Por Rosario Ramírez*
Desde hace algunos años sigo con particular atención el blog “El camino Rubí[1]” de Erika Irusta; mujer Vasca, pedagoga especialista en pedagogía menstrual y descrita a sí misma como “Coñoescritora”. Encontrarme con ella y su particular forma de escribir ha sido para mi y para mi trabajo un respiro, un alivio, una catarsis, un espacio donde leo y veo muchas de esas opiniones y posturas que, reconozco, la mayor parte del tiempo no soy capaz de traducir en palabras, pero sí en emociones. La disfruto, le aprendo. Sus contribuciones hacia desmontar muchos tabúes acerca de la feminidad, del cuerpo y de la menstruación me han colocado en un lugar en el cual, más que resolver parte de mis intereses de investigación –enfocados en la espiritualidad femenina, sus repercusiones sociales, emocionales y corporales-, me han generado un sinnúmero de preguntas acerca de diversos discursos que circulan y se encarnan en lo más profundo de nuestros cuerpos, sobre todo cuando habitamos un cuerpo de mujer.
Hace unos meses en el blog citado, Irusta publicó un texto que lleva por título “El cuento del conflicto con la feminidad[2]”, lo leí y me fue imposible no recordar cuántas veces escuché hacia mi -y hacia otras mujeres- que mis dolencias, mis problemas emocionales, relacionales y afectivos tenían que ver con “mi conflicto con la feminidad” o con la “falta de reconocimiento de mi ser mujer”. Pero ¿qué sugiere o qué hay detrás de esta respuesta y esta noción tan “popular”?
En el siglo XIX el cuerpo femenino no era más que una serie de partes que había que estudiar, comprender y sanar, principalmente porque en él se condensa y se encarna la noción social y religiosa del “milagro de la vida”. Desde la visión decimonónica, el cuerpo de las mujeres era un cuerpo enfermo que se centraba en un coctel hormonal y fisiológico que era desconocido y que había que abordar y explicar de algún modo. Ejemplo de este tipo de enfoques fue la caracterización y tratamiento de la histeria[3], pero también la forma en la que desde el discurso médico, se creo una noción de otredad: el cuerpo femenino se consideraba un misterio en sí mismo.
Aludir a la feminidad resulta confuso dado que lo que coloquialmente entendemos como “lo femenino” está relacionado con una serie de estereotipos y roles de género donde las mujeres somos siempre valoradas como inferiores o diferentes, “el otro negado”, como decía Ortner[4]. Sin embargo, hay una serie de ideas que se arraigan y se identifican como elementos característicos: el cuidado hacia otros –incluyendo, por supuesto, la maternidad-, la debilidad física, lo emocional exacerbado, el amor incondicional, la imposibilidad de darnos soporte entre nosotras, e incluso es usado como un insulto cuando se aplica hacia un varón. Sin duda, lo que hay detrás de este ser femenino es una visión hegemónica que, como dice Rosales[5], alude a “serie de normativas que intentan imponerse como verdaderas y naturales acerca del ser mujer, es decir, que encuentra una relación lineal entre el sexo biológico y aquellas características, cualidades y papeles que se consideran propiamente femeninos” (2006: 23-24).
Pero, ¿estamos en condiciones de hablar de UNA forma particular y universal de ser mujer? Lo femenino es una categoría móvil que se ha resignificado desde cada cultura y casi desde cada cuerpo. Lo que para una mujer es la realización plena, puede ser para otra algo poco significativo. Al hablar de modelos de identidad anclados en el cuerpo, no nos alcanza la vida para cubrir cabalmente las normativas que establecen lo que uno es, lo que no es, y menos aún, lo que se debe ser. Los modelos nos han servido para explicar la realidad, pero a veces esa realidad supera los límites de las formas en las que hemos intentado explicarla.
