De putas, zorras y guarras: el lenguaje corrompido por el machismo

Por Clara S. Quintana*

                Tengamos la siguiente situación:

                [Una mujer, no pensemos en su nacionalidad, no pensemos en su raza, no pensemos en su estatus social (aunque la diferencia entre alguien de clase alta y alguien de clase trabajadora sería inmensa), tiene cuatro parejas seguidas. Cuatro affaires que no significan ninguna atadura para ella. De pronto, decide que quiere tomarse un descanso, que no le interesa tener nada con nadie, ni repetir aventuras con alguno de sus cuatro ligues ni buscarse uno nuevo. Pero da la casualidad que uno de los ligues, un hombre, considera que es el momento idóneo para tratar de pescar ahora que las aguas no parecen complicadas. Ella le rechaza. Él insiste. E insiste, e insiste.

Llega un momento en que las negativas de ella son tan exacerbadas que él acaba por desistir. Pero no se va como había venido, con cautela, sin hacer ruido, no. Exclama a los cuatro costados para salir en hombros por la puerta grande:

                ¡Pues tan puta que eres,  tirándote a todo lo que se te pone por delante, no sé cómo te resistes a otro más!

                Y, ojo, el eco parece expandirse muy rápido, y pronto son muchos los cuchicheos que, al pasear la mujer por la calle, la siguen. Zorra, puta, guarra, casquivana, salida… La mujer finge que no los escucha, finge que no le afectan. A fin de cuentas, nacen del rencor, del no saber aceptar las libertades del otro. Un par de amigos le dicen que no se preocupe, que pronto pasará y nadie se acordará. Pero, entre tanto, la mujer sigue desenvolviéndose en un ambiente hostil y esto comienza a hacer mella en su autoestima. Le duele y le gustaría que dejasen de prestarle atención, le gustaría poder ser invisible. Y estos pensamientos se acrecientan cada vez que se cruza con el hombre por la calle y este le dedica una sonrisa de oreja a oreja.

                Al cabo de unas semanas ya el rumor es agua pasada y nadie parece acordarse de nada. La mujer recupera poco a poco la confianza en sí misma, se apoya en su círculo más cercano y continúa adelante.

                Pasados unos meses, conoce a una persona con la que siente una conexión especial y comienza una relación seria. Y, cómo no, los rumores vuelven a la palestra. Más y más exagerados, más punzantes y envenenados.

                Digamos que la protagonista decide mudarse y empezar de cero en otro lugar, alejada de la horda de cavernícolas que no han hecho más que atormentarla.]

                Esta situación, que sin duda puede sonar exagerada, se da constantemente en la sociedad actual, bien en conjunto, bien parcialmente. Cualquier mujer con un poco de amor propio se va a ver pisoteada por el sistema a la primera de cambio. Y uno de los chantajes principales (y más dañinos) viene del ámbito sexual.

                La opresión sexual ha sido durante siglos una de las tantas maneras de mantener a la mujer recatada y recogida en casa. En el momento en que la mujer se asomó a la ventana y decidió que ella también podría hacer de su capa un sayo y sacarse las castañas del fuego sin ayuda de terceros, ¡oh, la gran revolución (y la gran indignación)!

                Huelga decir que todo han sido (y siguen siendo) obstáculos que se instalan en el camino y no hacen más que entorpecer la marcha. Los hay enormes y los hay minúsculos, tanto que muchas veces pasamos por alto. De los obstáculos enormes, a base de esfuerzo, la sociedad en general ha terminado por tomar conciencia y está apartándolos poco a poco (maltrato, sueldos desiguales). De los de menor tamaño, parece que a muy poca gente le interesa hacerse cargo.

                Y desembocamos, por fin, en la palabra (o palabras) que han motivado la escritura de este texto:

                Puta. O, en su defecto, guarra, zorra, casquivana, ligera de cascos, fresca…

                Todos ellos insultos más que extendidos, que no se limitan al ámbito de las relaciones íntimas sino que han terminado por asentarse y servir para dirigirse a cualquier mujer cada vez que saca un pie del testo y al machito de turno no le parece bien.

                Porque llamar puta (o cualquiera de sus variantes) a una mujer no hace más que retratar al emisor. Estamos denigrando a dos mujeres al mismo tiempo: a la insultada, por acusarla siempre recurriendo a su “obsceno libertinaje”, siendo el motivo de insulto el acostarse con veinte personas (si usted insulta por esto, mírese qué problema tiene para meterse en la vida de los demás y juzgar sin que nadie lo requiera) o el tropezarse con una baldosa de la calle; y a la puta, a las mujeres que, debido al lamentable sistema en que vivimos, no han visto más salida para su situación que venderse como material de disfrute para los mismos que después se han esmerado en estigmatizarlas y emplearlas en contra de sí mismas.

                Y, por desgracia, está tan extendido que es difícil deshacerse de ello, pero no imposible. Me atrevería a decir que todas nos hemos dirigido en alguna ocasión a otra compañera y la hemos llamado puta, guarra o zorra: por salir con muchas personas, por ser guapas, por ser listas, por ser, simplemente, ellas mismas. Pero lo interesante es ver que, a medida que nos formamos (y no en universidades y colegios, precisamente) vamos abandonando estas imposiciones y vamos dejando de lado la denigración sexual a la hora de recriminarle algo a una mujer. Con la actitud desde dentro del feminismo, me temo, no basta. Referencias a esto están en todos lados: son un clásico en la cultura musical y cinematográfica; y un fetiche en demasiadas conversaciones masculinas (también en muchas femeninas, pero no cabe duda de que, por mucho daño que el sistema lleve a las mujeres a hacerse entre ellas, no es tan afilado como el que viene de fuera). Hay que esmerarse por abandonar ciertos términos.

                Porque, sí, es cierto que el lenguaje es el reflejo de la sociedad. Y, si la sociedad es machista, el lenguaje seguirá siéndolo, por mucho que nos neguemos al uso de unas palabras. De todas formas, solo quien abandone actitudes machistas será capaz de dejar de lado estos vocablos. Así que, como siempre, toca seguir remando en contra de la discriminación.

                Machismo mata, y no siempre hace falta que el corazón deje de latir para estar muerta.


*Puedes seguir a Clara Suárez Quintana  en Twitter como @Clara__SQ o leerla en https://insuladeletraheridos.wordpress.comhttps://unsolotragoeslamuerte.wordpress.com

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