Cuerpo vivido y machismo cotidiano

Salgo en la noche a correr a un parque concurrido, llevo unos minutos corriendo apenas y me percato que dos chicos están sentados en una banca, uno de ellos se para y hace el ademan de ir detrás de mi trotando”, dudo por un segundo  en lo que está sucediendo y cuando volteo, el chico disimuladamente trota hacia otra dirección y su acompañante suelta una carcajada.

Esta escena que ocurre en segundos, pero que en mi experiencia subjetiva transcurre en más tiempo, suficiente para preguntarme ¿Esta situación es peligrosa? ¿Qué demonios está haciendo? ¿Por qué le parece gracioso correr detrás de mí? ¿Debo ir hacia un lugar más concurrido? ¿Puede hacerme daño? Aunado a los cuestionamientos, siento que me recorre una explosión de adrenalina y me lleno de la energía suficiente por si necesito reaccionar ante el peligro. Ese día corrí veinte minutos más de lo normal, tomando otra dirección para no pasar nuevamente por el mismo lugar.

Esta vez, no voy a enfocarme en el macho en precario del que hablo, sino en mi reacción y en como nuestro cuerpo experimenta las violencias cotidianas. ¿Qué pasa con nuestro cuerpo cuando se percibe un peligro constante? O cuando el machismo y los micromachismos exigen de nosotras, muchas veces, una fina sensibilidad para clarificar lo que está sucediendo con un varón conocido o no ¿Cuántas veces no hemos dudado? ¿Me está violentando? ¿Me acosó? ¿Si dijo lo que creo que escuché? ¿Cuántas veces un acoso como el que describí anteriormente, “un juego para ellos”, activa en nosotras ese disposición de huir o sobrevivir? Y como nos afecta en lo somático a largo plazo.

Uno de los postulados básicos del feminismo fue la diferenciación entre cuerpos sexuados versus el género, entendido como los significados socialmente atribuidos al cuerpo que históricamente hemos visto como opuestos masculino/femenino, esta separación cartesiana, soma vs mente, permea mucho del feminismo y de la forma en que abordamos y entendemos problemáticas como la violencia.

Como ejemplo, Verónica Leon Burch señala como el discurso “Mi cuerpo es mío” puede ser peligroso y de doble filo, útil en la lucha por que las mujeres podamos decidir y abortar de manera segura, pero por otro lado, un discurso que cae en hablar del cuerpo como si fuera algo separado, algo que poseemos, una cosa que nos pertenece, muy en la línea del mundo capitalista en donde debemos estar ocupadas todo el tiempo por poseer cosas.

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Esto se comprueba al hacer una rápida búsqueda de cómo se está abordando el cuerpo desde el feminismo, análisis que giran más en torno a las representaciones sociales, regresando nuevamente al “análisis de” desde lo teórico e intelectual y no sobre nuestras vivencias desde lo sensorial, desde lo físico, muscular y postural, nuevamente vemos al cuerpo, como algo que tenemos y no como algo que vivimos. Bajo ese marco de cómo abordaremos en este texto, la forma en que vivimos desde el cuerpo las violencias cotidianas como es el acoso sexual en sus diferentes manifestaciones, continuaré.

Lo que experimento ante el acoso callejero, vivencia que tenemos miles de mujeres a diario, está atravesado por el MIEDO, un miedo que podemos a veces no registrar, ante la normalización de este tipo de prácticas y que a veces como en este caso, nos lleva a prepararnos para una huida, aunque no sea tan fatal como ya nos habíamos imaginado.

A pesar de la mala fama que le hacemos a las emociones que consideramos “negativas”, el miedo es una emoción útil cuando un peligro se encuentra cerca, ya que nos permite activar el sistema nervioso y predisponernos para huir o generar conductas que nos permitan alejarnos de ese peligro.