Un último elemento es, como menciona Irusta, exigir que nos tomen en serio cuando algo nos duele, nos angustia, nos lastima; y no sólo en términos emocionales, sino físicos. Sabemos que los padecimientos y enfermedades prenden focos rojos en el cuerpo para hacernos saber que hay algo que atender, pero conformarnos con una respuesta que alude a nuestro “problema con la feminidad”, parece no resolver demasiado y banaliza, una vez más, lo que ocurre en nuestros cuerpos ¿acaso seguimos siendo ese “otro negado” desde nosotras mismas? Lejos de dar una opción que permita atender nuestras angustias, se nos coloca enfrente la impronta de “ estar conectadas” con nuestro ser femenino. El asunto es ¿con cuál? ¿la noción social? ¿la de género? ¿la que dicta mi propia historia de vida o mi identidad? ¿cómo se resuelven esos conflictos?
No se puede negar que las emociones y los contextos tienen una repercusión en el cuerpo y su funcionamiento, desde el amor hasta el estrés o las pérdidas encuentran un espacio dónde manifestarse; pero también es cierto que como seres humanos no podemos definirnos en función de entendernos como seres problemáticos con respecto a lo que otro/a supone que debemos ser. Existen diversas técnicas que apelando a una terapéutica del sí mismo y de la autoayuda han utilizado el discurso del conflicto con lo femenino como eje fundamental para lograr que las mujeres se reconecten con esa parte no reconocida de sí mismas. Estas técnicas pueden funcionar –o no- a partir de la experiencia individual, lo que hay que apuntar es que, aún asumiendo esa falta y los procesos para sanarla, lo femenino no puede ser definido como un bloque que nos constriña y que nos aplaste por no encajar en un estándar o en una idea que difícilmente se logra de una vez y para siempre.
Más que plantear un conflicto con la feminidad, podemos comenzar por aceptar que estamos ya en un contexto donde las desigualdades nos construyen, constituyen y se encarnan. Que lo que nos toca es generar estrategias de autocuidado y de autoconocimiento que nos permitan habitar y cuidar nuestros cuerpos, emociones y todo aquello que nos hace ser, pero no desde la falta, sino desde la conciencia de nuestro lugar en el mundo, desde nuestras potencialidades y desde el cuidado necesario para cumplir nuestras propias funciones, expectativas o ideales de lo que nosotras mismas pensamos que es lo mejor para nuestra vida y nuestro contexto. Hablar de “tu feminidad” da en sí misma la idea de una construcción propia. Al atender nuestros dolores y enfermedades, no nos faltamos a nosotras mismas, nos habitamos y nos reconocemos. Quizá nuestra tarea sea dejar de definirnos como seres desconectados y ausentes, el cuerpo nos da una materialidad que nos muestra todo aquello, interno y social, que nos constituye; pero no podemos dejar que los discursos que nos vuelven a colocar como seres inferiores, encerrados, desconectados y conflictivos nos afecten al momento de tomar en nuestras manos nuestra salud e integridad.
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*Rosario Ramírez
Doctora en Ciencias Antropológicas, Maestra en Ciencias Sociales y Licenciada en Sociología. En sus investigaciones analiza las prácticas religiosas y espirituales de mujeres y jóvenes en los márgenes de las religiones institucionales. Colaboró en proyectos relacionados con los derechos sexuales y reproductivos y ha sido tallerista en diversas organizaciones y colectivos enfocados en el empoderamiento de las mujeres y la apropiación del espacio público.
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La imagen de cabecera es de Agustina Guerrero: Diario de una volátil
Notas de la autora:
[1] http://www.elcaminorubi.com
[2] Imperdible y disponible en: http://www.elcaminorubi.com/el-blog/336-el-cuento-del-conflicto-con-la-feminidad/
[3] Un ejemplo cinematográfico al respecto es esta película: https://www.youtube.com/watch?v=K4qK8M5HCJY
[4] ORTNER, Sherry (1996) Making Gender . The politics and erotics of future. Boston Beacon Press.
[5] ROSALES, Adriana (2006) Género, cuerpo y sexualidad. Un estudio diacrónico desde la Antropología social. Tesis de Doctorado en Ciencias Antropológicas, UAM-Iztapalapa, México.