Por Lucia Solis**
Creo que tenía 12 años, quizá un poco más. Iba de camino al colegio y era invierno. Solo eran 10 minutos a pie, un recorrido que hasta hoy podría hacer de memoria y con los ojos cerrados. Llevaba puesto mi uniforme plomo y chompa azul con el pelo goteando y una mochila celeste pesadísima. A veces usaba audífonos. Caminaba pensando en nada realmente. Todos los días eran iguales. Todos los días menos ese. Cuando pasé cerca de un parque, un hombre de unos 40 años que estaba del otro lado de la calle, cruzó todo el parque hasta quedar frente a mí. Traté de esquivarlo y el dio un paso al costado. No parecía ofensivo. Lo único que hizo fue desabrocharse el pantalón y mostrarme lo que tenía ahí. No fue un ataque físico pero mi inocencia acabó golpeada.
La segunda me tocó cuando tenía 13 años. Esta vez regresaba del colegio. Dejé a mi amiga en su casa, me despedí de ella y seguí caminando. Llevaba puesto mi uniforme plomo pero ya no la chompa azul. Hacía mucho calor. Iba por la vereda y tratando de no pisar las líneas –hay que distraerse un poco si vas caminando solo- cuando un taxi se plantó a mi lado. El tipo que conducía iba muy despacio, como si estuviera siguiéndome. Yo me giré hacia él, me miró y me dijo: te hago el amor. Volteé la cabeza asustada y empecé a caminar mucho más rápido. Esa voz horrible la sigo teniendo muy presente.
Ahí quedó todo. Dos eventos que jamás conté a nadie y que me guarde por mucho tiempo. Estoy segura que a cualquier niña o mujer le habrá pasado algo así a lo largo de su vida. No soy especial. Pude seguir viviendo, por supuesto, pero con algo quebrado. Desde ese momento fui consciente de la mirada de los hombres sobre mi ropa y mi cuerpo mientras caminaba, mientras estaba en el micro, siempre.
Unos años después, a mis 17 más o menos, dudé si comprar una falda que me encantaba porque me aterrorizaba que me vieran demasiado en la calle o que algún otro hombre decida gritarme cosas. Me tomo solo unos segundos darme cuenta que no podía sacrificar mi propia satisfacción a costa de lo que unos cuantos pervertidos piensen. Desde ese momento dejó de preocuparme qué tanto mostraba o cómo debía vestirme para no ser atacada.
Esto que parece una especie de manifestación del girl power a los 17 años no era para nada una liberación feminista. Ni siquiera sabía qué era el feminismo. Ok, entendía más o menos de lo que se trataba pero no lo asociaba a lo que me pasaba como persona. Sabía de mujeres que se rebelaron en contra del maltrato laboral, que gracias a aquellas marchas yo puedo votar, puedo usar jeans, pude estudiar en la universidad, etc. Lo entendía pero nada más. No era mi lucha. Para mí, el acoso callejero era un piropo incómodo, las mujeres morían porque tuvieron la mala suerte de enamorarse de un asesino, las niñas violadas eran víctimas de su condición social, el Estado no tenía nada que ver y los hombres eran hombres, qué se podía hacer.
Pero felizmente seguí creciendo. Me hice más grande, cumplí más años, leí más, viajé más y conocí más. Comencé a descubrir libros, blogs, música, mujeres que tenían algo que decir. Entendí el rol del Estado y su responsabilidad frente a los derechos resquebrajados de las mujeres, comprendí que la Iglesia nos ataca, que los hombres no son hombres y ya está, que las mujeres somos violadas, golpeadas y asesinadas porque vivimos en un mundo que se construyó para dejarnos abajo. Somos hijas del patriarcado y por eso tenemos que pelear. Entendí la lucha del feminismo, nuestra lucha, y estoy intentando hacerla cada vez más mía. El machismo está en la televisión, en nuestra casa, en el colegio, en la prensa… está en el aire.
Estudié periodismo, trabajé escribiendo pero me desencanté por completo al darme cuenta que las prioridades del periodismo peruano fluctuaban entre quién besó a quién y cuántos kilos subió quién (e incluso aquí hay machismo). Para escapar, escribía en mi blog sobre lo que me gustaba y pasaba. Fue algo así como una terapia. Hasta que no quise escribir más.
Cuando realmente me empezó a afectar niñas violadas todos los días en el noticiero o tal vez a una chica que podría ser yo siendo arrastrada por el piso de un hotel, se me hizo más difícil escribir, no sé, sobre el chico que me gustaba. Hasta hoy. Quiero escribir. Quiero crear contenido sobre el feminismo que comunique, que explique directa o indirectamente cómo el sistema abominable y patriarcal en el que vivimos nos afecta en todos los ámbitos de nuestra vida. Mujeres que hablen de feminismo y expresen feminismo, hombres que comprendan nuestra lucha, historias importantes. Ahí está el por qué.
*El título de esta entrada ha sido modificado a petición de su autora
**Lucia Solis (Lima, 1992) periodista y feminista peruana. Creadora de www.cuartomenstruante.com
Puedes encontrarla en Twitter como @lamenstruante y su página de Facebook Cuarto Menstruante
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