La escritura libera

Por: María Isabel*

Es increíble cómo la escritura libera. Escribir te vacía de las cargas cotidianas que con el paso del tiempo se hacen imposibles de sobrellevar. Escribir también te llena de todo aquello que sueñas, cuando relees lo que escribiste en el pasado es como si tú misma te recordaras la razón de tu existencia. Escribir nos hace crecer, conocernos, nos fortalece. Escribir es el mejor y más poderoso acto de resistencia.


La escritura me ha acompañado toda la vida. Comencé a escribir a los siete años, tenía un diario donde describía mi día a día, mis alegrías y mis aventuras; también escribía cuando me sentía triste y sola. Todavía recuerdo una tarde que estaba escribiendo y llorando porque me habían regañado por alguna razón, mi mamá pasó a mi lado y con toda la confianza de quien sabe perfectamente lo que quiere en la vida le dije “mami, de grande yo voy a ser escritora” ella me abrazo y me dijo “claro que sí”. Ojalá aún tuviera la valentía de esa niña que tenía muy clara su misión de vida. 

Aunque la escritura siempre estuvo conmigo, fue hasta esta pandemia que me reencontré con ella, y reviví esa pasión que me hacía vibrar desde chica. Fue específicamente hace unos meses, cuando un conocido me dijo que los libros escritos por mujeres no le atraen tanto, porque probablemente son aburridos. Sus palabras me dejaron en shock, estoy acostumbrada a que el machismo que me rodea sea sutil y disfrazado, el típico “entre broma y broma”, pero cuando me dicen cosas tan directas, tan burdas, entro en trance y por un microsegundo mi cerebro se pone en blanco. 

Estuve varios días dándole vueltas a esa idea “lo que escriben las mujeres es aburrido”. Estaba tan enojada, tan frustrada, que del puro coraje me puse a escribir. Últimamente escribo así, enojada, triste, absolutamente conmovida.

Comencé a escribir sobre mí, sobre cosas que me duelen, cosas que me tienen harta, las palabras que se quedan atoradas en mi garganta porque nadie, nunca, me enseñó a defender lo que pienso. 

Me cuesta trabajo crear otros mundos, otras realidades, otras narrativas. Tal vez Virginia Woolf tenía razón, las mujeres tenemos tantas opresiones grabadas en nuestra mente y en nuestro cuerpo, que primero tenemos que vomitar lo mas visceral, lo más intuitivo y animalesco, para luego darnos el lujo de escribir conforme a los parámetros de lo bello, lo artístico, lo “divertido”. 

Sí, eso es, eso me pasa. Primero tengo que sacar los rencores y las frustraciones con las que vivo día a día; sacar, por ejemplo, lo frustrante que se siente que en una entrevista de trabajo me pregunten si planeo ser mamá a corto plazo, en vez de preguntarme sobre mis posgrados o los idiomas extranjeros que domino con fluidez. O la turbación de llegar a mi casa con las piernas temblorosas porque alguien me persiguió mientras se masturbaba. Necesito deshacerme del discurso que me metieron hasta el cansancio en la escuela, cuando me decían que eligiera bien a mi primera y única pareja sexual, porque “entre más parejas tengas, más perderás tu valor, y luego ya nadie te va a querer”. 

Tengo que escribir sobre eso, sacar esos sentimientos que me atormentan, exorcizar costumbres misóginas que colocaron en mis hombros desde que era una niña, enseñarme a hablar y a decir lo que pienso. No, no estoy ardida ni traumada, soy una persona resistiendo al silencio forzado. Quiero inventar otros mundos, pero primero tengo que decir lo que me tienen harta del mío.

Estoy harta de las personas que piensan que para posicionarme políticamente desde el feminismo tuve o tengo que vivir algún tipo de experiencia traumática, como haber sido violada, por ejemplo, si no, no tengo razón suficiente para justificar mi participación. Esas mismas personas que predican la compasión y la solidaridad en su podcast de religión ¿Cómo pueden ondear la bandera del buen cristiano si su capacidad de empatía es nula? 

Estoy harta de la pretensión de felicidad de muchas mujeres que me rodean, que esconden sus frustraciones tras una falsa preocupación, porque no me someto a las normas castrantes que le dan sentido a su vida, el típico “hermana, date cuenta”. No hermana, tú date cuenta, ser mujer va mucho más allá de lavarle los calzones a un marido machista, al que le gusta contar chistes misóginos en las reuniones familiares, mientras disfrazas tu incomodidad con una risa nerviosa. 

Estoy harta de que se hable tanto del qué es ser mujer, mientras me niegan la libertad de definirme bajo mis propios términos. Estoy exhausta de las personas que me miran desde sus privilegios mientras me dicen cómo sí y cómo no se deben de hacer las cosas, “seguramente lo que tienes que decir es muy aburrido”. Estoy cansada de la ceguera, de la falta de empatía y la absoluta indiferencia. 

Yo sé que no soy la única que está harta y eso me da esperanza, somos miles, generación tras generación, con diferentes perspectivas y contextos. Mujeres que escribimos de lo que sea, del hoy, del mañana, de lo que queremos y exigimos de la vida, porque sabemos que nadie lo hará en nuestro lugar.

Somos nosotras quienes podemos cambiar las líneas, y no nos cansaremos de escribir hasta que seamos capaces de crear otros mundos, hasta que podamos destruir los estándares de lo que debe y puede ser nombrado. 


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*Mi nombre es María Isabel, pero me gusta que me digan Marisa. Mi pasión es leer y mi vocación escribir. Soy Trabajadora Social, Investigadora y Feminista.
Mis líneas de investigación son: emprendimiento femenino, subjetividad y procesos educativos.Blog: https://vocesextraordinarias.wordpress.com/Instagram: @vocesextraordinariasFacebook: @vocesextraordinariasmxInstagram Personal: @marisa_orroFacebook: Marisa Orozco

**Los derechos de la ilistración pertenecen a Pings Zoo


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