con Catalina y de seguir aprendiendo de su conciencia individual y colectiva. Quedé con la duda sobre qué piensa y como se enuncia en temas como el lenguaje inclusivo y el uso de la “e” o la “x” , pues seguramente generaría gran impacto sobre el imaginario colectivo que la sigue. ¿Qué más tendrá para decir sobre la responsabilidad afectiva y todas las formas no monógamas de relacionarse y amar?; ¿sobre la transfobia y las que se enuncian feministas desde ésta práctica?, ¿la teoría queer, la moda, y la política colombiana?
¡Que se venga un segundo manual para con Catalina y otras mujeres, seguir encontrándonos en la lucha!
*Lorena Gallego Rosero. Feminista y Activista. Abogada y Máster en Derechos Humanos. Consultora de la organización Contigo Mujer Internacional e integrante de La Manada Colectiva Feminista de Derechos Humanos, en Cali, Colombia. Amiga, hermana y compañera de vida. Le encanta la cerveza, sobretodo acompañada de amigas y de una buena Salsa para bailar. El feminismo le cambió la vida y le enseñó el valor de construir puentes entre mujeres.
La encuentran en Facebook como: Lorena Gallego
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