El problema es que cuando vives en un país en donde “¡Ya no sabes!”, en donde has visto videos, en donde se ve como el acercamiento de un hombre a una niña de secundaria es un posible secuestro, o donde sabes de historias de “pequeñas bromitas” en el trabajo (que no son bromas, si no acoso sexual, pero que así le llaman en los trabajos para minimizar la violencia sexista) terminan en violaciones y un largo etcétera, viviendo en un país como este ¡Nuestros cuerpos ya no saben cómo reaccionar!

Recientemente la Revista Vice dio a conocer un estudio sobre la inmovilidad tónica, que es un estado temporal de inmovilidad como respuesta a situaciones que nos generan un miedo intenso, el estudio se realizó con mujeres que previamente vivieron abusos sexuales y se determinó que es muy común este tipo de respuesta, lo que muchas veces se interpreta como consentimiento, no es más que la imposibilidad que experimenta el cuerpo de accionar ante una situación que sobrepasa nuestra comprensión.

¿Será que un sistema patriarcal puede deformar la función que tiene una emoción para la supervivencia? ¿Ese sistema que genera otros desordenes en los cuerpos, como los trastornos alimenticios, puede también alterar una emoción tan básica como el miedo? Al grado de que nos inmovilicemos ante un gran peligro o nos activemos para huir de un “imaginario” secuestro, al vivenciar un acoso callejero.

No dar seriedad a la vivencia del cuerpo, es invalidar lo que somos, por eso cuando algunas  de nosotras compartimos experiencias de acoso, no faltan los comentarios como “No les hagas caso” “No les des importancia” “Sigue haciendo tu día normal” como si todo se pudiera “arreglar” desde el pensamiento, si lo seguimos haciendo así seguiremos teniendo cuerpos, confundidos, cuerpos inmóviles ante el peligro, cuerpos estresados, cuerpos enfermos.

Desde el feminismo debemos de integrar la vivencia de nuestros cuerpos ante la violencia y verle también como una herramienta de cambio y lucha, necesitamos cuerpos que se reeduquen, que aprendan a accionar ante el peligro, que se empoderen, que se perciban capaces, que no nieguen sus sensaciones ante las demandas de los otros y otras, necesitamos cuerpos que puedan desintoxicarse de esas violencias machistas, que tengan espacios seguros donde experimenten tranquilidad, confianza, amor y afecto. Necesitamos entender que no basta con que no hablen de nuestros cuerpos, también debemos aprender a vivirlos, escucharles, sanarles.

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Tal vez así podamos contrarrestar ese daño que ha llegado a desequilibrarnos o afectarnos profundamente en lo emocional y somático, tal vez así podamos ir a la inversa esta vez, del cuerpo a una modificación social profunda.

Bibliografía:

León, V. (2005). Más allá del cuerpo: el feminismo como proyecto emancipador. Mujeres en red. Periódico feminista, 1-10.

Sánchez, D., & Uribe, L. (2009). Aspectos neurobiológicos implicados en el miedo. Biosalud, 189-213.

Jackie, H. (2016). Por qué las víctimas se paralizan totalmente durante las violaciones. Recuperado de: https://www.vice.com/es/article/5g8yk8/violaciones-victimas-paralisis-2203

 


14940143_1316688088350250_4350887893801563727_o** Eliza Tabares – Mexicana radicada en CDMX, psicóloga y Psicodramatista enfocada en temas de género, arte y corporalidad. Le interesa la forma en que la cotidianidad se entreteje con la teoría y los procesos individuales y grupales que se encuentran con el feminismo y que nunca son lineales ni desprovistos de contradicciones, como terapeuta con perspectiva de género, considera que el trabajo con y desde el cuerpo permite poner en la mesa otras discusiones sobre el feminismo. Es directora y terapeuta en Centro de Atención Psicológica, Arte y Consultoría A.C. Co-creadora del sistema SOMA (Salud, Ontología, Movimiento y acción) avalado por la UNESCO. Síguela en  Facebook Twitter Instagram