Jael de la Luz
Betty fue una mujer muy risueña, alegre y llena de sabiduría. La conocí en una asamblea cuando trabajamos en el Centro de Estudios Ecuménicos A.C. (CEE) en el 2007. Ella estaba localizada en Oaxaca y yo en la Ciudad de México. En ese entonces parte del trabajo que estabamos haciendo era vincular los procesos de fe popular y resistencia territorial en Oaxaca, Puebla, Estado de México y Chiapas, lugares donde históricamente hay comunidades que resistieron y resisten la colonización. Betty siempre se presentaba como oaxaqueña, mixteca, campesina y con mucha desconfianza se asumía «indigena» (lo pongo entre comillas porque en espacios públicos siempre ponía entre comillas la categoria indígena). Recuerdo la primera vez que la oí hablar. Sus participaciones fueron llenas de anecdotas personales, de sus experiencias trabajando la tierra desde pequeña, de los cambios que estaba logrando en ser una líder local, de sus reflexiones sobre qué es ser campesine sin tierras y la explotación que su familia y antepasados han vivido a manos de quienes son dueños de los terrenos.
Algo en su historia personal hizo eco en mi biografía familiar. Identificaba algunos dolores que mi madre me había transmitido desde pequeña de lo que es ser campesina y el destino de ella y sus hermanas: aunque trabajaron las tierras de mi abuelo en Veracruz, jamás serían dueñas de una parcela, porque mi abuelo creía que las mujeres no eran buenas para administrar tierras. También pude identificar en palabras de Betty algunas experiencias en común conmigo: de como tener acceso directo a la lectura biblica y darle su propia interpretación podría ser muy liberador. Si, porque Betty también era parte de una Comunidad Eclesial de Base (CEB´s), mientras yo estaba medio exiliada de mi comunidad pentecostal.
El deseo de Betty de cambiar la realidad de mujeres campesinas y sus familias, le llevó a asumir los valores zapatistas. Tanto ella como yo y gran parte de los activistas base y de fe que estabamos involucrados en alguna organización o solidaridad entre territorios, habíamos sido impactados por el Movimiento Zapatista de Liberación Nacional (EZNL) en 1994. Quiénes más se politizaron fueron compañeros que vivían en territorios de mayoría indigena; que subvertían la aparente democracia que vivíamos hablando su lengua ancestral y renunciando a ser asimilados por el nacionalismo de Estado. El zapatismo como expresión de los pueblos del sur chiapaneco de México y su lucha por la tierra y la autonomía territorial, le dio a Betty un marco de referencia para enfocar su lucha como mujer, como mixteca, como campesina, como madre de dos pequeños varones y como persona de fe. Desde antes de llegar al zapatismo, Betty era parte de un espacio de reflexión de fe popular vinculado a la Teología de la Liberación y a las metodologías populares. En comunidades dentro de Oaxaca, colaboraba desarrollando talleres de análisis de la realidad y usando siempre la milpa y la siembra como metáforas para involucrar a las personas que le escuchaban a cambiar su realidad por un «mundo donde quepan muchos mundos.»
Coincidimos en algunas de las visitas que ella hacía al CEE, y me invitaba a ir a Oaxaca a Pinoteca Nacional, por ejemplo. «Sería lindo que fueras allá, Jael. Como pentecostal podrías aportar mucho porque estamos trabajando en diálogos y esfuerzos interreligiosos para que sean una realidad. Tu sabes, los conflictos entre religiosos son muy constantes, pero si nos unimos por un bien común, todos nos podemos beneficiar. ¿No lo crees?» Entonces sólo me quedaba esperar que se diera la oportunidad.
En ese entonces mi trabajo era facilitar desde la teología de la liberación algunos talleres con mujeres y en parroquias donde había comunidades eclesiales de base (CEB´s). Y aunque Betty y yo no tuvimos la oportunidad de coincidir juntas en talleres territoriales o co-facilitar juntas alguna actividad, siempre me mantenía al tanto de las cosas que pasaban articulando su trabajo comunitario dentro de su organización, CACTUS, y el CEE. La última vez que la ví fue en la oficina donde hablamos del huitlacoche, ese rico hongo que le crece a los maizes como plaga, y que en México comemos en quesadillas.
En el 2006, el centro de Oaxaca fue protágonico del estallido de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) en repudio a las políticas del gobernador Ulises Ruiz. Los maestros se organizaron contra las pésimas condiciones laborales en el estado, sobre todo en zonas rurales. Diversos territorios que sintieron la represión del gobierno federal y del ejército, intentaron resistir. Asuncion Nochixtlan, San Pablo Huitzo, San Francisco Telixtlahuaca, Hacienda Blanca and Viguera, territorios triquis que históricamente fueron independientes y que con el surgimiento del zapatismo, reivindicaron su autonomía territorial desde tiempos ancestrales. A este movimiento regional de autonomía, Betty era muy allegada porque en las veces que intercambiamos experiencias me dijo que los procesos de autonomía territorial no eran nada nuevo como la prensa nacional quería hacer ver e instrumentalizar el zapatismo como sí antes los pueblos originarios no vivieron y lucharon por sus soberanías tanto a nivel nacional como estatal/federal.
El 27 de abril de 2010, Bety Cariño y el activista finlandés Jyry Antero Jaakahola fueron asesinados en un ataque paramilitar contra una caravana pacífica de solidaridad rumbo a Copala, Oaxaca, territorio autónomo triqui que vivía al asedio del ejército y paramilitares. La comunidad había estado sitiada por grupos armados y Bety Cariño, junto con otros defensores de derechos humanos mexicanos e internacionales, estaban tratando de romper el asedio y brindar apoyo. Lamentablemente las balas le alcanzaron y murió en ese acto.
Cuando supe de la muerte imprevista de Betty Cariño, pensé como muchos otros compañeros que estabamos haciendo trabajo de vinculación y defensa del territorio: México ya es un lugar peligroso para defender la Vida. Pero lo más triste, peligroso e indignante es que nunca se hizo justicia a su caso. Este 27 de abril se cumplieron 14 años del asesinato de Betty y Jyry, sin conocer algun culpable de su muerte.
Aún así, muchos de nosotres no dejamos de seguir acompañando los procesos territoriales y otros movimientos sociales que estaban surgiendo en México. El narcotráfico, la constante migración de Centroamerica a los Estados Unidos, el tráfico de armas, los feminicidios, los miles de desaparecidos, y las luchas contra los megaproyectos y minería a cielo abierto, eran causas que nos llevaban a seguir rompiendo las fronteras entre los problemas de la «ciudad» y de los «territorios» para evidenciar que la profunda violencia hacía quienes defienden la Vida y las automonías con sus propios cuerpos, eran una urgencia. El caso de Betty Cariño es un ejemplo de cómo en México hay un desprecio hacia quienes buscan otros mundos posibles y trabajan por ellos, pasando de las utopías a la experiencias donde lo colectivo no se concibe sin habitar la Tierra dignamente.
Este abril Betty estaría cumpliendo 50 años. A veces me la imagino viendo el fruto de su trabajo como defensora territorial viviendo en comunidades autónomas, participando en sus asambleas, viendo a sus hijos crecer, enseñando cómo se limpia una milpa y cómo reconocer cuando un maíz está listo para hacer tamal y otro está listo para que el huitlacoche se hinche en la mazorca. Me imagino con ella y otras compañeras en esos esfuerzos ecuménicos e interreligiosos hablando de cómo nosotras somos nuestras salvadoras y que la opción por los pobres tiene rostro de mujer y habla multiples lenguas que el castellano no alcanza a desifrar. Si, un mundo donde las mujeres campesinas, indígenas, migrantes y desposeídas de títulos de tierras y bienes no solo nos consolemos, sino que resistamos reinividicando que lo trabajado con nuestras manos, nuestros cuerpos, nuestros intelectos, nuestras emociones y nuestros espiritus no le pertenecen ni al capital colonial ni al patriarcado moderno liberal.
El collage que acompaña este texto es creación de Jael de la Luz. Descripción del collage: El fondo son mazorcas de todos los colores que se dan en las milpas mexicanas. En el centro una de las fotos de Betty donde viste un huipil regional y joyería de semillas. En su pecho crecen montañas como, y en el centro tiene un girasol como simbolo de vuelta al sol. En ambos lados sinergías neon como indicios de un proceso que continua y se expande a los lados, como ondas de música electrónica ancestral. @jaeldelaluz
*Jael de la Luz es historiadora mexicana, escritora, editora, disidente pentecostal, madre cuir, y feminista interseccional antirracista radicada en Londres, Reino Unido. Parte de su trabajo es facilitar talleres y espacios de creatividad radical con metodologias populares, craftartivismo y futurismo. Desde que llegó a los feminismos negros y del Sur Global, algo le hizo click en su historia personal y trata de no ser una buena feminista.









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